La generación perdida, también en la Iglesia

Preocupación eclesial por la precaria situación de los jóvenes, quienes no siempre se sienten respaldados

(José Luis Palacios) La Iglesia española se está volcando en la preparación y organización de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) del próximo año, que reunirá, según las previsiones, a dos millones de participantes. Son parte de la “generación perdida” a la que se ha referido el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, debido a los 81 millones de desempleados de entre 16 y 24 años que hay en el mundo.

De la juventud española, directamente se puede decir que son la “generación desamparada”. Sufren el doble de desempleo que sus mayores, afectados ya de por sí por unos índices de paro dramáticos.

En su mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XVI reconoce que entre la juventud de hoy, “muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz”.

Una meta profundamente humana, pero llena de obstáculos en España, donde más de la mitad –el 53,6%– de quienes tienen entre 18 y 34 viven todavía en el hogar paterno, unos diez años más que la media de sus coetáneos europeos. Por otro lado, el 42% de los 3,2 millones de jóvenes de entre 20 y 30 años que tienen la fortuna de trabajar, lo hacen con un contrato temporal.

¿Y qué hace la Iglesia?

La Iglesia española ha manifestado un constante interés por los jóvenes. “La jerarquía está más implicada que los laicos cristianos, las comunidades parroquiales, etc., en las realidades que afectan a los jóvenes. Otra cosa es que tengan éxito”, considera Antonio Matilla, consiliario del Movimiento Scout Católico, con 30.000 miembros entre niños, jóvenes y adultos.

También Koldo Gutiérrez, salesiano responsable de la revista Misión Joven, admite que “no siempre acertamos, no siempre sabemos cómo llegar”, y se pregunta si se está utilizando un “lenguaje que sea comprensible y significativo” para hablar de Dios, “el gran ausente de nuestra cultura”, como insiste el Papa, a los jóvenes.

Hablan los jóvenes

Algunos jóvenes confirman la preocupación que existe en la jerarquía eclesial e, incluso, se sienten con el suficiente respaldo por parte de sus obispos: “Siempre he tenido libertad en la Delegación de mi diócesis”, expresa David Cantero, de 28 años de edad, ahora responsable del sector de jóvenes de Acción Católica General (ACG-J), tras su paso por la Diócesis de Burgos. También María Palau, de 27 años, de la Delegación de Juventud de la Diócesis de Tortosa, admite sentir comprometida y cercana, por lo menos, “a la jerarquía que yo conozco”.

Maca Úbeda, a punto de cumplir los 34 años de edad, y en la actualidad implicada en tareas en la parroquia de Guadalupe, de Madrid, a la que acuden, desde diferentes barrios de la ciudad, numerosos miembros de esa generación que no ha llegado a la edad adulta, tiene una experiencia diferente: “En mi antigua parroquia teníamos un montón de ideas, pero la mayoría se echaron para atrás. En vista de que no teníamos ningún apoyo, nos fuimos”.

Para Saúl Pérez, con 26 años de edad, presidente de la Juventud Obrera Católica (JOC), “es una realidad constatable que quienes trabajamos en la pastoral de jóvenes y, especialmente, en situaciones o realidades más complejas desde el punto de vista de la evangelización, más allá de la parroquia, nos encontramos con un insuficiente apoyo”.

¿Qué esperan?

El salesiano Lauro Martínez, responsable del Centro Juvenil “La Balsa” de EStreño, en Madrid, asegura que los jóvenes de hoy “no esperan que la Iglesia les solucione los problemas de fracaso escolar, paro, vivienda…, aunque sí ayuda para encontrar sentido a sus vidas”. Eso sí, confirma que “los chavales sienten que la Jerarquía sólo denuncia la mitad de los problemas, los que tienen que ver con la moral personal, dejando a un lado, o no insistiendo con la misma fuerza, en la otra mitad, la moral social”.

“Lo que sí falta es un análisis y un diagnóstico de la realidad y los problemas reales de la juventud, que luego dé pie a la denuncia y a las propuestas”, dice el profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, Pedro José Gómez: “Hay estudios, de Cáritas, de Foessa, de la Fundación SM…, pero la Iglesia no tiene un discurso sociológico y político que le lleve a criticar y denunciar”. “a la hora de abordar la realidad juvenil desde la Iglesia, se siguen repitiendo demasiado los tópicos negativos sobre ellos y se da a entender que los ‘nuestros son los sanos’”, concluye Gómez.

Más información en el nº 2.732 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el reportaje completo aquí.

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