¿Ha fracasado la sociedad multicultural?

(Vida Nueva) La canciller Angela Merkel ha hablado del fracaso del proyecto alemán de sociedad multicultural. Sus palabras han encontrado eco en otros dirigentes europeos. Pero, ¿qué hay de cierto en este análisis sobre la integración? En los ‘Enfoques’, reflexionan sobre esta cuestión Mohand Tilmatine, profesor del área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Cádiz, y Joaquín García Roca, profesor de cooperación internacional y movimientos migratorios.

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¿Fracaso rotundo o falso debate?

(Mohand Tilmatine– Profesor de Lengua y cultura bereber (amazige) en el área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Cádiz) Las rotundas declaraciones de la canciller alemana, Angela Merkel, han reanimado definitivamente el debate sobre la integración en Alemania y en Europa: “El proyecto de sociedad multicultural ha fracasado definitivamente”. Con estas palabras entra de pleno en ese debate, y lo hace en un contexto muy favorable a estas ideas, pues varios dirigentes o personalidades de diversos países europeos han irrumpido ya en escena con declaraciones del mismo calado.

El actual contexto político internacional está marcado por varios factores que agudizan estas reacciones, especialmente la aparición del islamismo radical y militante. Tal discurso supone la continuación de un largo debate sobre conceptos controvertidos como la Leitkultur (“cultura-guía o de referencia”) en torno a la integración de los inmigrantes, por el que sobreentiendo que la cultura alemana debería ser la cultura de referencia. Por no hablar del contexto económico, cuya situación de crisis e incertidumbre dispara los miedos, que a menudo se reflejan en el rechazo de lo extraño y del extranjero, con el peligro de dar alas a ideas neonazis.

Así las cosas, no deberían sorprender las declaraciones de Merkel, más aún cuando reflejan una preocupación real de los ciudadanos, hartos de discursos vacíos o de determinismos ideológicos que obedecen fundamentalmente a las precauciones habituales de no salirse de lo políticamente correcto. Sus palabras revelan que los modelos de integración intercultural parecen haber fracasado, y hay que empezar por reconocer esta realidad.

¿Qué modelo de sociedad plantear entonces? Más allá de los títulos, este debate abierto sobre el multiculturalismo no se plantea de forma correcta. A problemas reales, se responde con la manipulación de sensaciones legítimas de inseguridad, acudiendo a clichés y prejuicios. ¿Qué hacer?, ¿dónde esta la solución? Está claro que resulta muy difícil contestar a esta cuestión.

De entrada: guste o no, existe diversidad en muchos ámbitos. No se puede arrojar a los musulmanes al mar, como no se puede ignorar a las Iglesias y su papel en la sociedad, ni tampoco a los laicos y muchos otros grupos. Todos tienen el derecho a vivir. El mismo derecho. Esta diversidad debe, por consiguiente, reflejarse en el sistema social, político, cultural, económico y político. Es evidente que las referencias no pueden ser, entonces, ni el color de la piel, ni el país de origen, ni las religiones.

La solución más acertada sería, por tanto, una sociedad donde las únicas referencias sean unas normas de conducta: la Constitución, las leyes… Hay que tratar a todos como ciudadanos iguales, para lo bueno y para lo malo, y no dejar de hacer cosas para no herir a según quién. Las leyes deberían ser el resultado de un debate democrático y sereno. De un consenso. Y deben ser representativas. Sin empezar a decir: “Nosotros somos superiores”, o a pensar que fulano, por haber llegado de fuera, tendría menos capacidades y/o menos derechos. Por cierto, ¿hasta cuándo un inmigrante es un inmigrante?, ¿10, 20, 30, 50 años? ¿O toda la vida? ¿Tendría que llevarlo como un pecado de nacimiento?

Así, si en un país la poligamia está prohibida, está prohibida. Si las niñas tienen que hacer deporte e ir a la piscina, que vayan. Por supuesto, hay que hablar y aprender la lengua del país de acogida, respetar las leyes y adaptarse a sus normas consensuadas. Si los musulmanes quieren matar el cordero para la Fiesta del Sacrificio, que lo hagan según las normas del país en el que están; si existen fiestas religiosas, de todas las religiones, que se respeten todas en la medida de lo posible, pero sin imponer ninguna a los demás. Por eso, los espacios públicos (escuelas, universidades, instituciones estatales…) deberían estar libres de religiones, sin símbolos ostentosos en los espacios compartidos por todos. Pero eso no significa prohibir, sino libertad religiosa total. Tal como la pidió el 20 de octubre el presidente alemán, Christian Wulff –en contraposición a la canciller de su país– en Estambul. Pero aquí también. ¡Ojo! Exigir de los países musulmanes la misma práctica con las minorías, religiosas o no. No cerrar los ojos para cerrar jugosos contratos comerciales. Sólo entonces, cuando se dé el mismo trato a unos y otros, el discurso de los políticos será creíble.

