Huelga de hambre, ¿una práctica adecuada?

(Vida Nueva) Un hecho muy concreto: la huelga de hambre de 90 días de los mapuches chilenos. Y una pregunta atemporal: ¿cómo cabe valorar este polémico instrumento? El profesor de la chilena Universidad de los Andes, Joaquín García Huidobro y José María Arnaiz, miembro de Amerindia en Chile, abordan este tema en los ‘Enfoques’.

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Una forma inmoral de terrorismo psicológico

(Joaquín García-Huidobro– Profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad de los Andes, Santiago de Chile) Las huelgas de hambre representan una notable novedad en la lucha política y se han hecho cada vez más habituales. Aunque esté en completo desacuerdo con ellas, les reconozco una cierta grandeza, una grandeza quizá perversa, pero grandeza al fin, que destaca en una época como la nuestra, que parece poco dada a heroísmos.

Miramos con simpatía a los huelguistas porque parecen romper una lógica de violencia que ha imperado en la humanidad durante siglos y porque enfrentan al poder con métodos que lo desarman. Además, muchas veces sus causas están llenas de justicia. Con todo, ni la justicia de sus motivaciones ni la buena fe de quienes las practican ni nuestra propia simpatía son capaces de eliminar su profunda inmoralidad. Me refiero a las huelgas de hambre en sentido estricto (no a los ayunos políticos más o menos prolongados), donde el huelguista está decidido a morir si no se accede a sus pretensiones.

La primera ilicitud de estas huelgas se debe a que, en el fondo, son una forma de suicidio, si bien sui generis. Se me dirá que no, que el huelguista no está dispuesto a morir, que lo que realmente está haciendo es conseguir la libertad de los presos políticos cubanos o reclamar por los derechos de mapuches, irlandeses o tibetanos. Pero eso significa confundir “lo que se hace” (la huelga de hambre) con el “por qué o para qué se hace” (conseguir un fin que se estima justo).

¿Qué es lo que hace un huelguista de hambre? Elige directamente dejar de alimentarse de manera permanente. Pero, a diferencia de otras omisiones que causan la muerte (por ejemplo, dejar de tomar una medicina que evita un paro cardiaco inminente), en este caso concreto la muerte por inanición toma tiempo. Aquí reside su fuerza política, porque esas semanas permiten que la opinión pública ejerza su presión sobre la autoridad política. Es un suicidio en cámara lenta, que puede ser interrumpido si la otra parte decide rendirse.

Lo que confunde el análisis es el hecho de que la intención suicida no es igual a la de un suicidio ordinario, ya que su interés preponderante está en conseguir su objetivo y poder suspender la huelga. Pero como está dispuesto a llevar a cabo los actos occisivos mientras esto no ocurra, podemos reconocer en él una intención suicida condicional, pues dice: “Si realizas tal cosa, suspendo mi proceso suicida”. La estructura es semejante a la que emplea el asaltante que dice: “La bolsa o la vida”. Él preferiría que le dieran la bolsa por las buenas, pero si no se la entregan está dispuesto a matar. Naturalmente, la analogía se refiere sólo a la condicionalidad de la amenaza, porque los motivos de la huelga de hambre son muy diferentes.

Muy distinto es el caso del héroe o el mártir. Ellos hacen “otra cosa” y, como consecuencia de esa otra acción, alguien o algo les provoca la muerte. Con otras palabras, las huelgas de hambre no pueden ser justificadas por el principio de doble efecto (recomiendo el documentado artículo del profesor Alejandro Miranda Montecinos sobre el doble efecto, fácilmente accesible en Internet).

Estoy suponiendo que los lectores están de acuerdo conmigo en que el suicidio (consciente y libremente elegido) es malo, el acto inmoral por excelencia, según Wittgenstein: “Si el suicidio está permitido, entonces todo está permitido”, decía. O, como dice Kant, “disponer de sí mismo como un simple medio para cualquier fin supone desvirtuar la humanidad en su propia persona”.

Con todo, aunque alguien pudiera considerar que el suicidio es moralmente legítimo, también podría oponerse a las huelgas de hambre. Ellas, más que una manifestación de autonomía del sujeto, suponen una severa lesión de la autonomía de la autoridad amenazada. La amenaza que envuelve esa huelga es la de hacer recaer sobre dicha autoridad la responsabilidad por la muerte de los huelguistas: es una peculiar forma de terrorismo psicológico. No puedo desarrollar aquí este argumento, pero, en definitiva, las razones para reprobarla son semejantes a las que esgrimiríamos ante un secuestro o una tortura (psicológica) realizados por un fin político noble.

Si las huelgas de hambre suponen una grave lesión de la autonomía de las personas gobernantes, entonces es lícito interrumpirlas, como es lícito interrumpir una sesión de tortura psicológica. También un tirano como Raúl Castro tiene derecho a que no se le trate como un solo medio sino siempre, al mismo tiempo, como un fin. Aunque no nos guste.

