Editorial

DOMUND y conversión personal y eclesial

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Publicado en el nº 2.726 de Vida Nueva (del 23 al 29 de octubre de 2010).

Un año más llega la Jornada del DOMUND, tan metida en el alma de la Iglesia. El lema de este año es una propuesta clara: Queremos ver a Jesús. Benedicto XVI ha dicho en el mensaje de este año: “Cristo establece la nueva relación entre el hombre y Dios y, al mismo tiempo, nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana es el mandamiento nuevo del amor. La nueva evangelización y la nueva forma de vivir la misión es antigua, pero al mismo tiempo también es contemporánea, porque sólo hay un estilo y una forma de vivir: el amor a Dios y al prójimo. Sin Dios, la vida pierde todo sentido. Quien realmente sienta el deseo de ver a Dios, no tiene ningún otro camino posible que no sea el del amor”.

En la Jornada del Domund, que se celebra el 24 de octubre, se da la oportunidad de poner todas las ofrendas (oraciones, sacrificios y donativos) para que con todas ellas sigamos mostrando que el verdadero amor no sólo se hace camino de santificación, sino que es medio y apoyo para que Dios sea conocido, amado y adorado.

A las comunidades diocesanas y parroquiales, a los institutos de Vida Consagrada, a los movimientos eclesiales y a todo el pueblo de Dios se ofrece con esta jornada “la ocasión de renovar el compromiso de anunciar el Evangelio y de dar a las actividades pastorales un aliento misionero más amplio. Esta cita anual nos invita a vivir intensamente los itinerarios litúrgicos y catequéticos, caritativos y culturales, con los que Jesucristo nos convoca a la mesa de su Palabra y de la Eucaristía, para gustar el don de su presencia, formarnos en su escuela y vivir cada vez más conscientemente unidos a Él, Maestro y Señor”, como nos indica el Papa.

“Queremos ver a Jesús”. Ésa es la petición que escuchamos en una sociedad multiétnica que, cada vez más, experimenta formas de soledad y de indiferencia preocupantes. En ella, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a convertirse en hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia, y, sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometerse a hacer del planeta la casa de todos.

Estas consideraciones no puede realizarse de manera creíble sin una profunda conversión personal, comunitaria y pastoral, una renovación integral que se abra a la cooperación misionera entre las Iglesias para promover el anuncio del Evangelio en el corazón de cada persona, de todo pueblo, cultura, raza, nacionalidad, y en todas las latitudes. Todos somos protagonistas en esta misión de la Iglesia. El impulso misionero ha sido siempre un signo de vitalidad para nuestras comunidades.

La Jornada del DOMUND pone sobre la mesa en la Iglesia la necesidad de la ayuda fraterna, pero también la necesidad de aprendizaje. Todos hemos de aprender, unos de otros. En una Iglesia excesivamente europeizada, se hace urgente abrir la mente a cuanto nos enseñan las nuevas Iglesias en crecimiento. Son cada vez más numerosas las personas que piden ser bautizadas en lugares alejados, mientras que un secularismo salvaje y una frialdad religiosa llega a nuestro Viejo Continente. Es la hora del aprendizaje de los medios, de las formas, pero sobre todo de la ilusión de las nuevas Iglesias. El DOMUND es una ocasión propicia para este conocimiento. Sólo con esta apertura de mente podemos aprender.

En esta Jornada se hace patente la universalidad de la Iglesia, esa universalidad que nos cura de pequeños localismos que dañan y obstaculizan la misión. Cuando se abre el campo de visión, la solidaridad no sólo es afectiva, tierna y lastimosa, sino que se hace efectiva en cada momento y resulta útil para todos.

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