Legalidad sin ley

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)


“Entristece el pensar que junto a esta palabra sagrada, que es la ley, se pongan adjetivos y propósitos que repugnan a la justicia y al derecho. No puede haber una ley para la muerte, para la aniquilación del inocente”

Lo podíamos decir de otra manera: la ley merece todo el respeto del mundo, es el esplendor de la justicia y del derecho. Es como una luz, sin mezcla de oscuridad, que va guiando el camino de las gentes. Es un hombre de ley, decimos con admiración ante una persona justa, equitativa, buena, leal, magnánima. Es que la ley viene emparejada con la rectitud, la grandeza de la justicia, el amparo y protección del débil. Es asiento y pilar imprescindible  para la convivencia entre las personas.

Dicho lo anterior, entristece el pensar que junto a esta palabra sagrada, que es la ley, se pongan adjetivos y propósitos que repugnan a la justicia y al derecho. No puede haber una ley para la muerte, para la aniquilación del inocente, para la destrucción del débil, para el exterminio de aquellos que se consideran inservibles.

La Ley del Aborto –eufemísticamente llamada “de la salud sexual y reproductiva e interrupción voluntaria del embarazo”– es abiertamente injusta, porque conculca el derecho más fundamental que puede tener un individuo, como es el de poder vivir en cualquiera de las fases de su existencia. Este derecho es irrevocable y, por tanto, la ley debe proteger algo tan esencial y básico.

Es una ley falsa y engañosa, que se esconde bajo la capa de una demanda social inexistente. Además, es injuriosa para esa misma sociedad, pensando que mayoritariamente los españoles, en este caso, son una caterva de personajes injustos, sin moral ni escrúpulos, y poco menos que unos criminales.

Es una ley hedonista que, ante la dificultad, prefiere el camino fácil de la aniquilación del obstáculo, en este caso el exterminio del que no gusta, porque puede traer consigo algunas incomodidades. Pretexto impresentable y descaradamente egoísta.

Es una ley antipedagógica. Lo peor que se puede hacer en educación es enseñar a vivir a nuestros jóvenes atrapados por una escala de antivalores completamente inaceptable, donde lo que domina no es la superación, el respeto a los demás, la atención al débil, la protección de la vida, sino la muerte, la destrucción, el desamparo, el egoísmo… Cuando en la valoración de importancia no ocupa siempre el primer lugar el aprecio a la persona, en su inviolabilidad inexcusable, cualquier tropelía puede resultar posible.

Es una ley humanamente repugnante, pues olvida los más grandes sentimientos que puede tener la persona, como es el amor a sus hijos. Por el contrario, esta ley invita a la destrucción del fruto de sus entrañas. Una indignidad que hiere al hijo y a la madre, a la sociedad y al bien común. Es un atentado a lo más grande, valioso y admirable que Dios ha hecho en la creación: el hombre y la mujer, llamados al amor, no a la destrucción de sus hijos.

Decía Benedicto XVI: “Expreso mi profundo reconocimiento a todas las iniciativas sociales y pastorales que tratan de luchar contra los mecanismos socio‑económicos y culturales que favorecen el aborto; y también a las que fomentan la defensa de la vida” (A la Pastoral Social. Fátima, 12-V-2010).

En el nº 2.726 de Vida Nueva.

Compartir