Impresiones de un viaje memorable

(+ Javier Salinas Viñals – Obispo de Tortosa) El viaje apostólico de Benedicto XVI ha sido un acontecimiento de gran calado espiritual y social. A pesar del ruido que le ha precedido, la llegada del hombre vestido de blanco, el sucesor de Pedro, ha provocado el entusiasmo que suscita el encuentro con alguien que con sus gestos y palabras muestra la belleza del Evangelio.

Precedió a su llegada una conversación en el avión con los periodistas, en la que el Papa señalaba la situación que vive la Iglesia en España, y que hacía referencia a algunas actitudes que buscan situar la fe en un pasado ya superado, que tratan de acallar su voz en el debate público, olvidando que la fe cristiana ha tejido, con sus múltiples expresiones y testimonios, la historia de los hombres y mujeres de nuestra sociedad. Una valoración que, por mucho que se quiera rebajar, tiene fundamento en comportamientos concretos ante el hecho cristiano. El Papa, al hablar del laicismo agresivo que vive nuestra sociedad, quizás ha querido poner de manifiesto que los tiempos han cambiado y que es necesario mostrar de forma razonable, desde el respeto y la amabilidad, que la fe cristiana no es una amenaza para el futuro del hombre, sino la garantía de su auténtica libertad. Una fe que aúna al tiempo verdad y libertad, trascendencia y fraternidad, abandono en el Dios vivo y verdadero y servicio al hombre para que viva en plenitud. Llama la atención que, ni en Santiago ni en Barcelona, ha tratado temas de identidad cultural, ni tan siquiera ha hecho alusión a las raíces cristianas de nuestra sociedad. Su discurso se ha centrado en el anuncio de la fe a nuestro mundo, haciendo propias con naturalidad las lenguas gallega y catalana y, con ellas, las realidades culturales y sociales que las sustentan.

Durante su visita, el Papa no sólo ha mostrado la belleza del Evangelio con palabras, sino también con sus gestos, especialmente hacia los niños, a los que ha mostrado su atención y cercanía. Una proclamación de la esperanza del Evangelio, que tiene precisamente en los niños un símbolo de su novedad. Su gesto de proximidad a ellos se puso especialmente de manifiesto en su visita a la institución el ‘Nen Déu’ (Niño Dios), de Barcelona. En ellos nos recordó a todos que la dignidad de cada persona está por encima de cualquier otra condición y circunstancia, y que son precisamente los más pobres los que más necesitan de nosotros. En Santiago acogió sobre sus hombros la esclavina del peregrino. Así proclamó que, siendo para nosotros el sucesor de Pedro, el Pastor universal de la Iglesia, también quiere ser el peregrino en la fe, solidario con nuestras búsquedas y dolores, caminante en pos de Jesucristo, que ilumina el misterio de Dios y de los hombres y revela la misión de la Iglesia en nuestro mundo: “Velar por Dios y velar por el hombre”.

La dedicación del templo de la Sagrada Familia suscita la realidad del misterio de la Iglesia. El templo es como un icono de la vida concreta del pueblo que el Señor ha escogido para que proclame ante el mundo sus maravillas. De nuevo el Papa nos lleva del signo al misterio: Dios en nosotros y nosotros en Él. La asombrosa belleza de este templo ha de suscitar en la Iglesia que camina en Cataluña el deseo de “ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, cauce para que el mundo crea en Aquél que Dios ha enviado”. Y, ¿cómo será posible si todo el Pueblo de Dios no aspira a la santidad?

Impresiones de un viaje memorable que ha avivado mi alegría de ser cristiano y confirmado mi ministerio eclesial.

Gracias, Santo Padre.

En el nº 2.729 de Vida Nueva.

Número Especial de Vida Nueva

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