“En la Iglesia no existe el poder, sino el servicio”

Benedicto XVI celebra su tercer Consistorio, precedido por una jornada de estudio con todos los cardenales

(Antonio Pelayo– Roma) La nota distintiva de los consistorios para la creación de nuevos cardenales (llamados “rojos” por contraposición a los “blancos”, dedicados exclusivamente a los procesos de beatificación y canonización) es el subrayado que hacen de la universalidad de la Iglesia. Así ha sido también en el tercero de los celebrados por Benedicto XVI, el 20 de noviembre, si bien el elevado número de italianos dignificados con la púrpura (10 de los 24 nombrados) ha atenuado un poco la internacionalidad del grupo, donde estaban representados países más exóticos como Sri Lanka, la República Democrática del Congo o Egipto.

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La presencia de familiares, amigos o fieles de los neopurpurados periféricos se hizo notar por su colorido, su entusiasmo y su “diversidad” cultural, que no era obstáculo a su profundo sentido de catolicidad.

El Consistorio como tal estuvo precedido por una “jornada de oración y estudio” del Colegio Cardenalicio a la que estaban invitados sus 203 miembros, aunque muchos declinaron asistir por razones de edad, salud o distancia. En total participaron algo menos de 150, según el cómputo un poco informal que hizo el P. Federico Lombardi.

En mi opinión, esta “cumbre” cardenalicia había sido sobrevalorada por algunos comentaristas. Seis horas son un espacio de tiempo demasiado corto para abordar temas de tanto calibre como la libertad de la Iglesia en el mundo, la importancia de la plegaria litúrgica, los diez años de la declaración Dominus Iesus, el escándalo de la pederastia clerical y las perspectivas del acercamiento anglicano a la Iglesia católica. “Demasiado alpiste para un pájaro”, me dijo con frase gráfica un cardenal hispanoparlante. De hecho, los resultados han sido mediocres o, al menos, lo que se ha filtrado al exterior, que fue más bien poco.

En la sesión de la mañana del día 19, celebrada en el Aula del Sínodo, intervino el Papa, que se concentró en la libertad de la Iglesia en el mundo: “En el mandato del Señor de anunciar el Evangelio va implícita la exigencia de libertad para llevarlo a cabo, y sin embargo en la historia ha encontrado diversas oposiciones. La relación entre verdad y libertad es esencial, pero hoy se encuentra enfrentada al desafío del relativismo, que parece completar el concepto de libertad, pero que en realidad corre el riesgo de destruirla, proponiéndose como una auténtica dictadura”.

Fue el secretario de Estado el encargado de presentar “una visión panorámica de los intentos actuales de limitar la libertad de los cristianos en varias regiones del mundo”. En los países occidentales que deben al cristianismo los trazos profundos de su cultura e identidad, “se asiste –dijo Bertone– a un proceso de secularización con la tentativa de marginar los valores espirituales de la vida social”. Sobre los países islámicos, son recientes las noticias de muerte y violencia contra cristianos y las denuncias del Sínodo de los Obispos a la persecución, abierta o larvada, que practican ciertos gobiernos atacados de “cristianofobia”. Al parecer, ninguno de los cardenales habló de China, donde se han registrado nuevas intolerancias del Gobierno contra la jerarquía fiel a Roma.

Próxima carta ante los abusos

El prefecto de la Congregación para el Culto Divino, Antonio Cañizares, presentó una ponencia sobre la oración litúrgica en la vida de la Iglesia a la luz del Vaticano II, y ya por la tarde, después de una disertación del neocardenal Angelo Amato sobre la declaración Dominus Iesus, habló el cardenal William J. Levada sobre la Respuesta de la Iglesia a los casos de abusos sexuales, hacia una orientación común, y después, sobre la constitución apostólica Anglicanorum coetibus, que se ocupa de la admisión del clero y fieles anglicanos en el seno de la Iglesia católica.

El comunicado vaticano sobre la sesión vespertina no fue demasiado elocuente, pero contenía, al menos, una noticia: Doctrina de la Fe prepara una carta circular a todas las conferencias episcopales “con las líneas de fuerza que permitan un programa coordinado y eficaz” en consonancia con la política de tolerancia cero decidida por el Papa en esta delicada materia. En el debate posterior “se ha sugerido estimular a las conferencias episcopales a desarrollar planes eficaces, tempestivos, articulados, completos y decididos para la protección de los menores, que tengan en cuenta los múltiples aspectos del problema y las necesarias líneas de intervención para restablecer la justicia, asistir a las víctimas, prevenir y formar incluso en los países donde el problema no se ha manifestado con el dramatismo de otros”.

A las 10:30 h. del sábado 20 comenzó en la Basílica de San Pedro el ‘Consistorio ordinario público para la creación de nuevos cardenales’ presidido por Benedicto XVI en presencia de los 24 elegidos, los miembros sénior del Colegio y numerosas delegaciones oficiales de diversos países. España envió esta vez una de lujo, encabezada por José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, e integrada, entre otros, por Ramón Jáuregui, ministro de la Presidencia, y el vicepresidente tercero del Congreso, Jorge Fernández Díaz.

La solemne paraliturgia incluye en estos casos la proclamación de la Palabra, el juramento de fidelidad y obediencia de los nuevos cardenales al Papa, la imposición a cada uno de ellos de la birreta color púrpura y la asignación de una iglesia de Roma, de la que pasan a ser titulares, más un abrazo fraternal con el Pontífice y con los restantes miembros del Sacro Colegio.

