Mauro Piacenza: “Estamos saliendo de la crisis vocacional de Occidente”

Prefecto de la Congregación para el Clero

(Darío Menor) El nuevo cardenal italiano Mauro Piacenza es un astro creciente entre los sectores tradicionales de la Iglesia católica. Lo prueba su ascenso desde el cargo de secretario de la Congregación para el Clero hasta el de prefecto, donde sustituye al brasileño Cláudio Hummes. La asunción de la máxima responsabilidad del más antiguo dicasterio vaticano lleva de la mano su creación como cardenal en el consistorio que celebra este fin de semana el Papa. Piacenza desentona con el discurso pesimista sobre la disminución de vocaciones en Occidente al asegurar que “estamos saliendo de la crisis”.

A los sacerdotes les pide que “estén más atentos a las dimensiones de la oración y de la contemplación”, que se dediquen sólo a lo que es “exquisitamente sacerdotal” y no busquen la “realización profesional” en otros ámbitos. No se arruga el nuevo prefecto al hablar de cuestiones polémicas. Explica los abusos sexuales a menores por la “relajación moral”, consecuencia del “relativismo doctrinal y del arrinconamiento de la disciplina”, y considera que también son víctimas de los pedófilos “todos los sacerdotes que desarrollan con dedicación ejemplar su ministerio”. Y sobre el celibato apunta que no es una “simple ley eclesiástica”, sino una “natural consecuencia de la identidad del sacerdote”.

¿Cómo debe ser hoy un sacerdote? ¿Hace falta una actualización de sus características?

Su perfil debe ser el de siempre, el que Jesús y la Iglesia le piden que tenga. La evangélica figura del Buen Pastor, síntesis de la dimensión profética y de la sacerdotal, será siempre la imagen a seguir en cualquier época. La identidad sacerdotal no se decide en relación con el tiempo o según modas culturales, está sacramentalmente determinada por la voluntad de Cristo. En las distintas épocas, el sacerdocio se ha llevado a cabo de maneras diferentes, lo que no significa que haya mutado su esencia, sino que ha alterado algunos de sus aspectos para lograr una mayor eficacia misionera. Aun así, el sacerdote es siempre el mismo, y de esto se debe ser muy consciente en todo el recorrido formativo. El sacerdote es siempre alter Christus, configurado de forma ontológica por la potencia del Espíritu Santo y la imposición de las manos del obispo a Cristo. De esta configuración deriva su potestad para consagrar el Cuerpo y la Sangre del Señor y para perdonar los pecados. Esta identidad determina, de forma progresiva y eficaz, también el perfil espiritual del sacerdote.

Perfil espiritual

¿Y cómo se debe afrontar la época contemporánea?

En ésta parece completamente superada la idea de lo sagrado. La tentación de interpretar el sacerdocio en términos mundanos, con criterios de eficiencia, como si fuera un coordinador pastoral o un líder, es enorme. Por eso, el perfil espiritual de los sacerdotes de hoy debe, paradójicamente, estar todavía más atento a las dimensiones de la oración y de la contemplación, de la silenciosa escucha de la Palabra de Dios y de la progresiva identificación con el propio ministerio y, sobre todo, con las acciones sacramentales. El Santo Padre ha indicado varias veces durante el Año Sacerdotal la urgencia de esta renovación espiritual y, con ella, el necesario relanzamiento de la implícita dimensión misionera. Cualquier otra dimensión es una expansión natural del primado de la oración y de la relación personal con Cristo.

¿Cómo ha vivido los episodios de abusos sexuales?

Con un profundo dolor y abatimiento. Aunque se trata de episodios cometidos por un reducido porcentaje de sacerdotes –pero, dada la santidad ontológica del estado sacerdotal, es siempre terrible–, producen un gran dolor, ya que se constata que el misterio del mal continúa su incesante lucha contra Cristo. La competencia de estos casos es de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no de la del Clero, pero las noticias aparecidas, donde han sido verificadas, inducen al inmediato recogimiento, a una oración ferviente de reparación y a la penitencia personal para que Dios tenga piedad de todos. Siempre he confiado al Señor y a la Virgen tanto a los criminales como a sus víctimas. A esta inicial reparación, debe unirse la decidida intervención disciplinar y la tutela de las víctimas, que deben ser ayudadas a redescubrir la confianza en Dios y en la Iglesia. Víctimas de los sacerdotes criminales son también todos los sacerdotes que, con dedicación ejemplar, desarrollan cada día su ministerio.

