¿Es aún la muerte un tabú para nuestra sociedad?

(Vida Nueva) La cercanía de Todos los Fieles Difuntos nos acerca un año más a la inevitable realidad de la muerte. ¿Es aún un tabú para nuestra sociedad?, ¿cómo aprender a familiarizarnos con ella?… Los ‘Enfoques’ se acercan a estas dudas y temores que suscita de la mano de Ramón Martín Rodrigo, OH, del Parc Sanitari San Juan de Dios de Sant Boi de Llobregat (Barcelona) y de Martín Gelabert, O. P., profesor de la Facultad de Teología de Valencia.

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Cátedra y tabú

(Ramón Martín Rodrigo, OH- Servicio de Atención Espiritual y Religiosa. Parc Sanitari San Juan de Dios. Sant Boi de Llobregat, Barcelona) La muerte es el verdadero tema-tabú de la actual sociedad del bienestar. Y como tal, traspasa el propio ámbito de la antropología para contaminar igualmente la psicología o la misma reflexión filosófica y teológica. Y no porque la evitemos o la neguemos la muerte deja de hacerse presente en todo momento de una manera machacona e inoportuna.

Pero si queremos crecer como personas y vivir como cristianos adultos, hemos de aprender a ver cercana a la muerte y familiarizarnos con ella. Es verdad que se trata de un aliado difícil, pero no la podemos pensar siempre como enemiga. San Francisco de Asís llegó a considerarla como la hermana muerte.

José Luis Redrado Marchite, del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, comenta en un sugerente artículo cómo formuló una pregunta a varios grupos de profesionales sanitarios sobre por qué la muerte puede llegar a ser una cátedra de vida.

Y haciendo una síntesis de las numerosas respuestas recibidas, concluye que lo es: porque nos enseña a valorar las cosas en su dimensión real; porque nos ayuda a ponernos en contacto con la esperanza de una vida que transciende; porque nos hace más sensibles a los valores humanos y espirituales.

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Tan presente y tan extraña

(Martín Gelabert Ballester, O.P.- Catedrático de la Facultad de Teología de Valencia) Nada hay en este mundo tan presente como la muerte. Está tan presente como la vida. Todo lo que nace, muere.

Mientras la muerte ocurre lejos parece que no nos afecta. Pero, ¿qué pasa cuando la vemos de cerca y, sobre todo, a esa cercanía se añade el afecto por el que muere? De una u otra manera, surge la pregunta de si este naufragio es la última palabra de la conciencia. La posible supervivencia de la conciencia ha estado siempre ligada a la fe en Dios.

Ahora bien, si el porvenir del hombre se encuentra en el futuro absoluto que llamamos Dios, entonces la muerte y la apertura a tal futuro están íntimamente ligadas. El que muere o se desprende libremente de esa humanidad que considera su propiedad total, sin buscar conciliar el hecho de la muerte con la importancia absoluta de su persona, afirma, aunque sea implícitamente, a Dios como porvenir absoluto del hombre.

Muchos visitarán los cementerios el 2 de noviembre. Encontrarán lo que perdura en el mundo de quienes un día lo poblaron. Felices o desdichados, famosos o desconocidos, de cuanto poseyeron sólo se conservan sus nombres, único respeto que nos guarda la muerte. El creyente sabe que alguien más que los amigos que ha dejado aquí recuerda su nombre. Dios tiene a cada ser humano en su memoria.

Más información en el nº 2.726 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, vea los ‘Enfoques’ completos aquí.

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