Pensamiento cristiano por construir

(Rafael de Brigard Merchán, Pbro) En una de las parroquias más antiguas de Bogotá, habitada por gentes de extrema pobreza y dedicados algunos a los oficios menos legales y convenientes para una sociedad, sus pastores han  dispensado desde siempre toda clase de misericordias y caridades. Han abierto instituciones para los niños, se han desvelado por generar ingresos a los habitantes de la calle, han amparado infinidad de ancianos, han dado de comer a generaciones enteras, han repartido los escasos dineros parroquiales pagando toda clase de deudas de los desposeídos para solucionar las incorregibles cuentas de la pobreza que todo lo consumen. Sin embargo, cuando estos hombres de la caridad suben al altar de la eucaristía al final del día, en muchas ocasiones se encuentran solos, sin siquiera una persona esperando la celebración de la santa misa. Al tratar de conciliar el sueño, estos levitas han debido preguntarse hasta el alba, qué ha faltado para que aquellas gentes revestidas de pobreza material ni siquiera sueñen con el bien espiritual.

Realidad válida para preguntarse si algunas acciones pastorales o la forma en que se hacen o el modo en que se sostienen no están en ocasiones situadas más sobre una fantasía que sobre una realidad que les de sentido. Aunque las obras de misericordia nunca son tiempo perdido, también es cierto que si no van acompañadas de una evangelización vigorosa y transformadora, no dejarán de ser acciones de supervivencia humana, pero incapaces de engendrar hijos para la eternidad. Por eso el Apóstol Pablo exhorta en la carta  a los cristianos de Roma a renovarse en la mente para ser agradables a Dios. Y en los Hechos de los Apóstoles también se enciende la alarma para que el servicio de la caridad  no sacrifique la predicación de la Palabra de Dios.

La evangelización tiene que ser capaz, como lo fue por siglos enteros, pero hoy en franca dificultad, de crear todo un sistema de pensamiento, o mejor, una forma de pensar en quienes reciben el anuncio salvador de Cristo. Si esto no se da, no hemos superado la consigna romana de comer y beber para mañana morir. ¿Acaso hemos llegado al punto donde el puente está quebrado? Es decir, la experiencia actual de tantos bautizados que tienen su mente, su pensamiento, su axiología en cualquier lugar menos en las parcelas del evangelio, ¿no nos está señalando que no hay un pensamiento cristiano para beber y alimentarse en él, una verdadera catequesis para nutrirse en ella, una predicación sonora para ser escuchada? Y el lamento no puede dirigirse a la escasez de medios para hacer llegar el mensaje pues no hay recurso tecnológico que no esté hoy en manos de los evangelizadores. Y, entonces, hacemos supurar otra herida: ¿Esta parafernalia comunicativa está suscitando un pensamiento cristiano o qué es lo que está realmente produciendo?

La historia de la Iglesia es también historia de pensadores, escritores, oradores, predicadores, enseñantes. ¿Hay crisis entre ellos? Pensar, escribir, argumentar, son tareas complejas, arduas, a veces áridas, pero necesarias. Si no se dan, el cuerpo eclesial se convierte simplemente en un equipo de trabajo, pero no en una comunidad de fe, convertida, orante y creyente y desde luego caritativa. Por esta razón también ha de ser que el pontífice actual no siempre encuentra el mejor eco entre los bautizados, pues su empeño es llenar las mentes de Cristo, pero las encuentra engolosinadas con mil acciones y sobre todo con el pensamiento del mundo.

Hubo épocas en que los pintores se inspiraban en el Evangelio, los escultores en los santos, los arquitectos en lo espiritual, los escritores en los teólogos. ¿Tiempos idos? En buena parte. Podemos seguir regalando la tierra a manos llenas, pero mientras no generemos una cultura cristiana, un pensamiento desde Cristo y su Evangelio, hombres y mujeres serán verdaderos seres de este mundo y al mismo tiempo extraños para Dios.

Publicado en el nº 14 de Vida Nueva Colombia.

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