La generación perdida, también en la Iglesia

Los jóvenes de la JMJ 2011 viven una de las épocas de mayor incertidumbre

(José Luis Palacios) La Iglesia española se está volcando en la preparación y organización de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) del próximo año, que reunirá, según las previsiones, a dos millones de participantes. Son parte de la “generación perdida” a la que se ha referido el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, debido a los 81 millones de desempleados de entre 16 y 24 años que hay en el mundo, el 13% de la población activa de esas edades. De la juventud española, directamente se puede decir que son la “generación desamparada”. Sufren el doble de desempleo que sus mayores, afectados ya de por sí por unos índices de paro dramáticos. Hay casi un millón y medio de menores de 30 años sin empleo, el 32% según la Encuesta de Población Activa, cifra que aumenta hasta el 40% si se trata de personas hasta los 24 años; y hasta el 62%, entre los menores de 20 años. Por no hablar de ese 14% que ni estudia ni trabaja.

En su mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XVI explica bien a las claras que muchas de las grandes aspiraciones que asaltan a infinidad de muchachos antes de convertirse en adultos dependen también de las circunstancias: “Al pensar en mis años de entonces, sencillamente no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación”. El Papa reconoce que entre la juventud de hoy, “muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz”. Una meta profundamente humana, pero llena de obstáculos en España, donde más de la mitad –el 53,6%– de quienes tienen entre 18 y 34 viven todavía en el hogar paterno, unos diez años más que la media de sus coetáneos europeos. De hecho, el matrimonio, más que los ritos civiles o religiosos, queda realmente certificado cuando se firma la hipoteca bancaria, posponiendo una decisión íntima que debería estar ligada a la madurez personal, a la aprobación de los agentes financieros.

Los hogares recién formados, además, suelen verse abocados a vivir como si hubieran elegido llevar una vida sobria. El salario medio de un joven de entre 18 y 34 años apenas le permite sentirse “mileurista”. Si además se tiene en cuenta que la suma de los intereses más el capital concedido por los bancos se lleva gran parte del salario –56% en una vivienda comprada–, hay que ser muy optimista, estar profundamente convencido de la providencia o pertenecer a las clases desahogadas para aventurarse sin dudar a criar a los hijos, sin apenas políticas de apoyo a la familia. La edad media para ser madre está en los 31 años, y no es más alta por la llegada de inmigrantes jóvenes. La fecundidad se sitúa en el 1,4, una de las más bajas del mundo.

Joseph Ratzinger insistía en su mensaje sobre la JMJ de agosto en Madrid en que “la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante”. El 42% de los 3,2 millones de jóvenes de entre 20 y 30 años que tienen la fortuna de trabajar, lo hacen con un contrato temporal. Pero es que el 20% no llega a trabajar más de seis meses seguidos, y el 15%, ni a un trimestre. Además, la preparación recibida se desaprovecha con excesiva alegría: el 44% de los jóvenes de 25 a 29 años se conforma con estar empleados en un puesto por debajo de su nivel de preparación. Pero, sin buena formación, las consecuencias son aún más dramáticas. El 62% de los menores de 25 años sin estudios está en paro.

¿Y qué hace la Iglesia?

Antonio Matilla

La Iglesia española ha manifestado un constante interés por los jóvenes. “La jerarquía está más implicada que los laicos cristianos, las comunidades parroquiales, etc., en las realidades que afectan a los jóvenes. Otra cosa es que tengan éxito”, considera Antonio Matilla, consiliario del Movimiento Scout Católico, con 30.000 miembros entre niños, jóvenes y adultos. También Koldo Gutiérrez, salesiano responsable de la revista Misión Joven, admite que “no siempre acertamos, no siempre sabemos cómo llegar”, y se pregunta si se está utilizando un “lenguaje que sea comprensible y significativo” para hablar de Dios, “el gran ausente de nuestra cultura”, como insiste el Papa, a los jóvenes.

Apunta Pedro José Gómez Serrano, profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, que “falta más diálogo de los jóvenes cristianos con la cultura actual; últimamente, se subraya mucho la identidad, cuando igual de importante, si no más, es relacionarse con las claves de esta época. Los colectivos se vuelcan mucho en sí mismos y descuidan el compromiso social”. “Nos vendemos muy mal”, expresa coloquialmente Lauro Martínez, salesiano y responsable del Centro Juvenil “La Balsa” de Estrecho, en la capital. El sacerdote, que presta apoyo a cinco comunidades de jóvenes, considera que falta en la Iglesia “más pedagogía y capacidad de escucha”. “Hoy en día ser cristiano equivale a ser un bicho raro, cuando antes parecía que significaba ser lo mejor de la sociedad”, añade Lauro, para quien “creímos que, como teníamos la Verdad de nuestra parte, no hacía falta esforzarnos en presentársela a los demás”.

