El dulce látigo de la ternura

(Ernesto Ochoa Moreno)

“Es triste una Navidad pensada en términos de dinero. Al espíritu lo asesina el consumo. Una vez más los mercaderes profanan el templo. Con todo, hijo, es posible liberarse de esa esclavitud. Muy simple: abrirse a los efluvios de ternura que caracterizan el espíritu navideño, perderse sin miedos y sin cálculos en lo simple”

El padre Nicanor mantiene viva una fervorosa devoción por la Navidad  y se ofende con las tergiversaciones que se hacen de ella. Me lo dijo estos días con desconsuelo.

– Antes, hijo, la Navidad llegaba sin saberse cómo. Eran aromas que se desataban imperceptiblemente, villancicos inesperados que poblaban el silencio, alegrías que de pronto estremecían el alma.

– Es cierto, tío. La Navidad no era explotada por la publicidad, no la manipulaba el comercio.

– Llegaba sin avisar, como ocurre con el misterio, con el asombro. Ahora no, muchacho. Los reclamos navideños son lanzados desde principios de noviembre, si no antes. Así se crea  en las gentes esa zozobra permanente que causa el consumismo.

– Sobre todo en los niños, padre. Con el bombardeo de las vitrinas se envejecen prematuramente las inocencias infantiles. Mucho antes de pensar  en aguinaldos y traídos, los niños se ven sometidos a la tristeza de lo inalcanzable. Ya no se les deja un espacio para soñar, para creer.

– Es triste una Navidad pensada en términos de dinero. Al espíritu lo asesina el consumo. Una vez más los mercaderes profanan el templo. Con todo, hijo, es posible liberarse de esa esclavitud. Muy simple: abrirse a los efluvios de ternura que caracterizan el espíritu navideño, perderse sin miedos y sin cálculos en lo simple.

– ¿Y cómo lograrlo, tío?

– Se trata de recuperar la capacidad de asombro. Porque Navidad es asombro. Desde el punto de vista teológico y religioso, por la aceptación del misterio de un Dios que se encarna, que se hunde en la condición humana. En el campo de los sentimientos, un asombro con olor a musgo de pesebre, que no otra cosa es el descubrimiento del valor de lo humilde, de lo sencillo.

Arrojemos a los mercaderes del templo navideño con el dulce látigo de la ternura.

En el nº 17 de Vida Nueva Colombia.

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