Más legalidad sin ley

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“En lo antropológico, esta ley (del Aborto) ayuda a entrar dentro de un proceso de envilecimiento. El hombre se vuelve insensible, duro e implacable. Es la lucha del hombre contra el hombre”

La llamada Ley del Aborto ni merece el nombre de ley, ni puede proponerse como una ayuda personal y social. Humanamente deplorable. Desde el punto de vista moral, aberrante.

Es una ley éticamente impresentable. Se incita a teñir los actos humanos de hipocresía, de sentimientos egoístas, de destrucción de los demás. No existe norma ni criterio moral. Lo que gusta, vale. El capricho se ha impuesto a la norma y al Derecho.

Es políticamente nefasta, pues si la política es el cuidado del bien común, se destruye a una posible persona sin tener en cuenta los derechos que puede tener esa sociedad a la que se dice servir. Un país como el nuestro, que puede tener un desarrollo, en muchos aspectos, más que aceptable, y que consiente la atrocidad del aborto, se degrada al olvidar su auténtica dimensión humanitaria para convertirse en una sociedad que puede matar legalmente a sus ciudadanos.

Con esta ley, el valor de la persona se devalúa hasta unos extremos inconcebibles. Vale tan poco que se la puede destruir impunemente, sin que haya castigo alguno para ello. Las consecuencias de esta actitud de desprecio al valor de las personas son tan incalculables como nefastas. Se puede anteponer el capricho, el gusto personal a la valoración del otro y actuar sin tener para nada en cuenta las más deplorables consecuencias.

Con esta ley, la defensa al débil queda más que en entredicho. El Estado, que tiene que ser garantía y protección, se convierte en agente de un atentado inconcebible a la vida del hombre.

Desde el punto de vista social, esta ley es discriminatoria tanto para la mujer como para las clases más desfavorecidas. La mujer queda desamparada, sola, asumiendo unas responsabilidades que deben ser compartidas. Por otra parte, las clases más pobres son las que van a sentirse más acosadas por unas circunstancias que, lejos de ayudar a superar su situación, se ponen como argumento para que la madre destruya a su hijo.

En lo antropológico, esta ley ayuda a entrar dentro de un proceso de envilecimiento. El hombre se vuelve insensible, duro e implacable. Es la lucha del hombre contra el hombre.

Se ha calificado al aborto de crimen nefasto y lepra de nuestro tiempo. Algo que repugna a los ojos de Dios y a los de los hombres. Cuando se clama, con toda razón, por el reconocimiento de los derechos humanos, parece como si, en muchos sectores, hubiera una conspiración de silencio para no denunciar la conculcación de un derecho tan fundamental como es el de poder vivir.

Decía Benedicto XVI en su viaje a África: “También he de subrayar otro aspecto muy preocupante: las políticas de aquellos que, con el espejismo de hacer avanzar la ‘edificación social’, minan sus propios fundamentos. Qué amarga es la ironía de aquellos que promueven el aborto como una cura de la salud ‘materna’. Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva”  (A las autoridades de Luanda, 20-3-2009).

En el nº 2.727 de Vida Nueva.

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