Manos para el amor

(Alberto Iniesta– Obispo auxiliar emérito de Madrid)


“En cierto sentido, Manos Unidas es una organización no gubernamental, pero es mucho más que eso. (…) La motivación de toda la institución es por razones de caridad cristiana; es una manifestación de la Iglesia católica española hacia los más pobres y necesitados del mundo”

El tiempo vuela. Manos Unidas ha cumplido ya medio siglo de vida dando vida. Con esa ocasión, se le ha concedido el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, porque, como dice el acta del jurado, “viene prestando su apoyo generoso y entregado a la lucha contra la pobreza y a favor de la educación para el desarrollo en más de sesenta países”.

No se puede decir más con menos palabras. En cierto sentido, Manos Unidas es una organización no gubernamental, pero es mucho más que eso. En primer lugar, porque habrá muy pocas que tengan tanta antigüedad, tanta extensión y tanta continuidad en su servicio al tercer mundo. Pero, sobre todo, porque aunque su finalidad es ayudar en las necesidades materiales y culturales de los pueblos, sin entrar en los aspectos propiamente religiosos, en cambio, la motivación de toda la institución es por razones de caridad cristiana; es una manifestación de la Iglesia católica española hacia los más pobres y necesitados del mundo, siguiendo el mandato del Señor: A mí me lo hicisteis.

En la retransmisión televisiva de los Premios Príncipe de Asturias es un gozo ver reunidos tantos hombres –varones y mujeres– notables en todos los valores humanos. Este año tendrá para los cristianos una alegría y un orgullo especiales, viendo entre ellos a los representantes de esta hermosa obra, fruto de la caridad cristiana.

La mano humana, con su disposición del dedo pulgar frente a los otros –única en el mundo animal–, es una preciosa herramienta, que nos sirve para trabajar, para el arte, para manifestar nuestro afecto y amistad, así como para servir al prójimo necesitado.

El logotipo de la institución lo expresa muy bien con esas manos unidas, como abrazando al mundo, no con un amor platónico y burocrático, sino con amor evangélico de misericordia entrañable, como el del buen samaritano de la parábola de Jesús.

ainiesta@vidanueva.es

En el nº 2.724 de Vida Nueva.

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