El año en que el Papa inició la lucha contra los abusos

(Antonio Pelayo –Roma) “¿Cuántos años tiene el Papa?”, me preguntan muchas veces, y cuando respondo: “Cumplió 83 en abril”, la gente me mira con cierto asombro, como si le costase creerlo. No me extraña, porque recorriendo el itinerario de sus actividades durante el año que concluye, resulta sorprendente su, podríamos decir, “productividad”, muy superior, sin duda, a la de cualquier anciano de su misma edad. No hablo de los hechos extraordinarios –a los que dedicamos esta crónica–, sino de esa actividad callada, de despacho, que nadie ve.

Pongo un ejemplo: durante 2010, entre arzobispos, obispos, administradores apostólicos, coadjutores con derecho a sucesión, ordinarios militares, vicarios apostólicos, etc., Benedicto XVI ha hecho en torno a 270 nombramientos episcopales. Teniendo en cuenta que cada uno supone un dossier de varias decenas de páginas, ya puede imaginarse la mole de trabajo que supone leérselos todos, porque aunque le ayude la Congregación para los Obispos, el Santo Padre estudia cada uno de ellos y es él quien toma la decisión última.

Tomemos otro caso: las audiencias diarias. Joseph Ratzinger ha recibido las visitas de varias decenas de jefes de Estado, primeros ministros y personalidades, pero eso no es nada comparado con las visitas ad limina que realizan cada cinco años todos los obispos del mundo al Papa y a la Curia. Eso supone muchas jornadas, y, multiplicado por cientos, muchas horas de esfuerzo.

Sin duda, el aspecto más notorio de la actividad de los papas son sus viajes fuera de Roma, que son escogidos con detalle por sus colaboradores. Benedicto XVI visitó en 2010 la isla de Malta; Portugal y su mundialmente famoso santuario de Fátima; Chipre, donde presentó el Instrumentum laboris del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio; Gran Bretaña, con estancias en Escocia, Gales e Inglaterra; y por fin, España: Santiago de Compostela y Barcelona.

Lágrimas pontificias

El Papa con los jóvenes en Malta, en abril de 2010

Cada uno de estos viajes merecería un detenido análisis a posteriori para medir su impacto. Malta (17 y 18 de abril, es decir, dos días antes de que se cumpliese el quinto aniversario de su elección) fue un viaje alegre y festivo, como era previsible, pero también tuvieron su momento las lágrimas: las de Benedicto XVI al recibir a ocho víctimas de los abusos sexuales del clero en la Nunciatura y escuchar de sus labios el drama que habían vivido cada uno de ellos.

Apenas un mes después (11-14 de mayo) el Pontífice llegaba a Lisboa, donde fue recibido con un calor popular que se multiplicó al visitar, en Fátima, el santuario erigido donde la Virgen se apareció a los tres pastorcitos y les comunicó su famoso mensaje de oración y penitencia por el mundo y la iglesia. “La novedad que hoy podemos descubrir en este mensaje –dijo en el avión que le conducía desde Roma a la capital lusa– reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente del interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia”.

Entre el 3 y el 6 de junio visitó Chipre para hacer entrega solemne del Instrumentum laboris que guiaría los trabajos de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio; fue, al mismo tiempo, una ocasión para profundizar en el diálogo con las Iglesias ortodoxas.

Pero, sin lugar a dudas, el viaje del año fue el que tuvo lugar del 16 al 19 de septiembre al Reino Unido, que superó al alza todas las previsiones y que demostró una vez más cómo ciertos prejuicios –sabiamente cultivados y propagados– no resisten el choque con la realidad. Los escoceses primero y después los galeses y los ingleses pudieron contemplar con sus propios ojos quién era el hombre que les visitaba, tan diferente de la caricatura que de él venían presentando algunos medios de comunicación particularmente sectarios y mal informados. Benedicto XVI fue tratado con toda la cortesía de la que son capaces las autoridades británicas comenzando por Su Majestad la Reina Isabel II, que le recibió en su palacio de Edimburgo, y siguiendo por el premier David Cameron; el primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams; y los ex primeros ministros.

Pero no se trataba sólo de eso: el Papa pudo dirigirse a todo el país desde la más prestigiosa de sus sedes institucionales, Westminster Hall, y allí pronunció su discurso sobre la compleja relación entre religión y política: “Para los legisladores, la religión no debe ser un problema que resolver, sino una contribución vital a la convivencia nacional. Hay signos preocupantes de no querer reconocer no sólo los derechos de los creyentes a su libertad de conciencia, sino también la legitimidad del papel de la religión en la vida pública”.

Beatificación del cardenal Newman, el 19 de septiembre de 2010

Otro momento significativo para la Iglesia universal fue la beatificación del cardenal John Henry Newmann en el Cofton Park de Birmingham, ante una multitud de varias decenas de miles de fieles congregados a pesar de la lluvia. Este anglicano convertido al catolicismo es una de las grandes figuras del pensamiento teológico y, a su modo, uno de los precursores del Concilio Vaticano II. Por eso el Papa, rompiendo la regla habitual, quiso beatificarlo personalmente en su tierra natal.

El año 2010, sin embargo, creo pasará a la historia como el año que marcó el gran viraje de la Iglesia en el espinoso tema de los abusos sexuales contra menores de edad de ambos sexos cometidos por miembros del clero católico: sacerdotes, frailes, religiosas e incluso más de un obispo. Máxima encarnación de este flagelo puede ser considerado el mexicano P. Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, cuya doble o triple vida, no se sabe aún hasta qué punto ignorada por alguno de sus colaboradores, sigue siendo hoy desconcertante.

El problema de la pederastia estaba en los escaparates de la opinión pública desde hace años. Pero al inicio del año reverdeció la información sobre lo que había sucedido no sólo en los Estados Unidos, sino en Irlanda, Alemania, Bélgica, etc. y, sobre todo, se pretendió involucrar personalmente al Papa –primero a través de su hermano, Georg Ratzinger– durante su etapa como arzobispo de Múnich y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Desde diversos ángulos se le quiso presentar como encubridor de estos crímenes y partidario de una sanación endogámica del problema. Nada más falso.

Carta a Irlanda

El 19 de marzo, Benedicto XVI hace pública su Carta a los católicos de Irlanda, en la que “comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo con que fueron afrontados por las autoridades de la Iglesia en Irlanda”, y propone un “camino de curación, renovación y reparación”. El valiente documento se dirige después a las víctimas de abusos y a sus familias (“Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad. Es comprensible que os sea difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia”) y a los niños: “Todos estamos escandalizados por los pecados y errores de algunos miembros de la Iglesia, en particular, de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes”. Como medidas concretas, anunciaba una visita apostólica a algunas diócesis, seminarios y congregaciones religiosas de Irlanda, que se está desarrollando con la eficacia y discreción que exige el terrible problema.

Poco después de esta Carta, a primeros de abril se hizo pública (“en nombre de la transparencia impuesta por el Papa”, se dijo) la Guía para comprender los procedimientos básicos de la Congregación para la Doctrina de la Fe en los casos de abusos de menores. El 15 de julio, el alto organismo vaticano hizo pública la puesta al día de las Normas sobre los delitos más graves (presentadas por el promotor de Justicia de Doctrina de la Fe, Charles Scicluna) en las que, con el consentimiento expreso del Papa, el cardenal William J. Levada y el arzobispo Luis F. Ladaria actualizaban y endurecían donde era necesario las normas vigentes sobre los delitos que la Iglesia considera excepcionalmente graves, entre ellos, los abusos. Las Normas aceleran los procesos, clarifican las competencias, suprimen en la práctica la prescripción de esos delitos y declaran expresamente que “deben seguirse siempre las disposiciones de la ley civil en materia de información de delitos a las autoridades competentes”.

Clausura del Año Sacerdotal en Roma, el 11 de junio de 2010

Casi paralelamente, el Papa hacía un nombramiento importante: Velasio de Paolis, presidente de la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede y experto en Derecho Canónico, era designado delegado pontificio para la Congregación de los Legionarios de Cristo. El prelado –que meses más tarde sería nombrado cardenal– tiene ante sí la nada fácil tarea de “purificar y renovar” la congregación fundada por Maciel; ya se han dado los primeros pasos, aunque, en opinión de algunos observadores, no lo suficientemente firmes como lo exige la gravedad del caso, sin precedentes en la milenaria historia de la Iglesia.

Y todo esto, en el contexto de un Año Sacerdotal que, iniciado en 2009, fue clausurado en Roma el 11 de junio con una Eucaristía en la que participaron 16.000 sacerdotes, casi el doble de los mejores augurios.

Pero, además de gobernar, el Papa tiene también la misión de enseñar. Asumiendo el talante del teólogo y profesor que fue durante tantos años el suyo, Joseph Ratzinger se toma esta parte de su misión muy en serio, redactando en primera persona la mayor parte de los textos que escribe y lee en público. Son todos ellos –discursos en las audiencias de los miércoles, en los Angelus dominicales, en las visitas ad limina, etc.– de excepcional calidad.

El magisterio papal conoce, obviamente, otros niveles aún más altos. Es el caso de la exhortación postsinodal Verbum Domini, que recoge las conclusiones de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (Roma, 5-26 de octubre de 2008) sobre La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. La exhortación, que recoge las 55 propuestas que en su día los padres sinodales elevaron al Santo Padre, es una reflexión de altos vuelos sobre, entre otras cosas, la hermenéutica de la Sagrada Escritura en la Iglesia, a la que se dedican casi cuarenta páginas de este documento.