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Una protesta extrema pero justa

(José María Arnaiz, SM- Miembro de Amerindia en Chile) Los 35 comuneros mapuches, cuando estaban en plena capacidad de decidir, optaron por llevar su manifestación de protesta hasta poner en riesgo sus vidas. Todo ello por una causa que ellos consideran justa y grande. Están y estaban dispuestos a entregar la vida por ella si llegaba la muerte sin haber sido escuchados. Este prolongado ayuno al comienzo fue ignorado y después deslegitimado por el Gobierno chileno. No fue tampoco muy difundido por los medios. Ahora, el mismo Gobierno ha tomado conciencia de que el tema urge, ya que se da cuenta de que se está jugando con fuego. Además, hay mucha presión internacional y ha aumentado enormemente la solidaridad en el país. Ello se ha traducido en movilizaciones y en toma de posiciones a favor o en contra muy radicales. No hay duda para nadie de que la muerte aguarda a los que dejan de alimentarse, y ello es muy serio.

¿Cómo leer y vivir todo esto? No es fácil. Por una parte, nuestra sociedad debe respetar la autonomía moral de estas personas. Eso aunque se esté en desacuerdo con esta forma extrema de protesta. No hay duda, también, de que los comuneros merecen respeto y se han ganado la compresión de muchos y la admiración de no pocos. Por supuesto, para nada hay que homologarlos con terroristas: son luchadores sociales que, en general, no han usado violencia desmedida, sino sólo defensiva. Con todo, no está mal recordarles que no es banal lo que están haciendo, es alarmante; que su familia y la sociedad no siempre les comprenden y que siempre los necesitan. Por supuesto que si fracasa la persuasión, no queda más que el acompañamiento cercano. Es lo que está haciendo la Iglesia y, de manera especial y atinada, el arzobispo de Concepción, Ricardo Ezzati, que además de facilitador del diálogo ha permanecido muy cerca de ellos.

En la lucha política, el que es atacado es siempre adversario. Esta lógica cambia en la huelga de hambre. Aquí el primer daño lo recibe uno mismo. Esto da al huelguista una inmensa grandeza, por querer afrontar con valentía un gran riesgo. Ellos mismos han expresado que a su cuerpo ya sólo le queda resistir y protestar. Esta huelga de los mapuches, que dura ya más de 84 días y en la que alguno de ellos ha llegado a perder hasta 30 kilos, participa de esta grandeza. Hay en ella audacia y es de esperar que no falte lucidez. Esconden mucho coraje estos hombres y mucho del sufrimiento acumulado en ellos y generado también en los demás.

¿Cuál es la intención de todo esto? Tiene que ser una gran causa. No es clemencia lo que pedimos; pedimos sólo justicia. No piden la libertad, sino ser tratados y juzgados por la ley civil y el fin de la aplicación de la ley antiterrorista. Pero “instrumentalizan” su vida por otra causa que para ellos y para muchos es muy grande: la etnia minoritaria mapuche ha sido invisibilizada; a menudo, ser indígena y mapuche es sinónimo de ser pobre. Por eso, exigen el fin de la discriminación. Piden ser uno de los pueblos del Estado chileno y que puedan fácilmente reconocerse en los elementos identitarios de ese Estado. Son diferentes étnicamente y quieren ser reconocidos como tales y aportar a esa identidad. Nos recuerdan que hay que tomarse en serio la diversidad étnica y cultural antes de que sea demasiado tarde. La autonomía regional es una posible solución para reconocer los derechos mapuches. Al ser tan grande la causa y tan prolongada la huelga, ocurre que para algunos son suicidas; otros les asemejan a los grandes héroes; no son pocos los que sí están de acuerdo con la intención y no con lo que hacen. Y como el fin no justifica los medios…

Para los primeros, esta huelga busca dejar en la penumbra una acción subversiva y terrorista llevada a cabo por mapuches. Se la identifica con un chantaje, ya que para satisfacer una demanda se atenta contra la propia integridad física con una intransigencia extrema; así, se llega al suicidio. Para los segundos, por supuesto, su acción es moralmente lícita, y no queremos que se identifique para nada con el suicidio.

Reproduzco uno de los relatos de Saramago, de su libro El equipaje del viajero. Un joven sube a una torre con el propósito de saltar y morir. Abajo se junta una multitud esperanzada en que no lo haga; y el joven vacila. Sin embargo, ante la prolongada espera, la gente lanza abucheos e insultos y grita: “Salta, cobarde, salta”. El joven se lanza al vacío y muere.

La adecuada actitud de los que somos multitud no es fácil, pero puede ayudar a que haya sensatez, se resuelva políticamente este drama y se escuche el grito que hay detrás de esta protesta tan radical. La autoridad se la tiene que jugar por la vida de los comuneros.

En el nº 2.724 de Vida Nueva.

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