Concha Llaguna, la compatibilidad entre ciencia y fe

(A. F.) El pasado 4 de octubre moría en Madrid a los 84 años Concha Llaguna. Los testimonios de cariño que se han producido tras su muerte no hacen más que confirmar esa coincidencia que nos aúna cuando reconocemos que por nuestra vida ha pasado alguien especial. Concha Llaguna fue una gran persona y una gran cristiana a la que debemos reconocimiento todos cuantos la conocimos.

Su condición de  científica reconocida y premiada –fue, entre otros cargos, vicesecretaria del CSIC– no estaba reñida con una fe sólida, que expresaba sin tapujos. En los últimos tiempos hablaba mucho del más allá; lo hacía, como todo en su vida, con desparpajo y naturalidad. Sabía que se encaminaba a una plenitud que la esperaba y que para ella era una evidencia, un convencimiento más, parte de su confianza total y absoluta en Dios, al que rezaba cada día. “Cuando no lo hago –decía– noto como si alguien me llamara para recordarlo”. Su fe sirvió de apoyo a todos cuantos la rodearon, desde sus primeros pasos en la Acción Católica hasta su pertenencia a Profesionales Cristianos, movimiento al que se incorporó, ya jubilada, con su entusiasmo característico.

Gran intelectual

Era una mujer muy lúcida y de gran agudeza intelectual, como buena científica. Y fue generosa toda su vida. Al final,  repartió lo que le quedaba: dejó su casa  a los pobres. Y su cuerpo lo donó a la ciencia a través de la Facultad de Medicina. No hubo, por tanto, velatorio. Pero sí funeral y un sinfín de testimonios, recuerdos y agradecimientos.

Precisamente, su amigo Santiago Gutiérrez recuerda que la vida de Concha no fue fácil, pues a la muerte de su padre se unieron las represalias a su madre por parte del régimen de Franco. Sin embargo, y a pesar de que tuvo que ponerse a trabajar, logró completar sus estudios. Primero el bachillerato, luego la carrera de Químicas y finalmente el doctorado.

Destaca de ella su curiosidad sin límites, pero admite también que sus afanes iban más allá de su profesión y, por ello, ingresó en el Movimiento de Universitarias de Acción Católica, donde llegó a ser presidenta nacional. “Tenía una fe tan grande que necesitaba comunicarla a los demás. Esto es lo que más me impresionó”, añade Santiago.

También la considera un ejemplo, pues, en su opinión, no confundía la fe con la moral, pero tampoco podía vivir la fe sin una consecuencia en su actuación con los demás. “La generosidad y la coherencia entre su fe y sus obras fueron una constante”, concluye.

En el nº 2.727 de Vida Nueva.

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