¿Cómo cree que se puede reparar la imagen de los sacerdotes, dañada por los casos de los abusos?

Como en tantos otros ámbitos, también en éste Benedicto XVI nos da ejemplo. La admisión de la responsabilidad, la petición de perdón y la firme voluntad de acompañar y sostener a las víctimas, realizadas por el Santo Padre con un coraje admirable, representan el punto de partida. No se puede nunca curar una enfermedad si no se hace una diagnosis adecuada. La relajación moral es la inevitable consecuencia del relativismo doctrinal y del arrinconamiento de la disciplina. El cuidado de la formación en cada una de sus fases, la vigilancia, el atentísimo cuidado de la formación en los seminarios, así como en los centros teológicos, y el redescubrimiento de la identidad sacramental del sacerdote son las directrices a seguir, no tanto para reparar la imagen, sino para hacer emerger la verdad de lo que es un sacerdote.

¿Piensa que se debe abrir un debate sobre la cuestión del celibato?

Es casi una moda desde hace cincuenta años agredir al celibato eclesiástico. La Iglesia es consciente de la extraordinaria riqueza de este don de Dios. No es una simple ley eclesiástica, sino una natural consecuencia de la identidad del sacerdote y de su ser conformado a Cristo pobre, obediente y casto. El debate sobre el celibato debe realizarse profundizando en sus razones y reforzando el convencimiento de que no es un obstáculo para el florecimiento de las vocaciones. No debemos traicionar a los jóvenes disminuyendo los ideales, sino ayudarles a que los alcancen.

¿Un sacerdote siempre debe ser reconocible exteriormente, también en su forma de vestir?

En no pocas regiones del mundo, el hábito está completamente en desuso. El hecho de que algunos hayan renunciado a él no ha beneficiado a la identidad sacerdotal ni a la eficacia misionera y apostólica. Aunque el habitus fundamental sea la fe, la virtud y el trato humano cargado de paternidad y fraterna diligencia hacia todos, eso no significa que un sacerdote, como establecen las normas canónicas, pueda con ligereza liberarse de la responsabilidad de ser siempre reconocible, también a través de la ropa que viste. Un sacerdote no es un “funcionario de Dios” llamado a ejercitar el ministerio durante algunas horas del día o algunos días de la semana. Es, como decía san Juan Bosco, siempre sacerdote, en todas las circunstancias y momentos de su jornada.

Causas sociológicas

¿Cómo explica el escaso número de nuevas vocaciones sacerdotales en Occidente?

La crisis vocacional, de la que en realidad estamos saliendo, está ligada a la crisis de fe en Occidente. A las razones teológicas y eclesiales hay que unir algunas sociológicas. La primera es la disminución de la natalidad, lo que hace que también disminuya el número de jóvenes con vocación. En este panorama hay loables excepciones, llenas de entusiasmo y de esperanza, en los movimientos y las nuevas comunidades, donde se vive de manera pura e inmediata, traducida en vida concreta, lo que abre el corazón de los jóvenes a la posibilidad de donarse a Dios en el sacerdocio. El primer e irrenunciable remedio a la caída de las vocaciones lo ha sugerido el propio Jesús cuando dijo: “Rogad, pues, al Señor, para que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38). La oración por las vocaciones, universal e intensa, es la única respuesta posible. Donde existe, hay un repunte. Me gustaría que en cada diócesis hubiera un centro de adoración eucarística, posiblemente perpetua, para santificar al clero y a las vocaciones. ¡Es el más eficaz plano pastoral!

¿Cómo es hoy el trabajo de los sacerdotes? ¿Hacen demasiadas cosas?

Dos factores influyen de forma importante en la vida de los sacerdotes: el descenso en su número en muchos países y la “aceleración de los tiempos de la vida social”. A menudo, un sacerdote se hace cargo de varias parroquias, por lo que corre el riesgo de que su vida se reduzca a una carrera para realizar todas sus obligaciones y pierda de vista el sentido de estas cosas. Como recordaba el Santo Padre, también el reposo es un trabajo pastoral. Es necesario discernir lo que es de verdad esencial, salvaguardando los tiempos de silencio, de oración y de reposo. Un sacerdote hiperactivo, que debido a sus demasiados cometidos no esté nunca disponible para la escucha o no se detenga frente al sagrario, difícilmente podrá transmitir el sentido de Dios, el cual es la base tanto de la conversión como de la propia vocación sacerdotal. El debilitamiento de la identidad sacerdotal ha provocado en algunos la búsqueda de la “realización profesional” en otros ámbitos, como si el ser sacerdote no fuese suficiente. Se trata de experiencias conclusas, probablemente útiles para superar un cierto clericalismo, pero que hoy revelan toda su fragilidad e ineficacia. Lo que acerca a los hombres no es desarrollar sus trabajos, sino el compartir la misma humanidad, la misma pasión por la verdad y la justicia, el mismo corazón y la misma fe.

¿Cómo pueden los laicos ayudar a los sacerdotes?

¡Rezando! La mayor ayuda que se puede dar es una intensa oración, así como la estima por el sacerdocio y la demostración efectiva de este afecto, que nace en el corazón de quien sabe recibir del sacerdote al Señor y su perdón. Esta actitud orante es el inicio de toda posible colaboración, a la que están llamados todos los laicos. El modo concreto en que éstos pueden ayudar al sacerdote es pedirle sólo lo que es exquisitamente sacerdotal: el anuncio del Evangelio, los sacramentos, la formación cristiana y la dirección espiritual.

¿Qué le parece la formación que reciben hoy los sacerdotes? ¿Hay que mejorarla?

La formación no es sólo una cuestión de nociones culturales a aprender en las facultades teológicas, sino mucho más. Se trata de plasmar una personalidad creyente para que se convierta en sacerdotal. Venimos de siglos en los que todos los agentes educativos contribuían a la educación cristiana del pueblo y, por tanto, la formación en los seminarios podía centrarse en plasmar la identidad presbiteral. Hoy todo esto ya no existe y, por tanto, es necesario afrontar perfiles personales que llegan al seminario desde las realidades más dispares e, incluso, con experiencias controvertidas. Es necesario un gran discernimiento, una clara e inequívoca propuesta de fe, una adhesión sin condiciones a Cristo y a la Iglesia, un corte neto con el espíritu del mundo, su mentalidad, sus costumbres. Si no, no se puede ni siquiera imaginar a un sacerdote. No se trata de hacerse un extraño, sino de ser útil de verdad.

Cercanía episcopal

¿Cómo debe ser la actitud de un obispo con sus sacerdotes?

¡Ha de ser padre, hermano y amigo! Como padre, debe tener un gran sentido de la responsabilidad y guiar, acoger y, cuando es necesario, controlar y corregir. Como hermano, el obispo debe compartir la fe. Respetando las distintas funciones que Dios y la Iglesia le han dado, debe ser un hermano entre hermanos. Finalmente, la llamada a ser un amigo supone un compromiso más directo de la voluntad. La amistad es por su naturaleza gratuita, pero el amor entre amigos se puede “decidir” allí donde, con un acto libre de la voluntad, uno se vuelca en el otro, compartiendo sus problemas, fatigas y las alegrías del ministerio.

¿Cómo debe ser el trabajo de la Congregación para el Clero? ¿Piensa que se debe cambiar algo?

Ésta es la Congregación más antigua de la Santa Sede, creada por Pío IV en 1564 con el nombre de Congregación del Concilio y cuyo objetivo inicial era el cuidado de la correcta interpretación de las normas aprobadas en el Concilio de Trento. Hoy el dicasterio tiene tres oficinas: una para el clero, otra para la catequesis y una tercera administrativa. Obviamente, la mayoría de nuestras energías van a la primera, que es la expresión del gobierno del Santo Padre sobre los sacerdotes del mundo, excepto los de rito oriental o los de las tierras de misión. En el centro del trabajo del dicasterio debe estar la cuestión de la formación permanente, que está muy ligada a la inicial, ya que de ella depende la propia posibilidad de un ejercicio del Ministerio conforme a la voluntad de Cristo y de la Iglesia y, por tanto, también la eficacia de la acción evangelizadora y santificadora de los sacerdotes. Para cualquier reforma escucho religiosamente la voluntad del Papa.

dmenor@vidanueva.es

En el nº 2.730 de Vida Nueva.

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