El sueño cumplido de Antonio Gaudí

(Miguel Ángel Malavia – Enviado especial a Barcelona) El sueño de Antoni Gaudí, y con él, el de toda la Iglesia en Cataluña, se ha cumplido. De ahora en adelante, cualquier cristiano podrá participar de la celebración de la Eucaristía en el que ya es uno de los grandes templos del mundo: la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona.

Este hito, como no podía ser de otro modo, ha estado repleto de simbolismo. Si un 7 de noviembre de 1982, en el año del centenario de la colocación de la primera piedra, Juan Pablo II era el primer papa en visitar el templo, otro 7 de noviembre, de 2010, ha sido el día señalado para su dedicación.

Otro signo lo ha señalado el mismo Benedicto XVI en su homilía, haciendo referencia a san José, figura evangélica a la que permanece asociado el proyecto desde sus inicios: “Me ha conmovido especialmente la seguridad con la que Gaudí, ante las innumerables dificultades que tuvo que afrontar, exclamaba lleno de confianza en la divina Providencia: ‘San José acabará el templo’. Por eso ahora, no deja de ser significativo que sea dedicado por un Papa cuyo nombre de pila es José”.

Aplausos a las palabras del Papa

Igualmente significativa fue la reacción de los asistentes (unos 36.000 que copaban los exteriores de la basílica desde horas antes, no pudiendo ver nada la gran mayoría, salvo pantallas gigantes instaladas en las intersecciones de las calles circundantes) a una parte muy concreta de la homilía papal.

Aquélla en la que Joseph Ratzinger demandó el apoyo del Estado “para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente”.

Entonces, y de un modo espontáneo (hasta ese momento los fieles que estaban en la calle participaban de la misa en actitud de escrupuloso silencio), batieron los aplausos de miles y miles de personas.

Idéntica reacción en el mismo momento se producía en la Plaza Monumental, coso taurino prácticamente lleno de personas que seguían la señal televisiva.

Pero, si algo fue simbólico en el insuperable marco del templo gaudiano, desbordante de signos teológicos tanto en su fachada como en su espacio interior (Jordi Bonet, actual arquitecto principal, explicó a Benedicto XVI la carga profunda de los principales elementos), fue el propio ritual de la dedicación.

El Papa viste “como un príncipe”

Los más profanos se asombraron ante la imagen del Papa, vestido con un gremial (parecido a un mandil), extendiendo el aceite crismal por todo el altar.

En la tribuna que daba a la fachada principal, la hermana Pilar, religiosa de la Compañía del Salvador, explicaba a cinco niños de su colegio (en total habían venido más de 200) el porqué de cada gesto. Uno de ellos, Marc, no dudaba en definir al Papa como a “un príncipe”, aunque en un sentido más cercano al superhéroe de un videojuego.

Plaza Monumental, donde se congregaron miles de personas para seguir la Misa a través de pantallas gigantes

Otra religiosa, sor Magdalena, Hermanita de los Ancianos Desamparados, portaba orgullosa su banderita con la ‘senyera’, al tiempo que decía no pesarle sus muchos años con tal de tener la suerte de participar en “un día histórico” como éste.

Cerca de ella, Mila, de la Comunidad de Sant’Egidio (decenas de sus miembros, enarbolando una bandera gigante, copaban gran parte de la tribuna exterior central), pedía que este “regalo del Santo Padre” sirva, ante todo, “para reforzar a la juventud”, para demostrar que “hay muchos jóvenes muy buenos, que merecen la pena”.

Jóvenes eran los cientos de voluntarios que, identificados con un chubasquero azul del Arzobispado de Barcelona, ayudaban en las diversas tareas. Gerard, Aina y Alba, que centraron su labor en atender a los numerosos periodistas, se sentían enormemente “privilegiados” por participar activamente en un día que se recordará por siempre en la ciudad: el día en que se consagró “una iglesia hecha por el pueblo”, concluían.

Aplausos para los Reyes, leves silbidos a los políticos

Pesa a tratarse de un acto dominado por la solemnidad y la pomposidad de toda celebración litúrgica de carácter histórico, también hubo espacios para las emociones sin control, recordando el impacto del apoteósico recibimiento ofrecido anoche al Papa a su llegada al Arzobispado.

Fachada del Nacimiento, desde donde se rezó el 'Angelus'

Lo que se reflejó ya a primera hora de la mañana, cuando el Pontífice hizo su entrada en el ‘papamóvil’, dando una vuelta al exterior del templo para que todo el mundo le viera. Aún sin comparación, la otra gran ovación se la llevaron los Reyes de España.

Los representantes políticos –José Montilla, Carod Rovira, Artur Mas, Durán i Lleida, Josep Benach, José Bono, Ramón Jaúregui o Alicia Sánchez Camacho, entre otros– desfilaron sin despertar apenas la atención de los fieles congregados, salvo por los leves silbidos que escucharon algunos de ellos.

Sin embargo, aún quedaba el colofón para las personas que siguieron la celebración desde la calle: el rezo de Angelus, que Benedicto XVI (seguido del centenar de cardenales y obispos concelebrantes) presidió en un floreado templete en el vértice de la explanada de la fachada central. Imponiéndose el entusiasmo de los más jóvenes, “Ésta es la juventud del Papa” fue el grito (o rugido) más seguido.

A la conclusión de la misa, al perderse el rastro del ‘papamóvil’, en los oídos de todos quedaba el eco del potente sonido del Aleluya de Haendel, interpretado magistralmente por la Escolanía de Montserrat, una de las grandes protagonistas de toda la ceremonia.

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