Comienza el Sínodo de Obispos para Oriente Medio

La comunión y la visibilidad, claves para que los cristianos “no pierdan la esperanza”

(Antonio Pelayo– Roma) El domingo 10 de octubre, Benedicto XVI abría, con una solemne Eucaristía en la Basílica de San Pedro, la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, cuya clausura será el 24 de octubre. Una iniciativa que, estoy seguro, a no pocos les parecerá de menor importancia, pero que, en mi opinión, reviste un interés considerable para toda la Iglesia: están en juego el futuro y la seguridad de las primeras Iglesias cristianas de la historia, incluidas las que nacieron en Palestina después de Pentecostés.

Benedicto XVI anunció este acontecimiento singular el 19 de septiembre de 2009, en el curso de una reunión en el Vaticano con los patriarcas y arzobispos mayores de Oriente, indicando también el lema: La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio. “La multitud de los que se habían hecho creyentes tenían un solo corazón y una sola alma” (Hechos de los Apóstoles 4, 32).

Joseph Ratzinger ha preparado con minuciosidad, como es su costumbre, esta asamblea sinodal, cuya importancia ha ido creciendo en su sensibilidad, a raíz de los viajes apostólicos a Turquía (2006), Jordania, Israel y Palestina (2009) y la isla de Chipre (junio de 2010). Fue precisamente allí donde hizo público el Instrumentum laboris, el 6 de junio.

Conocimiento recíproco

Ya en el avión que le conducía a Chipre, el Santo Padre explicaba algunos de los objetivos de este Sínodo: “El primer punto importante es que diversos obispos, jefes de Iglesias, se vean aquí, porque tenemos tantas Iglesias –diversos ritos están dispersos en tantos países– y con frecuencia aparecen aislados, tienen pocas informaciones los unos de los otros”.

“El segundo es también la visibilidad de estas Iglesias, es decir, que se vea en el mundo que existe una gran y antigua cristiandad de Oriente Medio que a veces no vemos, y que esta visibilidad nos ayuda a estarles cercanos, a profundizar en nuestro recíproco conocimiento y a aprender los unos de los otros”.

Cualquiera que conozca un poco la realidad en esa zona sabe perfectamente que la situación de los cristianos es, en estos momentos, muy precaria en países como Egipto, Siria o Líbano, y francamente peligrosa en Irak, Egipto, Turquía e incluso en la misma Tierra Santa. Asesinatos, amenazas, extorsiones, presiones de todo tipo condicionan la vida de las comunidades cristianas, que con mucha frecuencia no tienen otra salida que la huida y el exilio.

Papel internacional

Pero no sólo se trata de atender a los prófugos, sino de denunciar un estatus general que, como dijo el Papa, amenaza la vida de esas Iglesias. En el Instrumentum laboris se concluye, por ejemplo, lo siguiente: “La no resolución del conflicto palestino-israelí, el no respeto del derecho internacional, el egoísmo de las grandes potencias y la falta de respeto a los derechos humanos han desestabilizado el equilibrio de la región e impuesto a las poblaciones una violencia que corre el riesgo de arrojarles a la desesperación”.

Una española entre los auditores

La Santa Sede hizo público el pasado martes el elenco de miembros de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos. Además de los 17 miembros de nombramiento pontificio, el secretario general del Sínodo nombró, con la aprobación del Papa, un grupo de 36 expertos y un grupo de 34 auditores. Entre éstos últimos se encuentra una española: Pilar Lara Alén, presidenta de la Fundación Promoción Social de la Cultura.

Más información en el nº 2.724 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, vea la crónica íntegra aquí.

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