“La Iglesia, en contra de cierta opinión demasiado común, no tiene una estructura empresarial piramidal, sino que está formada por un montón de comunidades, congregaciones, movimientos e instituciones que tienen una gran autonomía entre sí, lo cual genera un montón de respuestas e iniciativas en favor de los jóvenes, pero que no están ni suficientemente coordinadas ni convenientemente publicitadas”, dice el consiliario de los Scouts. Matilla declara, sobre la atención social a este colectivo, que “son muchas las iniciativas que se dan en cada grupo y en cada asociación diocesana e interdiocesana, algunas de ellas reconocidas por el Estado en forma de subvenciones. Pero, desde una perspectiva general, podríamos decir que el escultismo aborda el fracaso escolar mediante ayudas concretas de los monitores y los iguales, y mediante un diálogo continuado con las familias y con la escuela, aunque este último deberíamos mejorarlo”.

Joan Balcells, de Adsis

Joan Balcells, recién ordenado sacerdote y miembro de Adsis, destinado a la parroquia de Nuestra Señora de las Rosas, en Madrid, destaca que “el otro día, alguien, de una asociación no confesional que gestiona pisos de acogida de menores y jóvenes, decía que se estaban planteando contratar a religiosas para atender a sus centros porque habían descubierto que su implicación vocacional con los chavales iba infinitamente más allá de una simple relación laboral”. Para este barcelonés de 35 años, que trabaja como profesor de Religión, “son muchísimos los proyectos de refuerzo escolar y otros con niños, adolescentes y jóvenes llevados a cabo por voluntarios desde distintas ONGs de Iglesia. La mayoría de colegios religiosos trabajan teniendo en cuenta la diversidad y a los alumnos más desfavorecidos o que tienen necesidades especiales”. En cuanto a su organización, Adsis, señala que “desde hace unos cuantos años trabaja para la promoción integral de los jóvenes a través de la Fundación del mismo nombre”.

David Cantero, de ACG-J

Para Matilla, “la Iglesia está en el ámbito de la sociedad civil y, desde ahí, debe colaborar con el Estado al servicio de los jóvenes. También tiene el deber, desde una antropología cristiana, apoyándose en su doctrina social, de denunciar lo que se hace mal en la sociedad o por parte del Estado. Las instituciones caritativas de la Iglesia hacen lo que pueden dentro de sus competencias y colaboran con las instituciones del Estado, porque muchas veces los recursos económicos los tiene el Estado. La Iglesia ha creado multitud de empresas de inserción laboral, ayuda a los adolescentes que han fracasado en la escuela, trabaja con otros en riesgo de exclusión…Ciertamente, si el compromiso bautismal fuera más serio, habría más iniciativas, pero es lo que hay”.

María Palau, de Tortosa

Esta visión es compartida por Pedro José Gómez: “La acción social de la Iglesia es muy importante, y nadie niega el esfuerzo de Cáritas con todas las víctimas de la sociedad, también aquéllas de menos edad. Es la verdadera subsidiariedad con las responsabilidades del Estado, pero sin ser más de lo mismo, sino haciendo las cosas de otro modo, con la intención de cuidar más las relaciones humanas y los aspectos personales”, defiende. Por concretar, cita a “jóvenes con fracaso escolar, con un historial penitenciario y con problemas de drogas”, entre los colectivos a los que se dirigen en ciertos colegios, movimientos, asociaciones y grupos. También señala que, “con desigual éxito, si se quiere, pero se hace algo más que muchas otras instituciones de la sociedad por promover la solidaridad, la participación y la responsabilidad entre los jóvenes, ya sea como catequistas, voluntarios o cooperantes…”.

Hablan los jóvenes

María Ángeles, de la JEC

Algunos jóvenes confirman la preocupación que existe en la jerarquía eclesial e, incluso, se sienten con el suficiente respaldo por parte de sus obispos: “Siempre he tenido libertad en la Delegación de mi diócesis”, expresa David Cantero, de 28 años de edad, ahora responsable del sector de jóvenes de Acción Católica General (ACG-J), tras su paso por la Diócesis de Burgos. También María Palau, de 27 años, de la Delegación de Juventud de la Diócesis de Tortosa, admite sentir comprometida y cercana, por lo menos, “a la jerarquía que yo conozco”. “Desde luego que se hacen cosas para los jóvenes”, asegura también María Ángeles Blázquez, la presidenta, de 26 años edad, de la Juventud Estudiante Católica (JEC), “pero no se suele dejar que sean ellos los protagonistas, sino que se les dan las respuestas que la Iglesia tiene preconcebidas”.

Saúl Pérez, de la JOC

Maca Úbeda, a punto de cumplir los 34 años de edad, y en la actualidad implicada en tareas en la parroquia de Guadalupe, de Madrid, a la que acuden, desde diferentes barrios de la ciudad, numerosos miembros de esa generación que no ha llegado a la edad adulta, tiene una experiencia diferente: “En mi antigua parroquia teníamos un montón de ideas, pero la mayoría se echaron para atrás. En vista de que no teníamos ningún apoyo, nos fuimos”. Para Saúl Pérez, con 26 años de edad, presidente de la Juventud Obrera Católica (JOC), “es una realidad constatable que quienes trabajamos en la pastoral de jóvenes y, especialmente, en situaciones o realidades más complejas desde el punto de vista de la evangelización, más allá de la parroquia, nos encontramos con un insuficiente apoyo”.

