OBITUARIO: Sergio Valech Aldunate, héroe de la solidaridad

El obispo auxiliar emérito de Santiago, Sergio Valech

(P. Cristián Precht Bañados) Falleció el 4 de noviembre, a los 84 años, y durante dos días una fila interminable de personas acudió a rendirle homenaje. La misa exequial contó con las más altas autoridades del país; incluso el presidente Piñera pidió aplazar su inicio para llegar a tiempo a Chile y participar en ella. El cortejo fúnebre recibió muestras de cariño y de respeto, y no faltó un grupo de mujeres, pobres y dolientes, que caminaron junto al coche funerario. Sin embargo, por propia voluntad, sus restos descansan junto a sus padres y no en la cripta de los arzobispos de Santiago, como deseaba el cardenal Errázuriz.

¿Quién fue, entonces, don Sergio Valech Aldunate para recibir tantos homenajes? Hallamos respuesta en la homilía del arzobispo de Santiago: fue “un varón bueno, justo y generoso; un hermano en el episcopado que, desde muy joven, respondió al llamado del Señor y no dudó en entregarle su corazón entero; un Pastor que vivió con las puertas de su oficina y de su corazón siempre abiertas para acoger a todo el que llegara; un discípulo de Jesucristo […] en quien nunca hubo acepción de personas”.

“Servidor”, como se autodenominaba, siempre buscó las capillas más pobres para ayudar los fines de semana y regalarle a la gente prédicas breves y una misericordia desbordante. Por razones familiares, heredó una fortuna considerable con la que, textualmente, “pasó haciendo el bien”. Estableció una Fundación para ayudar a construir varias escuelas, dispensarios y hasta un hospital. Y legó una buena cantidad a la Universidad Católica de Santiago, además de innumerables ayudas mensuales a obras benéficas donde se sirve a los ancianos, a los más pobres, a personas discapacitadas. Todo esto en el más absoluto silencio. Ni siquiera los más cercanos tienen el panorama completo de sus donaciones. Incluso muchos hermanos sacerdotes que dejaron el ministerio, en las situaciones más diversas, recibieron su apoyo silencioso hasta lograr un trabajo estable.

A él le gustaban los segundos planos, no destacar. Sin embargo, Dios quiso que fuera el último Vicario de la Solidaridad (1988-1992), la de la defensa y promoción de los derechos humanos, en tiempos muy complejos, cuando, en medio de manifestaciones y protestas, declinaba el régimen del general Pinochet. Sólo entonces, y por razón de su oficio, empezó a ocupar los primeros planos y a llenar espacios en los medios. Con su consabida rectitud, supo tomar con serenidad, y hasta buen humor, las críticas que se le hicieron, sin dejar de defender con firmeza la dignidad de las personas y la misión de la Iglesia de intervenir en su favor, también en estos temas, lo que incluso muchos católicos no acababan de comprender.

Con esa misma serenidad y bonhomía, mostró todo su temple de obispo, al negarse a entregar los archivos de la Vicaría de la Solidaridad a un juez militar. Alegando el “secreto confiado” a la Iglesia, no cedió un milímetro ante tal requerimiento. Sin alterarse, y sin jamás alzar su voz de contrabajo, hizo saber al mundo que antes caer preso que entregar esos archivos que –dicho sea de paso– son el mejor testimonio de los 17 años de Gobierno Militar. Con esa actitud terminó por ganarse el respeto de la sociedad entera, incluso de los uniformados que pretendieron juzgarlo. ¡Gracias, don Sergio!

En el nº 2.733 de Vida Nueva.

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