De Hawking a los mineros de Atacama

(+ Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)

“En la relación fe y razón Hawking elimina la primera, para tener así el campo libre para sus conclusiones científicas. De pronto, a ese debate le han dado una respuesta treinta y tres mineros, atrapados a setecientos metros en el interior de una mina chilena. Ellos y toda una nación han sabido unir ciencia y fe, eficacia humana y providencia divina”

Con la publicación de su libro El gran diseño, el científico Hawking ha provocado una cascada de reacciones por excluir a Dios del origen del universo. Entre la diversidad de opiniones, y desde posiciones distintas, muchos le acusan de haberse metido en un terreno que no es el suyo. Hawking –se dice– ha llegado a su conclusión desde el ámbito exclusivo de la ciencia y, por tanto, cerrando la puerta a otros modos de situarse ante esa cuestión tan crucial para los seres humanos. Sus críticos le acusan de no ser capaz de comprender la noción de transcendencia de Dios, es decir, de un Dios involucrado en la historia humana. De hecho, para negar la intervención de Dios en la creación, lo sitúa exclusivamente en el campo de la física y lo convierte en una fuerza más del universo. De ese modo, en la relación fe y razón Hawking elimina la primera, para tener así el campo libre para sus conclusiones científicas.

De pronto, a ese debate le han dado una respuesta treinta y tres mineros, atrapados a setecientos metros en el interior de una mina chilena. Ellos y toda una nación han sabido unir ciencia y fe, eficacia humana y providencia divina. Entre todos han mostrado al mundo que no son incompatibles las capacidades del hombre con la acción de Dios. ¡Qué bien lo ha dicho el minero que supo agarrarse a la mano buena, la de Dios, y a la confianza en quienes trabajaban para salvarles! Es el resumen perfecto de los sesenta y nueve días de angustia y espera, en los que oración y trabajo, creatividad y esperanza han estado siempre unidas en los mineros, en sus rescatistas y en la multitud de familiares concentrados en el campamento “La esperanza”. Hasta el final mismo de la larga espera ha reflejado la unidad de la ciencia con la fe: por un lado, algarabía en las calles para mostrar la alegría de un pueblo orgulloso de sus capacidades, y, por otro, repique de campanas para dar gloria a Dios, en cuyas manos están las profundidades de la tierra y las alturas de los montes, como recogía la camiseta de algún minero.

arodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.726 de Vida Nueva.

Compartir