Preguntas incómodas en el Obradoiro

Miles de fieles brindan una cálida acogida al Papa y a sus interpelantes palabras

(José Lorenzo– Enviado especial a Santiago de Compostela) Con su voz suave, casi frágil, y sin apenas errores perceptibles, tampoco en las pocas palabras que pronunció en gallego, Benedicto XVI dejó formuladas en el aire de Santiago de Compostela una serie de incómodas preguntas que interpelan directamente a una Europa que orilla sus raíces cristianas. “¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? ¿Cómo es posible que se le niegue a Dios (…) el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?”, se preguntó Joseph Ratzinger en la homilía de la eucaristía que celebró en la tarde del día 6 en la Plaza del Obradoiro.

Fueron todas ellas preguntas de calado, verdaderas cargas de profundidad para la conciencia de una Europa que, como apuntó el Papa, desde el siglo XIX no ha dejado de propalar que “Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”.

Son preguntas incómodas formuladas en un cálido escenario rendido a la figura de este Papa de la palabra, y en donde Benedicto XVI se sintió, en todo momento, arropado por la muchedumbre que llenó el Obradoiro, “espléndida plaza llena de arte, cultura y significado espiritual”, como la definió el Papa utilizando el gallego, y cuyo aforo de unas 6.000 personas se llenó una hora después de abrirse sus accesos a las ocho de la mañana.

Núñez Feióo, José Blanco, Francisco Vázquez y Mariano Rajoy, durante la misa en el Obradoiro

Los en ella congregados (más la gente que se arremolinó en las plazas adyacentes a la catedral compostelana), entretuvieron el tedio de la larga espera con cánticos, sobre todo procedente de numerosos grupos juveniles, que se reivindicaban como “la juventud del Papa”.

Sus ganas de celebrar les llevaban a acoger con igual sentimiento de calidez a quienes, llevados por la organización del evento, accedían en los instantes previos a la Plaza, como fue el caso de los periodistas, vitoreados cuando eran conducidos entre grandes medidas de control a las tribunas dispuestas para ellos.

Aclamados por esos mismos jóvenes fueron igualmente los obispos a medida que iban llegando para revestirse. Alguno hubo que, viéndole repartir sonrisas y estrechar manos, parecía una auténtica celebridad del espectáculo.

Más división de opiniones se apreciaron cuando llegaron el ministro de Fomento, José Blanco, y el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. No me atrevería a desentrañar a quién iban dirigidos los aplausos y a quién los abucheos pues, aun no yendo ambos políticos revueltos en ese instante, sí que iban a muy corta distancia. De hecho, luego estuvieron el uno al lado del otro en la primera fila.

Calor de todos los países

Pero también ayudó a sobrellevar la espera la breve aparición del Papa para saludarles a todos ellos desde la parte superior de la escalinata por la que se accede a la catedral por la fachada principal, la que acoge el Pórtico de las Gloria.

En ese momento, el Papa pudo sentir el calor de fieles llegados de Portugal, de Estados Unidos, de Argentina…, y de varios lugares de España, con predominio, al menos en las banderas, de vascos y asturianos. Curiosamente escaseaban las gallegas.

Por el contrario, fuera de ese maravilloso casco histórico de la capital gallega, las calles aparecían semidesiertas, salvo por la abundante presencia policial, que controlaba calles y carreteras.

Diríase que los santiagueses (buena parte al menos) se había quedado esa tarde en casa para seguir la visita desde el salón de casa en un día más tristón que los anteriores, y en el que si la lluvia no hizo acto de presencia para tranquilidad de la organización, sólo durante un brevísimo instante, justo al comienzo de la eucaristía, un suave sol otoñal lamió los rostros de los congregados y la piedra musgosa de los santos que los contemplaban desde la facha de la catedral compostelana.

La calidez se hizo intensa cuando llegó Benedicto XVI en su ‘papamóvil’. Y ese sentimiento le acompañó en toda la ceremonia. También cuando dejó abiertas preguntas incómodas de muy difícil respuesta.

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