La Copa, en Guadalupe

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“Estamos seguros de la religiosidad de la mayor parte de los componentes de la selección, así como de técnicos y directivos. No digamos nada de los aficionados. Pues bien, no se ha podido ver gesto alguno de contenido religioso. Aunque no cabe la menor duda de que muchos habrán dado gracias a Dios por esta alegría, tan grande como merecida”


Ha pasado el tiempo y la más que posible polémica. Con motivo de la visita a México de la selección española de fútbol, el presidente de la Real Federación se llegaba a la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, corazón de la vida y piedad del pueblo mexicano. Ningún homenaje más grato para esa nación que este noble gesto.

En la visita al templo guadalupano, se presenta la Copa del Mundo, signo máximo del trofeo conseguido, a la imagen de santa María de Guadalupe. Presidente y acompañantes se hacen las consabidas fotografías ante la venerada imagen de la Señora, no sólo de México, sino de América Latina y el Caribe, y de muchos lugares de la geografía universal.

Hasta aquí, todo correcto y plausible. Pero, mira por dónde, repasando las páginas leídas, vistas y sonoras de nuestros informativos, no se acierta a encontrar alguna página en la que se relate algún acto de tipo religioso en el que, sobre más o menos, participaran miembros de la selección española. Eso sí, la llevaron a la Conferencia Episcopal para que la pudieran contemplar los obispos españoles hace unos días.

Estamos seguros de la religiosidad de la mayor parte de los componentes de la selección, así como de técnicos y directivos. No digamos nada de los aficionados. Pues bien, no se ha podido ver gesto alguno de contenido religioso. Aunque no cabe la menor duda de que muchos habrán dado gracias a Dios por esta alegría, tan grande como merecida.

Como tenemos todo eso de la laicidad, tan mal entendida, de la confesionalidad, como subterfugio de olvidos, lo de la confusa libertad religiosa, que más parece soslayar lo religioso que reconocer derechos públicos confesionales, pues que no se vea que somos creyentes ni por asomo.

Suele ser bastante frecuente que los equipos de fútbol españoles comiencen su temporada con algún acto de tipo religioso. Tampoco faltan la visita a la patrona de la ciudad y el ofrecimiento de los trofeos en circunstancias de triunfos en las competiciones.

Un conocido equipo de fútbol tuvo una serie de éxitos importantes. No faltaba la visita a la catedral. Ante tan reiterada y justa presencia, el obispo se vio obligado a decirle al presidente de la entidad deportiva: “¡Voy a tener que hacerles a ustedes fijos!”.

Que un Estado sea aconfesional no implica que deba hacerse sordo e insensible a los sentimientos de los ciudadanos, en muchos casos mayoritariamente católicos. Esto no sólo no es ofensa a los creyentes de otras religiones, o a los que no tienen alguna, sino una muestra de reconocimiento a una buena parte de la sociedad, aparte de que a persona alguna, por motivos religiosos, se le cierran las puertas de nuestros templos para acompañar a sus buenos amigos católicos en una expresión religiosa de acción de gracias.

Decía Benedicto XVI que “un Estado sanamente laico también tendrá que dejar lógicamente espacio en su legislación a esta dimensión fundamental del espíritu humano. Se trata, en realidad, de una ‘laicidad positiva’, que garantice a cada ciudadano el derecho de vivir su propia fe religiosa con auténtica libertad, incluso en el ámbito público” (Al Presidente del Senado italiano, 11-10-2005).

En el nº 2.732 de Vida Nueva.

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