En su homilía, Joseph Ratzinger destacó que en la Iglesia “no existe la lógica del dominio, del poder según los criterios humanos, sino la lógica de inclinarse para lavar los pies, la lógica del servicio, la lógica de la cruz, que es la base de todo ejercicio de autoridad”.

Esa tarde tuvieron lugar las llamadas “visitas de cortesía” a los nuevos cardenales, y allí es donde pudimos asistir a imágenes pintorescas: Reinhard Marx brindando con aguardiente bávaro que le sirvieron sus diocesanos; las monjas y laicas congoleñas que festejaban sonora y ostensiblemente con danzas e irrintxis a Laurent Monsengwo; las capas con orlas de armiño que vestían algunos dignatarios súbditos de Kazimierz Nycz; las interminables filas de gentes que querían acercarse a saludar a Gianfranco Ravasi, en las que se alternaban artistas, intelectuales, eclesiásticos de los más diversos rangos y familias religiosas, milaneses de toda la vida, académicos y profesores de universidad; los armónicos saludos que distribuía Domenico Bartolucci, director durante décadas de la Capilla Sixtina, a muchos de sus alumnos y antiguos cantores.

Al día siguiente, Solemnidad de Cristo Rey del Universo, la grandiosidad de la ceremonia subió aún varios grados, a lo que contribuyó en buena parte el componente musical: la Capilla Sixtina, bajo la dirección de su nuevo maestro, Massimo Palombella, ha ganado en calidad, y el sonido de las trompetas de plata sumergió a la Basílica en una atmósfera de altas temperaturas emocionales. Los 24 nuevos cardenales formaban un semicírculo alrededor del Altar de la Confesión.

Benedicto XVI quiso resaltar las características del “ministerio petrino”: “Es difícil este ministerio, porque no se alinea con el pensamiento de los hombres, con la lógica natural que, por otra parte, permanece siempre activa también en nosotros mismos. Pero éste es y sigue siendo nuestro primer servicio, el servicio de la fe que transforma toda la vida”.

Después impuso en la mano derecha de cada cardenal un anillo de oro que, como les había dicho antes, “es el sello de vuestro pacto nuncial con la Iglesia y en el que está representada la imagen de la Crucifixión. Por la misma razón, el color de vuestro hábito alude a la sangre, símbolo de la vida y del amor”.



ROUCO Y BONO: UN BRINDIS CORTÉS POR EL NEOCARDENAL ESTEPA

El cardenal José Manuel Estepa no ha dejado de repetir estos días palabras de agradecimiento: a sus familiares, a sus paisanos de Andújar con el alcalde a la cabeza, a los cardenales y arzobispos españoles que se han desplazado a Roma y, sobre todo, a la delegación del Arzobispado Castrense, encabezada por Juan del Río. El sábado, el embajador Francisco Vázquez ofreció una cena en honor del nuevo cardenal español. En la mesa presidencial tomaban asiento seis cardenales (Rouco, Amigo, Cañizares, Martínez Sistach y Estepa, más el arzobispo de Tegucigalpa, Rodríguez Maradiaga). Codo con codo, la delegación oficial presidida por José Bono. El cruce de brindis corrió a cargo del cardenal Rouco y de Bono: cortesía mutua, amabilidad con algunas briznas de ironía, reafirmación de buenos principios de convivencia, exaltación de una ideal colaboración Iglesia-Estado al servicio de todos los ciudadanos, declaraciones de buena voluntad y agradecimiento por ambas partes a los buenos oficios del embajador Vázquez. Éste se ocupó de que la presencia de Bono y del ministro Jáuregui sirviese para establecer nuevos contactos con las autoridades vaticanas. Los españoles fueron recibidos en la Secretaría de Estado, separadamente, por el sustituto, Fernando Filoni, y por Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados. También acudieron a entrevistarse con el prepósito de la Compañía de Jesús, P. Adolfo Nicolás.

FALLECE EL CARDENAL NAVARRETE


El cardenal jesuita Urbano Navarrete falleció en Roma el 22 de noviembre. Contaba 90 años, cumplidos el 25 de mayo, cuando ya llevaba algún tiempo en la enfermería de la Curia Generalicia de la Compañía aquejado de varias dolencias debidas, sobre todo, a su avanzada edad. El padre Navarrete, como seguían llamándole sus hermanos jesuitas y muchos de sus prestigiosísimos alumnos –cardenales y arzobispos por decenas, quizás centenares– fue creado cardenal el 24 de noviembre de 2007 y todos los comentaristas vieron en esta decisión del Papa la voluntad de agradecer los eminentes servicios prestados a la Iglesia por este “príncipe del Derecho Canónico”, profesor de esta asignatura desde hace décadas y rector de la Universidad Gregoriana de Roma. El telegrama del Papa al padre general de la Compañía, Adolfo Nicolás, destaca “su ejemplar servicio a la formación de las nuevas generaciones, especialmente de sacerdotes” y, al mismo tiempo, “el competente servicio prestado a la Santa Sede”, de cuyos organismos de gobierno fue consultor. Nacido en Camarena de la Sierra (Teruel), había conservado las mejores cualidades de las gentes de su tierra: sobriedad, entrega al trabajo, honradez y cierto sentido del humor.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.731 de Vida Nueva.

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