Diez claves para entender el libro de Hawking

(+ Raúl Berzosa– Obispo Auxiliar de Oviedo) Vaya por delante mi admiración a la persona y al trabajo científico de Stephen Hawking. Su última obra, El Gran Diseño (Crítica, Barcelona, 2010), sin quitarle ningún mérito, más parece obra del colaborador en la misma, L. Mlodinov, que de él mismo. Me baso en el estilo y en la temática divulgada. Me centraré sólo en el planteamiento “religioso” que trasluce. Y lo hago en dos partes: por un lado, dejando que hable el propio libro, en diez tesis. Y, por otro lado, aportando algunas acotaciones críticas.

1. Según los autores, para comprender el universo al nivel más profundo necesitamos saber no sólo cómo se comporta el universo, sino también por qué. Es necesario responder a tres preguntas: ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Por qué existimos? ¿Por qué este conjunto particular de leyes y no otro? (p. 16).

2. Según ellos, los pensadores cristianos, sucesores de los griegos, se opusieron a la noción de que el universo esté regido por una ley natural indiferente y también rechazaron la idea de que los humanos no tienen un lugar privilegiado en el universo. El universo es “la casa de muñecas de Dios” y la religión era un tema mucho más digno de estudio que los fenómenos de la naturaleza (p. 31).

3. Según los autores, Descartes trató de reconciliar las leyes fijas del universo con el concepto de Dios. El filósofo y científico francés afirmó que una vez que Dios ha puesto en marcha el mundo, lo deja funcionar por sí solo (p. 34).

4. Si la naturaleza se rige por leyes fijas, dicen en el libro, surgen tres cuestiones: ¿cuál es el origen de dichas leyes? ¿Hay algunas excepciones a estas leyes, por ejemplo, los milagros? ¿Hay un solo conjunto posible de leyes? Platón, Aristóteles y los escritores griegos antiguos más influyentes mantuvieron que no podía haber excepciones a las leyes. Los pensadores cristianos mantuvieron que Dios debe ser capaz de suspender sus leyes para hacer milagros. El libro de Hawking postula el concepto de “determinismo científico” e implica que no hay milagros o excepciones a las leyes de la naturaleza (pp. 41-42). Sin embargo, se admite que autores como Newton creían que Dios podía intervenir –e intervenía de hecho– en el funcionamiento del universo (p. 102)

5. Subrayan que, según el Antiguo Testamento, Dios hizo a Adán y Eva tan sólo seis días después de la creación. En la actualidad, adoptamos un punto de vista diferente: que los humanos son una creación reciente pero que el universo empezó mucho antes, hace unos trece mil setecientos millones de años (p. 142)

6. Según los autores, a lo largo de la historia, muchos pensadores, incluido Aristóteles, han creído que el universo debe haber existido siempre para evitar la cuestión de cómo empezó a existir. Otros han creído que el universo tuvo un inicio y lo han utilizado como argumento para la existencia de Dios. La observación de que el tiempo se comporta como el espacio presenta una nueva alternativa. Elimina la objeción inmemorial a que el universo tuviera un inicio y significa, además, que el inicio del universo fue regido por las leyes de la ciencia y que no hay necesidad de que sea puesto en marcha por algún Dios (p. 155).

7. Según nuestros autores, vivimos en uno de los universos en que la vida es posible; tan solo con que el universo fuera ligeramente diferente, seres como nosotros no podrían existir. ¿Qué podemos decir de esa sintonización tan fina? ¿Es una evidencia de que el universo, a fin de cuentas, fue diseñado por un Creador benévolo? ¿O bien la ciencia ofrece otra explicación? (p. 164). Según sostienen, a mucha gente le gustaría que utilizáramos las “coincidencias” del universo como evidencia de la obra de Dios (p. 184). Pero así como Darwin y Wallace explicaron cómo el diseño aparentemente milagroso de las formas vivas podía aparecer sin la intervención de un Ser supremo, ahora el concepto de multiverso puede explicar el ajuste fino de las leyes físicas sin la necesidad de un Creador benévolo que hiciera el universo para nuestro provecho (p. 187).

8. Según nuestros autores, Einstein planteó en una ocasión a su ayudante, Ernst Straus, la siguiente pregunta: ¿tuvo Dios elección cuando creó el universo?… Especialmente desde Einstein, el objetivo de la física ha sido hallar los principios matemáticos de una “teoría del todo” unificada, que diera razón de cada detalle de la materia y de las fuerzas que observamos en la naturaleza (p. 187)… La teoría M podría ser tal teoría (p. 188).

9. Según nuestros autores, las leyes de la naturaleza nos dicen cómo se comporta el universo, pero no responden a las preguntas del por qué: ¿por qué hay algo en lugar de no haber nada? ¿Por qué existimos? ¿Por qué este conjunto particular de leyes y no otro? Algunos dirán que la respuesta a estas preguntas es que un Dios decidió crear el universo de esa manera. Es razonable preguntar quién o qué creó el universo, pero si la respuesta es Dios, la cuestión queda meramente desviada a qué o quién creo a Dios. En esa perspectiva se acepta que existe algún ente que no necesite creador, y dicho ente es llamado Dios. Esto se conoce como argumento de la primera causa a favor de la existencia de Dios. Sin embargo, pretendemos que es posible responder a esas preguntas puramente dentro del reino de la ciencia y sin necesidad de invocar a ninguna divinidad (p. 194).

