‘La Veguilla’: un jardín de oportunidades

Discapacitados son el alma de uno de los mayores viveros de Madrid

(Texto: Victoria Lara / Fotos: Luis Medina) En muchas ocasiones, para que una empresa funcione bien basta con un buen equipo de trabajadores que acudan motivados a su puesto de trabajo. El vivero “La Veguilla”, en la localidad madrileña de Villaviciosa de Odón, es algo más que eso: es un lugar donde muchos discapacitados psíquicos encuentran una oportunidad para trabajar y valerse por sí mismos. Estas personas conforman la práctica totalidad de la plantilla de esta empresa, ubicada en una extensa parcela de 85.000 metros cuadrados que produce unos 5 millones de flores al año y que, además, cuenta con un moderno laboratorio donde se obtienen nuevas variedades de plantas ornamentales.

José Alberto Torres

El “padre” de esta iniciativa es José Alberto Torres, quien es también como un segundo padre para los empleados del vivero, a quienes saluda y por quienes se interesa atentamente mientras recorremos los distintos invernaderos plagados de flores de todos los colores. Él había trabajado como funcionario en el Ministerio de Educación y tenía también experiencia en el mundo de la empresa y como gerente de un colegio. Conocía la magnífica labor que, desde 1973, se realizaba con niños y jóvenes discapacitados en el Colegio de Educación Especial “Virgen de Lourdes”, en Majadahonda. Pero, a pesar de todo, a los padres de los alumnos les preocupaba qué sería de sus hijos cuando ellos faltaran.

“Surgió la idea de hacer algo para que estos chicos pudieran dedicarse a algo al terminar su etapa en el colegio”, explica José Alberto. Y así fue como nació la Fundación Promiva, que fue la que compró los terrenos donde hoy se levanta el vivero. Sin embargo, las actividades que en un principio se realizaban en el recinto eran muy diversas. Se empezó a funcionar en 1982 con talleres de ebanistería, cerámica, tapicería… que, poco a poco, fueron desapareciendo, hasta que quedó sólo el vivero. Hoy la producción de flores es tal, que venden a grandes superficies comerciales, a otros viveros y a empresas de jardinería.

Todos los trabajadores, por tanto, son antiguos alumnos del colegio “Virgen de Lourdes”: “Normalmente, la gente termina la Formación Profesional y entra en el vivero si hay puestos de trabajo, pero actualmente no podemos crecer más”. Ésta es una de las grandes preocupaciones del fundador, razón por la que en 2004 se abrió otro vivero un poco más pequeño en Aranjuez –en total, más de 100 personas con discapacidad trabajan en los dos centros– y por la que ha estado buscando otros municipios en distintos lugares de España para poner en marcha iniciativas similares. Finalmente, el apoyo institucional que no ha encontrado aquí, lo ha hallado en Montijo, una localidad portuguesa cercana a Lisboa, donde proyecta poder abrir un vivero en la primavera de 2011.

Excesiva protección

“La Veguilla” funciona como cualquier otra empresa: los empleados tienen su horario laboral, cobran su sueldo y cuentan con servicios adicionales, como la posibilidad de utilizar el transporte que pone la Fundación y de comer en el comedor. Por supuesto, “ellos se pagan todos sus gastos”, aclara Torres, quien explica que también existe una residencia en la que actualmente viven una veintena de los trabajadores: “Para estar en la residencia es necesario no tener familia, que ésta viva lejos de Madrid, que el chico sea un peligro para la familia o al revés”, bromea. Acto seguido, se pone algo más serio y explica que “a estos chicos los padres los quieren mucho y por eso no les dejan hacer ciertas cosas. El hijo es capaz de ver esa protección y él piensa que sus padres creen que es más inútil de lo que realmente es. Muchas veces eso provoca que se vuelvan violentos”. Sin embargo, asegura que cuando están en su puesto de trabajo, rara vez dejan salir esa agresividad.

