Descenso

(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)

“Una vida comienza a ser interesante cuando hay alguien que ante ella se pregunta: pero, ¿no estará derrochando sus facultades? Pero, ¿no será un desperdicio lo que hace? Si una vida no suscita esta pregunta es que el sendero por el que transcurre es demasiado convencional. No es que lo convencional sea pernicioso, claro; pero nunca, nunca es el camino de Dios”

Si Jesús pasó su vida descendiendo –en la cuna, el taller y la cruz–, ¿qué podemos hacer nosotros sino descender también? En realidad, la Iglesia entera debería vivir de este único movimiento que es el descenso; sólo ahí –en el último lugar– debería ser reconocible como discípula de tal Maestro.

El verdadero obstáculo para una vida interior es el temor a perderse. Llamo perderse al fracaso como ser humano: no ser tomado en consideración, resultar raro y diferente, no tener el amor de una mujer ni el respeto de unos hijos, carecer de bienes y amigos, quedarse solo, incomprendido, perder lo que se ha ganado, ir a menos, desperdiciar la vida, no ser nadie… Sin correr el riesgo a que todo esto suceda, y sin que suceda de hecho de alguna forma, no se puede perseverar en el camino de la vida interior. En algún momento se capitula. Una vida comienza a ser interesante cuando hay alguien que ante ella se pregunta: pero, ¿no estará derrochando sus facultades? Pero, ¿no será un desperdicio lo que hace? Si una vida no suscita esta pregunta es que el sendero por el que transcurre es demasiado convencional. No es que lo convencional sea pernicioso, claro; pero nunca, nunca es el camino de Dios. Cualquier vida guiada por Dios resulta siempre excepcional.

Cada día pregunto a Dios: “Señor, ¿qué hago yo aquí?”. He pasado buena parte de mi vida formulando esta pregunta, y tanto he reclamado una respuesta que he llegado a pensar si no consistiría la vida espiritual precisamente en increpar al Cielo con este interrogante. En mantenerlo vivo y urgente.

En el nº 2.731 de Vida Nueva.

Compartir