Miguel Ángel Ruiz, un joven salesiano en Pakistán

Cuando Vida Nueva me pidió mi testimonio de fe, tan sólo hubo una cosa en la que no coincidía: eso de “un joven religioso”… Porque aunque tenga “sólo” 38 años, la verdad es que se sienten ya como 50, debido a la intensidad de una misión como Pakistán. La mía es una historia que no llamará la atención, porque es la historia de un niño como muchos otros, que llegó un día a casa, a sus 11 añitos, y se enteró de que sus padres se separaban, justo cuando había hecho un cursillo vocacional y estaba decidido a irse al aspirantado de Arévalo

En fin, no fue siempre fácil, pero fueron años muy bonitos donde me sentí muy querido por todos los salesianos que nos cuidaban en la Formación. Fue entonces cuando el deseo de partir a otras tierras y estar siempre disponible para los jóvenes más necesitados arraigó con fuerza. Escribí a los Superiores en Roma pidiéndoles que me dejasen ser misionero ¡cuando tenía 13 años! Y el entonces consejero mundial para las Misiones Salesianas, don Luc Van Looy, me escribió postales desde distintos lugares del mundo.

Fue mi Inspector, don Pedro López, quien me ofreció ir a estudiar a un país de misión, y le dije que sí enseguida. Tenía yo 22 años y veía cumplido el sueño de mi vida, aunque me iba a costar dejar a mi padre solo.  Así comenzó un año largo de preparaciones: cursillo misionero en Roma, inglés en Irlanda, discernimiento de mi destino como misionero… Fue don Odorico –que había tomado el relevo de don Van Looy– quien me informó en Roma de que mi obediencia a China –con la que siempre había soñado– estaba confirmada, pero que a él le gustaría más “si pudieses ser parte del equipo pionero en Pakistán, porque estoy convencido de que la tuya una auténtica vocación misionera y te necesito en ese país”.

Pakistán, Pakistán… Os reiréis, pero la primera vez que oí algo sobre Pakistán ¡tuve que ir a un mapa a ver dónde quedaba! Desgraciadamente, hoy es mucho más conocido por razones tristes de violencia y terrorismo. Pakistán es un país que, a día de hoy, me sigue sorprendiendo. Es cierto que uno puede sentarse a la vera del camino y llorar por las muchas cosas negativas que ve a su alrededor: la violencia, la intolerancia, la pobreza, los desastres naturales… Pero a los misioneros se nos ha encargado ser sobre todo portadores de Esperanza. Esperanza con mayúsculas, porque es una Esperanza que nace de nuestra fe y de nuestra unión con Cristo. Y visto así, no hay nada en este mundo (¡nada!) que nos pueda tumbar.

En estos días de inundaciones y catástrofes para el país, nosotros enseñamos a nuestros jóvenes en el Don Bosco Technical Centre que hay que ayudar a los que nos necesitan, independientemente de cuál sea su fe o de lo que nos hayan hecho. Y los chicos están convencidos de que es así. Por eso salimos esta noche hacia Hyderabad con 30 jóvenes voluntarios cristianos para repartir bolsas de comida que ellos mismos van a preparar y distribuir donde nos diga el Ejército. Justo en estos días nos enteramos por Cáritas de que las principales ONG islámicas del país están denegando la ayuda a los no musulmanes porque los fondos que usan provienen de un impuesto llamado ‘Zakat’, que se deduce anualmente de cada cuenta bancaria de los musulmanes. Nosotros hemos de enseñar a nuestros jóvenes que somos buenos cristianos ayudando a cualquier ser humano necesitado.

Hace unos días he comenzado mi noveno año en Pakistán. Soy un “joven” y feliz misionero salesiano en Pakistán y aquí voy a seguir hasta que mis Superiores decidan lo contrario. Yo no me voy a rendir. No soy ni un héroe ni mejor que nadie, tan sólo estoy donde creo que Dios me quiere, y eso me hace fuerte para seguir adelante cada día.

Más información en el nº 2.720 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, vea el testimonio completo aquí.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir