Editorial

Un Sínodo valiente y lleno de esperanza

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Publicado en el nº 2.727 de Vida Nueva (del 30 de octubre al 5 de noviembre de 2010).

Ha concluido el Sínodo para Oriente Medio. Ha sido un encuentro en el que se han abordado temas candentes con valentía y esperanza. En él, se ha reflexionado, a la luz de la Escritura y de la Tradición, sobre la presencia y el futuro de los cristianos y de los pueblos de aquellas latitudes, así como sobre los problemas que asolan una región en donde históricamente nació el plan de salvación de Dios. Es la cuna del “designio salvífico”, según palabras de Benedicto XVI en el discurso de apertura.

En las dos semanas de sesiones, los padres sinodales han estudiado los numerosos desafíos que se presentan en aquellas tierras, como la necesaria comunión en cada Iglesia y entre las Iglesias católicas de distintas tradiciones, poniendo especial acento en la labor ecuménica y el trabajo por la paz en las condiciones políticas y de seguridad en estos países, así como el pluralismo religioso existente en ellos.

No ha sido ajena a esta Asamblea la realidad convulsa en la que viven instalados los países de la zona. Así, se ha abordado el impacto del conflicto palestino-israelí sobre toda la región, “especialmente sobre el pueblo palestino, que sufre las consecuencias de la ocupación israelí”, según reconocieron los padres sinodales, mostrando su preocupación por el futuro de Jerusalén y advirtiendo sobre las iniciativas unilaterales que podrían cambiar su demografía y estatuto. Ante esta situación, se ha indicado que la paz “justa y definitiva” es el único camino para que encuentren solución los problemas

En este sentido, no se ha olvidado el sufrimiento del pueblo de Irak, en donde, junto a muchos, han perdido la vida cristianos. La Asamblea ha expresado su solidaridad con aquellas gentes y sus Iglesias, manifestando el deseo de que aquellos que se han visto obligados a abandonar sus países puedan encontrar, allí donde lleguen, el auxilio necesario para que puedan regresar a sus hogares y vivir seguros en ellos.

Un Sínodo que ha apostado, una vez más, por el diálogo entre cristianos, musulmanes y judíos, unidos por la Escritura. Es tiempo de un compromiso común para buscar la paz sincera, justa y definitiva. Importante ha sido la advertencia lanzada para que la Palabra de Dios no sea excusa y recurso para justificar las injusticias.

Una llamada especial del Sínodo ha sido a la comunidad internacional, en particular a la ONU, para que trabaje, sinceramente, por una solución que traiga la paz justa y definitiva a la región mediante la aplicación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, y tomando las medidas jurídicas necesarias para poner fin a la ocupación de los diferentes territorios árabes. Ha sido claro en su posicionamiento en el conflicto palestino-israelí, algo que ha desatado ciertas críticas. “El pueblo palestino podrá, de este modo, tener una patria independiente y soberana y vivir allí con plena dignidad y estabilidad. El Estado de Israel podrá gozar de la paz y de la seguridad dentro de fronteras internacionalmente reconocidas”, se dice. En este sentido y como símbolo, han pedido que Jerusalén obtenga un estatuto especial compartido por las tres religiones: judía, cristiana y musulmana.

Digna de elogio ha sido la condena de la violencia y el terrorismo, independientemente de donde provengan, y de todo extremismo religioso. Igualmente, la denuncia de toda forma de racismo, antisemitismo, anticristianismo e islamofobia, haciendo un llamamiento a las religiones para que asuman sus responsabilidades en la promoción y diálogo de las culturas y de las civilizaciones. Todo un programa de trabajo que nace de una dolorosa realidad, pero que pone el acento en la esperanza.

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