10. Finalmente, según Hawking y Mlodinow, como hay una ley como la de la gravedad, el universo puede ser y ser creado de la nada. La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo. No hace falta invocar a Dios para entender las ecuaciones y poner el universo en marcha. Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos (p. 204). ¿Por qué las leyes de nuestro universo son tal como las hemos descrito? La teoría M es la teoría supersimétrica más general de la gravedad. Por esas razones, la teoría M es la única candidata a teoría completa del universo. Si el universo es finito –y esto debe demostrarse todavía–, será un modelo de universo que se crea a sí mismo. Si la teoría es confirmada por la observación, será la culminación de una búsqueda que se remonta a más de tres mil años. Habremos hallado el Gran Diseño (p. 204).

Acotaciones críticas

Hasta aquí, los planteamientos del libro. Por mi parte, y apoyado en otros autores, me atrevería a realizar algunas acotaciones críticas en un diálogo necesario entre ciencia y fe.

Primera acotación: lo primero que hay que afirmar, con todo respeto, es que, efectivamente, según la denominada teoría M, y en el sentido que nuestros autores la entienden, Dios sería una hipótesis inútil… ¿Pero es la única teoría científica posible? Más aún: ¿la teoría M sólo puede entenderse de la manera como la entienden e interpretan nuestros autores?…

Segunda acotación: ¿de qué Dios hablamos cuando hablamos de Dios? En las citas del libro se habla “superficialmente” del Dios cristiano sin tener en cuenta las reflexiones serias y los intentos contemporáneos de diálogo entre fe revelada y ciencia. De esta manera hay peligro de realizar un discurso sesgado, deformado y hasta ridiculizador del Dios revelador. Como si fuese algo del pasado, una superstición a-científica o una creencia infantil. Dios es origen, sustento y fin de lo creado. Y posibilita que la persona humana sea libre.

Tercera acotación: concedamos que, científicamente, no se pueda demostrar la existencia de Dios, pero tampoco la no existencia del mismo.

Cuarta acotación: ¿sólo se puede dar un diálogo paralelo, o de sordos, entre ciencia y fe? ¿Hay incompatibilidad total? Creemos, con muchos autores contemporáneos (J. Haugnt, J. Polkinghorne, A. Peacocke, D. Edwars, I. Barbour…) que ciencia y fe se necesitan y se complementan. Ni pueden enfrentarse ni ignorarse; son compañeras de viaje. Se atribuye a Einstein la frase: “La ciencia sin fe está coja; pero la fe sin ciencia es ciega”. Y a F. S. Collins: “Dios no amenaza la ciencia; la mejora. Dios no es amenazado por la ciencia; Él la hizo posible”.

Quinta acotación: recogemos algunas críticas significativas de otros autores. Así el jesuita M. Carreira ha hecho notar que “la nada no puede crear. Porque la nada no tiene ni gravedad ni materia. Es como admitir que del 0 nace una cuenta bancaria” (Paraula, 28-11-2010). G. Ellis, paradójicamente, ha afirmado que “este libro obligará a la gente a elegir entre religión y ciencia y hará que mucha gente elija la religión, con lo que la ciencia saldrá perdiendo (El Mundo, 4-9-2010). A. Fernández Rañada señala, agudamente, “que tanto Hawking como Dawkins se equivocan; pero no al afirmar que no existe Dios, sino al opinar que podemos dar una prueba científica de ello. Da la impresión que el propio Hawking está haciendo –y pidiendo– un acto de fe para negar la existencia de Dios. (El Mundo, 4-9-2010).

Se puede concluir, sin complejos, que el gran diseño de Dios en su obra creadora no es el “gran diseño” del que habla Hawking. Alguien ha escrito con acierto que “aunque todos los seres humanos fueran ciegos, el sol no dejaría de brillar, y aunque todos fueran ateos, Dios no dejaría de existir”. Dios no existe porque los científicos lo quieran reconocer; Dios es Dios, y subsiste por sí mismo. El hombre es una creación de Dios; no Dios una creación del hombre.

Ojalá Hawking vuelva a recobrar el discurso que nos dejó en Oviedo, en la entrega del Premio Príncipe de Asturias, cuando afirmó que “la ciencia siempre es lo penúltimo y está sometida a revisiones y nuevas hipótesis. El por qué existe algo y no la nada, el milagro de la vida y la maravilla de la mente humana, pide explicaciones de ‘totalidad’ que la ciencia no aporta”. Es el camino razonable y honesto para un diálogo necesario entre fe y ciencia. Todo un reto y una esperanza.

En el nº 2.734 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir