Gaudí y la Biblia

(Nuria Calduch-Benages– Misionera de las Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret y experta en Sagrada Escritura)

“Es de sobra conocido que las tres fachadas principales representan los misterios de la infancia, pasión y gloria del Señor. Lo que a lo mejor muchos no conocen es el simbolismo bíblico de la nave central, construida como un bosque plantado frente al trono de Dios”

Recita así uno de nuestros refranes: “Familia, la Sagrada, y ésta, en la pared colgada”. Esta expresión de rechazo de la propia familia, así como de la institución en general, me lleva, por contraste, a pensar en la célebre frase de san José Manyanet i Vives (1833-1901), el apóstol de la Sagrada Familia: “Hacer del mundo una familia, y de cada hogar un Nazaret”. La espiritualidad de este sacerdote catalán, fundador de dos congregaciones religiosas dedicadas al apostolado familiar a través de la educación de la infancia y la juventud, está en el origen del proyecto del templo de la Sagrada Familia.

A principios de mes, el papa Benedicto XVI se desplazó a Barcelona, mi ciudad natal, para consagrar el templo de la Sagrada Familia, obra del arquitecto catalán Antoni Gaudí (1852-1926). El templo es una auténtica catequesis en piedra, cuyas lecciones se imparten no sólo dentro del templo, sino también en el exterior, en sus campanarios, fachadas, muros y ventanales. Es de sobra conocido que las tres fachadas principales representan los misterios de la infancia, pasión y gloria del Señor. Lo que a lo mejor muchos no conocen es el simbolismo bíblico de la nave central, construida como un bosque plantado frente al trono de Dios. Sus columnas (las diócesis del mundo) evocan la visión de la Jerusalén celestial en el libro del Apocalipsis (cap. 22) y la visión del templo del profeta Ezequiel: “Junto a los dos márgenes del torrente crecerán toda clase de árboles frutales; sus hojas no se marchitarán ni sus frutos se acabarán. Cada mes darán frutos nuevos, porque el agua sale del santuario. Sus frutos servirán de alimento y su follaje de medicina” (Ez 47,12).

Y, una vez más, constatamos que “el arte no representa lo visible, sino lo invisible que hay en lo visible”.

En el nº 2.730 de Vida Nueva.

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