A pocos días de una visita a la periferia

(Juan Rubio)

El eje Roma-Madrid ha marcado el ritmo de la Iglesia española en los últimos treinta años. Ahora lo comparte con otro eje: Barcelona-Madrid. La visita del Papa a una Cataluña “descristianizada”, según algunas encuestas discutibles, pareció conveniente. La ocasión la brindó la consagración del templo de la Sagrada Familia, un claro símbolo de religiosidad en una tierra secularizada. De sus entrañas nació este templo, que se empezó a construir en 1882 en el Ensanche barcelonés por el arquitecto Villar. Un ayudante suyo, Antoni Gaudí, retomaría el proyecto, aportándole su propia visión espiritual y dedicándole los quince últimos años de su vida. El Papa conocía esta obra y su entramado simbólico. Construir una catedral en la Edad Media era cosa común, (la odisea de Los Pilares de la Tierra de Ken Follet o La Catedral del Mar, de Falcones), pero hacerlo en estos tiempos es algo extraordinario que merecería ser novelado.

En el corazón de Barcelona, ciudad de los prodigios, el Papa levantará su voz para reivindicar el “camino de la belleza” para conocer la Verdad de Dios. “El Papa visitará Cataluña”, decían los titulares de prensa nada más conocerse la noticia. Hoy, los titulares han cambiado: “Cataluña recibirá al Papa”. Con austeridad, pero con dignidad. Lo hará en plena campaña electoral. Los políticos no perderán ocasión para meter al Papa en campaña. El calendario vaticano sigue pesando en las agendas políticas y eclesiales (interesante el libro que se presentó en Roma la pasada semana, Il secolo cattolico. La strategia geopolítica della Chiesa, de Manlio Graziano). Y es que, pese a los agoreros de desdichas, la voz de Roma tiene peso en Europa. Tan es así, que a Barcelona irá el Rey, Rodríguez Zapatero y allí almorzará el Papa con todos los obispos españoles. Geopolítica también en la Iglesia.

Habrá quien lo vea desde el prisma catalanista, como sucedió en la única visita que Juan Pablo II realizó en 1982, también un 7 de noviembre. Veintiocho años después, Benedicto XVI hablará en catalán más que su predecesor, un gesto suficiente para meterse en el bolsillo a la vieja Marca Hispana que ha hecho de la lengua su principal caballo de batalla. Ya hay quien recuerda aquella anécdota de Ratzinger cuando le preguntaron si él era alemán o bávaro. Respondió: Io sono bávaro, non sono tedesco, reivindicando la vieja aspiración de Baviera. El pasado jueves, el Papa saludaba al obispo de Lleida, Joan Piris, y le decía: “Nos vemos próximamente en Cataluña”. Cataluña está en el subconsciente del Pontífice.

Ajustada la visita, Galicia, en pleno Año Compostelano, se movió para que también el Papa peregrinara a Compostela. El embajador Francisco Vázquez movió sus hilos, buscando un broche de oro a su estadía en el palacio de la Piazza di Spagna. Con oficios de buen alcalde, encontró complicidad en el arzobispo de Madrid, cual buen párroco. Funcionó el tándem y ambos se convirtieron en los muñidores de la agenda gallega del Papa. Una buena ocasión para que hable de Europa, de sus raíces cristianas, el viejo sueño de Ratzinger. En Galicia se espera un mensaje universal, profundo, lleno de esperanza. Galicia se merece este detalle de un Papa que siempre quiso conocer Compostela, aunque nunca tuvo la ocasión de ir.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.725 de Vida Nueva.

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