Amalia Kawaji: “Asia enseña a saborear la belleza de las pequeñas cosas”

Superiora de las Mercedarias Misioneras de Bérriz

(Texto y foto: Darío Menor) Las Mercedarias Misioneras de Bérriz (MMB) son un ejemplo de congregación que supo adaptar su carisma a los tiempos, cambiando desde la clausura a la misión. Este vuelco llevó a las hermanas desde un pequeño pueblo de Vizcaya hasta China, primero, y luego, a otros muchos países, como Japón. Allí vivió décadas la que es hoy su superiora, Amelia Kawaji, una mujer tan apasionada por su destino de misión que acabó nacionalizándose japonesa. Miembro del comité directivo de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), considera que Asia puede enriquecer mucho a la Iglesia. “Allí primero se siente, no se utiliza tanto la cabeza”.

Lo primero que llama la atención de usted es su apellido: nacida en Bilbao pero de apellido japonés…

Me nacionalicé japonesa porque viví en aquel país 36 años, durante los cuales sentí que Japón era mi casa. Al decidir nacionalizarme me encontré con que uno de los requisitos era buscar un apellido. Opté por Kawaji, formado por dos caracteres: uno es río y otro camino.

¿Por qué eligió este significado?

Me dijeron que buscase caracteres entre las personas que habían sido significativas para mí en Japón. Allí los nombres son por caracteres. Elegí, entonces, el apellido de dos personas que habían sido importantes y cogí un carácter de una y otro de la otra. Al unirlos salió mi nuevo apellido, Kawaji.

Su congregación, las Mercedarias Misioneras de Bérriz, ha pasado de la clausura a la misión. ¿Cómo afectó este cambio al carisma?

Fue algo relativamente sencillo y muy interesante. Se produjo en la época de auge del movimiento misionero dentro de la Iglesia. Nosotras teníamos un convento de clausura con un internado en aquella época. Entonces vinieron misioneros de China y de la India a hablar al internado y, desde aquel momento, las chicas del colegio se entusiasmaron con la misión. El fuego de la misión, como nosotros lo llamamos, pasó del colegio al convento, transformando poco a poco la congregación. En 1931 se aprobó el cambio de forma unánime por las cien monjas que entonces estaban allí.

¿Cuál es el estado de salud hoy de la congregación?

No creo que sea malo. Tenemos muchas hermanas en Asia, donde casi todas son nativas. En la mayoría de países donde estamos presentes ocurre lo mismo, lo que para mí es una alegría. Las nuevas vocaciones se dan en Centroamérica, Filipinas, las islas de Micronesia, Japón, África… Ahora estamos empezando nuestra tarea en China.

¿Cómo es el trabajo de evangelización en ese país?

No puedo contar mucho. Se trata, sobre todo, de una labor de preparación, pensando en el momento en que China se abra un poco más y entremos entonces allí con vocaciones nativas. Tenemos ahora mismo a chinas a las que estamos formando.

Claudio Maria Celli, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, explica la situación de la Iglesia de China comparándola con la de un pajarito que se encuentra dentro de una jaula, la cual cada vez se agranda un poco más, pero sigue siendo una jaula. ¿Está de acuerdo con esta imagen?

La Iglesia controlada por el régimen y la Iglesia clandestina son paralelas. Hoy en día tienen bastante relación. Nosotros contamos con vocaciones en ambas Iglesias. De momento, nos dejan realizar nuestra labor.

Cuenta que su congregación no encuentra apenas vocaciones en Europa. ¿Considera que la misión sigue siendo una opción de vida atractiva para las jóvenes occidentales?

Los jóvenes de ahora necesitan mucha movilidad. Un país asiático, como Japón, Taiwán o China precisa de un empeño por toda la vida. Tienes que aprender una lengua muy difícil y una cultura muy diferente. No puedes pensar en estar sólo tres o cuatro años en un destino así y luego volver. Sin embargo, pienso que la opción por Asia y por este tipo de países es absolutamente buena para Europa. Supone la mezcla de dos mentalidades: la de Oriente y la de Occidente. Eso significa una riqueza enorme.

¿Qué le ha aportado a usted?

A mí me ha cambiado la vida. He aprendido a saborear la belleza de las pequeñas cosas, a entender lo que es el silencio, la contemplación, la amistad desde otros aspectos, el respeto a otra cultura… Son infinitas cosas que, como digo, me han cambiado la vida.

Son todos ellos elementos que pueden enriquecer mucho a la Iglesia, ¿no?

Exactamente. En Europa tenemos una mentalidad mucho más racional, mientras que en Asia primero se siente, no se utiliza tanto la cabeza.

dmenor@vidanueva.es

En el nº 2.725 de Vida Nueva.

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