Este joven responsable en España del movimiento fundado por Carjdin considera que “la Iglesia no ha tenido la capacidad suficiente de adaptación a los rápidos y profundos cambios producidos en el contexto social. Se ha dejado de lado la labor más misionera y evangelizadora, que implica presencia y salida, para adoptar una posición de defensa y conservación, que implica un distanciamiento cada vez mayor con los ritmos y las vidas de una mayoría de la juventud”.

¿Qué esperan?

El salesiano Lauro Martínez asegura que los jóvenes de hoy “no esperan que la Iglesia les solucione los problemas de fracaso escolar, paro, vivienda…, aunque sí ayuda para encontrar sentido a sus vidas”. Eso sí, confirma que “los chavales sienten que la Jerarquía sólo denuncia la mitad de los problemas, los que tienen que ver con la moral personal, dejando a un lado, o no insistiendo con la misma fuerza, en la otra mitad, la moral social”.

David Cantero (ACG-J) es de los que consideran que “la Jerarquía se debería implicar mucho más en todos los problemas de los jóvenes, empezando por el desempleo, la precariedad y la emancipación tardía, pero también lo deberían hacer los párrocos, los laicos, los religiosos, los políticos que se consideran cristianos…”. Además, reconoce sentirse “estupefacto por la tibieza en la que vivimos instalados en la sociedad actual con todos estos temas. Veo los últimos posicionamientos que ha hecho el Papa ante la crisis y la juventud, y me pregunto por qué sí nos cuesta hablar a la Iglesia en España”.

Maca Úbeda, de Guadalupe

Maca Úbeda, de la parroquia de Guadalupe, asevera que “el Evangelio no es un conjunto de normas a cumplir, el cristianismo no es una doctrina moral, ni una ideología”. En su opinión, “es muy necesario, sea el tema del paro u otro, que lo que se trate en los grupos sea la realidad que viven los jóvenes hoy en día, no la que vivieron sus catequistas o animadores, ni la que nos gustaría que vivieran”. María Palau, de Tortosa, habla claro: “Los jóvenes no encuentran sentido a muchas de las enseñanzas que la Iglesia propone. Hoy más que nunca, hay que dar razón de nuestras razones y no vivir de un pasado que era muy diferente al momento actual. La doctrina sexual es, posiblemente, la que menos entiendan los jóvenes y, como mínimo, nos tendría que cuestionar”. “Es evidente que los jóvenes que hoy están en la Iglesia suelen ser estudiantes, hijos de un tipo de familias muy concretas”, apunta María Ángeles Blázquez (JEC). Según esta extremeña, “hay parroquias o iniciativas de Cáritas para el mundo rural que ofrecen algún tipo de ayuda social, normalmente relacionadas con el tiempo libre, la necesidad de tener espacios de encuentro, bibliotecas donde pueden estudiar sin límite de horas o acogida de inmigrantes, pero no hay una coordinación, ni se llega mucho más allá”. Profundizando en su análisis, la presidenta de la Juventud Estudiante Católica añade que la “Iglesia no parte de lo que necesitan los jóvenes de hoy en día, sino que les ofrece las respuestas que tiene de antemano”. David Cantero, de la Acción Católica, reconoce por su parte que “para los malos momentos de los chavales no hay acogida” e, incluso, no duda en hacer autocrítica y reconocer que “no sabemos cómo acompañar a personas que participan en nuestra actividad pastoral, pero que caen en el desempleo y desaparecen…”.

“Lo que sí falta es un análisis y un diagnóstico de la realidad y los problemas reales de la juventud, que luego dé pie a la denuncia y a las propuestas”, dice el también profesor universitario de Economía, Pedro José Gómez: “Hay estudios, de Cáritas, de Foessa, de la Fundación SM…, pero la Iglesia no tiene un discurso sociológico y político que le lleve a criticar y denunciar. Los movimientos especializados de Acción Católica, tal vez, sean los que más esfuerzos hacen por hacer ese diagnóstico, por acercarse a la subcultura juvenil y, en la medida que pueden, por lanzar sus alternativas”. Lamenta la pérdida de “la creatividad pastoral y la conciencia crítica que sí existía entre los jóvenes cristianos de la Transición.

Había una gran efervescencia de formas pastorales y vivenciales nuevas, de situarse y moverse en la sociedad que en su momento sí sirvieron y dieron el fruto que dieron, pero que hoy en día apenas se ve. Ahora pretendemos que los jóvenes se integren en estructuras anacrónicas”. Pedro José Gómez concluye que, “en general, puede decirse que los colectivos de cristianos han sido casi la única oposición con algo de repercusión a la última reforma de [la ley de] Extranjería o, en el ámbito económico, los que han buscado, con modestia, formas para afrontar el aumento de la precariedad. Sin embargo, a la hora de abordar la realidad juvenil desde la Iglesia, se siguen repitiendo demasiado los tópicos negativos sobre ellos y se da a entender que los ‘nuestros son los sanos’”.

En el nº 2.732 de Vida Nueva.

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