Otra vez el condón

En otro orden de cosas hay que situar el libro Luz del mundo, presentado el 23 de noviembre en el Vaticano y que ese mismo día salía a las librerías de muchos países en ocho traducciones. No se conocen aún los detalles de la génesis de esta singular iniciativa que, desde luego, no puede dejarse sólo en las manos del periodista alemán Peter Seewald (autor de dos libros anteriores con el cardenal Ratzinger). Hay que suponer que el Papa y sus colaboradores han asumido el deterioro palmario de su imagen en el mundo y deciden poner remedio. Así, en la última semana de julio, recibió al periodista durante una hora diaria en Castelgandolfo para registrar una larga conversación en la que se abordan multitud de temas sin cortapisa alguna y, desde luego, sin censura.

Es un género literario nuevo en la historia de los papas (Juan Pablo II respondió sólo por escrito a las preguntas del periodista con el que escribió Cruzando el umbral de la esperanza). No tiene nada que ver con el magisterio ni mucho menos con la infalibilidad, por eso permite una libertad de expresión mucho mayor. Sucedió que L’Osservatore Romano –tampoco se ha sabido por inspiración de quién– publicó extractos de algunas respuestas, incluida una sobre al uso autorizable del preservativo en contadas circunstancias. Frases que dieron la vuelta al mundo y que no siempre fueron bien interpretadas, forzando una declaración aclaratoria del portavoz Lombardi. Independientemente del “incidente”, si así podemos calificarlo, el libro se vende muy bien y acerca a un público muy amplio las ideas del Papa sobre los desafíos del mundo en que vivimos, las peripecias de la Iglesia, la centralidad de la persona humana, etc. El eco mundial del libro no aparta a Ratzinger de la redacción del tercer tomo de Jesús de Nazaret; el segundo debería aparecer en la primavera de 2011.

En octubre se celebró en Roma el Sínodo de Obispos para Oriente Medio

Nos queda menos espacio del que merecen otros asuntos mayores: el Sínodo de los Obispos sobre Oriente Medio, que ha reflejado la preocupación del Pontífice por la cada vez más amenazada existencia de los católicos, de los cristianos en general, en países donde están presentes desde hace siglos: Egipto, Irak, Siria, Turquía, etc., sin olvidar la Tierra Santa. Además del llamamiento hecho al mundo para que se ponga fin a la persecución abierta o larvada de esas venerables comunidades, la diplomacia de la Santa Sede intenta, con poco éxito, sensibilizar a ciertos gobiernos para que protejan el ejercicio de la auténtica libertad religiosa. Sobre idéntico tema, en otra parte del mundo, China, han vuelto a reaparecer los trasnochados esquemas del intervencionismo en la vida interna de la Iglesia, dando pruebas de un escaso, por no decir nulo, respeto a los derechos humanos.

El Colegio Cardenalicio se ha visto fortalecido con 24 nuevos miembros (cuatro octogenarios y veinte electores). La mayoría italianos y en buena parte miembros de la Curia, lo cual no permite ni un mayor rejuvenecimiento del cuerpo que elige al Sucesor de Pedro ni una mayor representatividad del mismo. Se me dirá que el Espíritu Santo no queda condicionado por estas realidades materiales; de acuerdo, pero entonces, como diría un paisano, “para ese viaje sobran alforjas”.

En la Curia romana tiene importancia la llegada del cardenal Marc Ouellet a la Congregación de los Obispos sustituyendo al cardenal Giovanni B. Re, uno de los últimos supervivientes de la época montiniana. También es novedosa la creación de un Pontificio Consejo para la Evangelización, a cuyo frente ha sido nombrado el arzobispo Rino Fisichella, estrella emergente que habrá que seguir con atención.

COMUNICACIÓN, por Antonio Pelayo

Repasando el año vaticano-papal, encuentro un déficit mayúsculo en el capítulo de la comunicación. Es un mal que viene de muy atrás, pero la histórica cerrazón de los sagrados palacios a la información produce cada vez efectos más devastadores en una sociedad donde las noticias circulan en todos los sentidos a velocidad de vértigo.

La Iglesia no aspira a vedettismos y sabe que, por mucho que se esfuerce en este campo, no logrará nunca que sus propuestas sean acogidas por unanimidad, pero no puede permitirse el lujo de ser malinterpretada o malentendida porque no sabe, no quiere o no puede explicarse ante la opinión pública. Eso daña a la evangelización, que es su misión fundamental.

Y no bastan las buenas intenciones: hay que profesionalizarse, saber utilizar los medios y poner a trabajar a las personas competentes. En caso contrario, seremos ineficaces y hasta ridículos.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.735 de Vida Nueva.

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