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La diversidad ha llegado para quedarse y para crecer

(Joaquín García Roca– Profesor de cooperación internacional y movimientos migratorios) El modelo de inmigración alemán basado en el enfoque multicultural ha fracasado”, según la canciller Angela Merkel. Sí, ciertamente, se equivocan, al considerar sólo “trabajadores invitados” a quienes llegan para sostener el crecimiento alemán sin reconocerles la plena ciudadanía y recluyéndoles en barrios exclusivos; se equivocan cuando los rumanos tienen que ocultar su identidad para no ser deportados y quedar así orillados en lugares deprimidos; se equivocan cuando los niños inmigrantes son reducidos a escuelas especiales a causa del origen de los padres; se equivocan cuando los vecinos se niegan a alquilar una vivienda por razón étnica y, humillados, tienen que juntarse con los suyos; se equivocaron cuando turcos, italianos y españoles tuvieron que crear Casas Regionales para poder ser reconocidos en algún lugar. Es el mismo error que se comete cuando el discapacitado sólo se puede juntar con discapacitados porque se les considera personas disminuidas; o los ricos con los ricos, para proteger su honor; los jóvenes con los jóvenes, porque sus cantos son originales; los viejos sólo con los viejos, porque caminan despacio. Bienvenida la conciencia de culpa y del error.

Sin embargo, la salida de este error puede llevar a otro igualmente grave. Consiste en ver la solución en que las personas dejen de considerarse turcos, rumanos, ecuatorianos, musulmanes, judíos… y se conviertan en ciudadanos sin atributos, sin historia, sin tradiciones, sin identidad, sin idioma, sin religión. Y, de este modo, acomodarse a la mayoría cultural, religiosa o política, que unos desearán que sea cristiana y otros laica o musulmana. ¿Qué decir de este proceder de asimilación?

Confunde lo que es un proceso estructural, traído por la movilidad, la comunicación, el turismo y las migraciones, y lo que es un problema social que puede resolverse. Con la misma necesidad que los capitales, las mercancías y las noticias traspasan las fronteras, circulan estilos de vida, modelos culturales, costumbres y civilizaciones. Las fronteras hoy son una quimera. Hoy todos los países son sociedades plurales compuestas por grupos que se identifican según su etnia, religión o lengua, vinculados a culturas y modos de vida. La diversidad cultural ha llegado para quedarse y la interdependencia de los pueblos para crecer.

Ignora que si algo demostró la historia del siglo XX es que el intento de crear naciones culturalmente homogéneas con identidades unitarias sólo se consigue a través de la represión cultural, la persecución religiosa o la limpieza étnica. No es posible ni deseable que la nación sea una realidad única y uniforme que se contamina con el contagio de otras culturas.

Abre mayores esperanzas gestionar la diversidad lejos tanto de la multiculturalidad como de la asimilación. Se puede fomentar la interacción entre culturas diversas y cada vez más complejas. Cuando los niños de distintos países, culturas y etnias juegan juntos en el patio del colegio, o los vecinos de una finca asisten juntos a la reunión de la escalera, están sellando acuerdos interculturales. La sociedad humana es siempre el encuentro de tradiciones, genes y expectativas diferenciadas. Y no hay ninguna razón para creer que mi historia es más justa y verdadera que la del otro. Hoy, las culturas se influencian unas a otras y, al contrario que en la asimilación, cada individuo y cada cultura pueden aportar potencialidades valiosas; si dos dicen lo mismo, uno de los dos sobra. Al contrario que en el multiculturalismo, este proyecto implica que se mueve tanto la cultura mayoritaria como las minorías culturales. Necesitamos la pluralidad de las miradas para salvar al planeta, para descubrir la igual dignidad de todos los seres humanos y para gozar de la inmensa variedad de una vida plenamente humana.

La interculturalidad conoce los conflictos y las tensiones, pero ahora están hechos en y a través de la diversidad y se pueden resolver mediante la deliberación pública, el reconocimiento del otro, la cooperación mutua y el respeto a la dignidad, sin victoria de unos y destrucción de los otros. El mestizaje, al que hoy se declara peligroso y erróneo, será la energía ineludible para la convivencia en el siglo XXI o no habrá humanidad. Bastará acercarse lealmente unos a otros como propone el apólogo tibetano: “He visto una sombra en medio de un bosque y he tenido miedo al creer que era un animal peligroso. Me acerqué y vi que era un ser humano. Me he aproximado un poco más y he visto que era mi hermano”.

En el nº 2.727 de Vida Nueva.

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