Mientras José Alberto y yo charlamos, nos encontramos con Roberto, que está cargando unos tiestos en los carros y que nos cuenta que lleva como empleado aquí 15 años. “Me gusta venir a trabajar, así gano dinero y puedo pagar el piso en el que estoy”, comenta orgulloso mientras explica qué tareas realiza: “Hago pedidos, monto carros, tiro las plantas cuando están muertas, arreglo los suelos…”. Efectivamente, en “La Veguilla” todos los trabajadores hacen de todo un poco. La única “especialización”, si se puede considerar así, la encontramos en el laboratorio, uno de los lugares que más llama la atención al visitante.

Impresiona adentrarse en estas instalaciones en las que hay que vestirse con ropa esterilizada de la cabeza a los pies. Marisé Borja es una de las tres biólogas que trabajan en él y dirige la labor que allí se realiza, dividida en tres líneas de trabajo: la aplicación de la biotecnología para la obtención de nuevas variedades de flores –ya han puesto en el mercado distintos tipos de geranios, “gitanillas” y verbenas, entre otras–; el diagnóstico y saneamiento de enfermedades, para lo que se usan técnicas como las de los hospitales; y la creación de plantas élite para producir nuevos ejemplares en el vivero. Para ello, cuentan actualmente con unos 11 técnicos, todos ellos con discapacidad. “Aquí se intenta adaptar el trabajo a las personas –explica Marisé–. Las tareas que son más complejas las hacen entre varias personas”. Aquí es donde nos explica los “requisitos” que se exigen a los empleados del laboratorio: “Que se duchen todos los días, que puedan manejar unas pinzas y un bisturí y que se sepan vestir solos”, esto último por la ropa especial que deben llevar.

Laboratorio puntero

Además de trabajar para el propio vivero, el laboratorio colabora con empresas europeas, americanas y japonesas, no en vano, la directora nos cuenta que, hoy en día, existen muy pocos laboratorios como éste. El sistema de producción de semillas se ha mecanizado mucho, mientras que aquí, al trabajar a partir de esquejes, el trabajo sigue siendo muy manual. “A nivel de equipamiento, es un laboratorio absolutamente puntero en España y en el mundo. Incluso muchas empresas internacionales no tienen el laboratorio que nosotros tenemos ni los técnicos tan fantásticos que nosotros tenemos”, dice con una sonrisa.

Cuando le preguntamos a José Alberto Torres de dónde le viene su empeño por conseguir que estas personas tengan las mismas oportunidades que el resto, nos habla del Opus Dei y de la figura de san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Hay una cosa que el fundador del Opus Dei recordaba: que el hombre ha nacido para trabajar; y yo que estaba al lado de ellos y me iban contando cómo eran, me daba cuenta de que eran hombres también. También la Constitución dice que todos tienen derecho a trabajar y esto es lo que hace esta gente. Vale la pena trabajar en esto, es una cosa preciosa y te lo pasas muy bien”.

El ejemplo vivo de lo que afirma Torres lo encontramos cuando preguntamos a los empleados que nos vamos cruzando por las instalaciones. Como Marcos, que tiene 37 años y lleva 15 trabajando en “La Veguilla”. O Lucía, que en los 13 años que lleva aquí nos cuenta que ha hecho muchos amigos y que en un futuro le encantaría seguir para aprender a hacer cosas nuevas: “Me entretengo más trabajando en lugar de estar en casa aburrida”.

Como en todos los centros de trabajo, entre los compañeros se crean especiales vínculos de amistad y, a veces, surgen entrañables historias de amor, como la de Gonzalo, que trabaja en “La Veguilla” desde sus inicios. Allí conoció a la que ahora es su mujer y con la que ha tenido un hijo. José Alberto fue el padrino de una boda por la que nadie apostaba desde un principio: “Cuando se casaron nadie creía en esa pareja y después todos querían que no tuvieran hijos”. Hoy la familia sigue unida y feliz; ella trabajando en la cocina de la residencia y él en el vivero. A Gonzalo este lugar le cambió la vida: “He aprendido muchísimo y no esperaba hacer todo lo que he hecho aquí”. Cuando le preguntamos si estaría dispuesto a irse a Portugal, al nuevo vivero, no lo duda: “¿Por qué no? Hay que cambiar de vida”.

En el nº 2.725 de Vida Nueva.

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