La solidaridad cristiana

(José Luis Palacios) En 2010, la crisis económica, lejos de batirse en retirada, mostró toda su crudeza. La sociedad civil española ha asistido entre atónita y enrabietada al sucumbir definitivo de los poderes públicos a manos de los mercados. La jerarquía de la Iglesia no ha sido capaz de alzar la voz ante el drama social provocado por el mal estado de la economía y la peor gestión de las administraciones. Casi cinco millones de personas se encuentran sin empleo, más de un millón y medio de familias tienen a todos sus miembros sin ingresos, mientras la pobreza se sigue extendiendo cada vez por más capas de la población como un vertido incontrolado, haciendo abismal el muro que separa las clases adineradas de las que a duras penas llegan a fin de mes.

Pero si los llamados a orientar a los fieles han optado por el cauto silencio antes que equivocarse poniéndose del lado de las víctimas del espejismo económico, muchas asociaciones cristianas han dado un paso al frente. El propio presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, en su discurso de apertura de la última Asamblea Plenaria, tuvo palabras de ánimo y felicitación para dos organizaciones eclesiales que han reforzado su compromiso en estos tiempos tan duros: Cáritas y Manos Unidas, esta última galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2010.

Cáritas no sólo ha incrementado sus labores de atención, cuando las instituciones públicas han reducido los recursos destinados a combatir la pobreza, sino que ha conseguido aumentar su número de donantes (especialmente entre los que más justos de dinero andan), reducir sus gastos corrientes y reforzar sus servicios de atención de urgencia. En 2009, como recoge su Memoria, prestó ayuda de primera necesidad a 800.000 personas en España, el doble que hace dos años. Sus recursos invertidos (230 millones de euros) aumentaron un 6% con respecto al año anterior, el número de donantes se ha duplicado (472.000) y el de voluntarios ha crecido un 5% (casi 60.000).

Manos Unidas destinó más del 90% de los 54 millones de euros –cerca de un millón más que el año anterior– que figuran como ingresos en el último ejercicio consolidado, el de 2009, a sus fines de promoción del desarrollo de las comunidades más empobrecidas del mundo. Con 4.500 voluntarios y unos 85.000 donantes sigue, más de cincuenta años después de su creación por las valientes mujeres de Acción Católica, luchando contra el hambre y defendiendo la opción por los pobres. La organización llevó a cabo 692 proyectos de desarrollo en unos sesenta países de África, América, Asia y Oceanía.

Infinidad de iniciativas, menos reconocidas y más sencillas en su organización, pero sin duda proféticas y alternativas, han surgido en el seno de asociaciones, grupos, movimientos eclesiales y parroquias que han profundizado en la estela, en esto sí, de gestos episcopales, como la entrega de un porcentaje del presupuesto de la Conferencia Episcopal a Cáritas o la más que oportuna iniciativa de Antonio Algora, obispo de Ciudad Real y responsable de la Pastoral Obrera, de crear un fondo diocesano de ayuda a la creación de empleo. Por no hablar de los muchos sacerdotes que decidieron, a veces en respuesta a un llamamiento de sus obispos, reservar una parte de su salario para dedicarlo a la atención social.

En la Parroquia de San José Obrero de Elda (Alicante), la comunidad impulsa la creación de una empresa de catering y servicios de costura para las fiestas locales de Moros y Cristianos que pueda generar un par o dos de empleos, que serían cubiertos por los parados en peor situación. En el barrio de Pan Bendito, de Madrid, en crisis permanente ya antes del último zarpazo del crack económico, un grupo de personas, entre ellas, miembros de la Parroquia de San Benito, acaban de crear la Asociación Paso a Paso, para apoyar el autoempleo de personas paradas, gestionar un Banco de Tiempo o reforzar la gestión económica de familias en malas condiciones.

Son solamente el fruto de los muchos intentos por paliar los peores efectos de la coyuntura económica, que se han hecho, en este año 2010 que se acaba, en ambientes cristianos, conscientes de que ha llegado la hora de dejar las predicaciones en el desierto para cultivar trigo, al calor del recuperado y siempre incisivo magisterio social de la Iglesia.

En el nº 2.735 de Vida Nueva.

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