Editorial

Una visita con gran visión de futuro

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Publicado en el nº 2.722 de Vida Nueva (del 25 de septiembre al 1 de octubre de 2010).

El viaje de Benedicto XVI al Reino Unido, uno de los más difíciles de los realizados por el Pontífice, ha despertado un gran interés no sólo en el interior de la Iglesia, sino también en la sociedad. Un viaje oficial de cuatro días que ha sobrepasado todas las previsiones. Pese a la dificultad que entrañaba un periplo de este tipo, preparado con esmero, pese a la campaña en contra, desatada por varios sectores de la sociedad británica, la visita ha sido todo un éxito, destacado no sólo por el Vaticano, sin también por el Gobierno británico y por los responsables de la Comunión Anglicana. Ante la evidencia, también los poderosos medios de comunicación británicos, incluso los más adversos, no han dejado de valorar su significación histórica y positiva. Tampoco fue fácil el viaje del Papa a París y Praga, países de tradición secularista. Benedicto XVI lo decía al comienzo de su visita, insistiendo en que lo hacía consciente de la situación, pero con “valentía y alegría”.

El apretado programa del Pontífice en un país obsoleta y tradicionalmente “enemigo” de Roma ha puesto las bases para algo más: el papel de las religiones en general y del cristianismo en particular en el concierto de las naciones y la decisiva contribución de éstas al bien común. El Papa ha denunciado ciertas formas de “secularismo agresivo”, incluso en países con legislaciones respetuosas con los derechos humanos, a la vez que ha tendido la mano para que el mensaje del Evangelio pueda escucharse libremente en la plaza pública. Es este objetivo a largo plazo el que no conviene perder de vista, más allá de la euforia de los momentos posteriores a una visita considerada “histórica” por todas las partes y que tiene en su germen motivos de esperanza, no sólo para la minoría católica británica, sino también para el diálogo ecuménico. Es una buena hora para no desaprovechar la ocasión y ahondar en su significado de cara al futuro. Es la hora de aprender. La Iglesia y la sociedad política, religiosa, cultural y económica del Reino Unido, han escuchado el mensaje del Papa. También el Papa se ha comprometido a escuchar los mensajes de aquellas Iglesias que, en medio de graves dificultades ambientales, siguen predicando el Evangelio con una especial atención a dos campos prioritarios: la enseñanza y la acción social. Es pues, la hora del diálogo. Heart speaks to heart. Es el lema elegido por los obispos para la visita, tomado del cardenal Newman. El camino del diálogo desde la misericordia y el corazón es el único camino para predicar a Dios en sociedades que viven como si no existiera. Lecciones mutuas que hay que seguir asumiendo más allá de los triunfalismos legítimos desatados tras la visita.

Una presencia significativa, pues el Papa ha puesto el dedo en la llaga, hablando al corazón de una sociedad “secularizada”, que ha olvidado sus raíces cristianas y que ha de encontrar en ellas la savia evangélica para salir del laberinto al que los últimos siglos la han llevado. Es la reivindicación de lo religioso en la sociedad, con libertad, respeto y alegría. Un tema preferido por el Papa, quien está convencido del papel positivo de las religiones en una época de post-Ilustración. Los discursos del Pontífice, en la misma línea de su magisterio en estos últimos cinco años, van conformando un cuerpo doctrinal que servirá para destacar la importancia de lo religioso en las sociedades actuales. Y en esto, el Papa ha encontrado aliados en otras religiones y confesiones cristianas, también preocupadas por la deriva secularista de Europa y por la pérdida de sus raíces. En este viaje y en los encuentros mantenidos con líderes religiosos, Benedicto XVI se ha convertido en portavoz de esta inquietud, punto de unión en el diálogo interreligioso.

La visita, más allá de su significación histórica y de su oportunidad actual, abre las puertas a seguir avanzando en la tarea ecuménica. Con la visita al Palacio de Lambeth, en donde se encontró con el arzobispo de Westminster, Rowan Williams, y tras una oración vespertina conjunta en el corazón religioso del país, la Abadía de Westminster, se ha desbloqueado el camino para seguir ahondando en la tarea ecuménica. De nuevo el nombre del cardenal Newman, beatificado el domingo, adquiere su particular importancia. Aún quedan flecos en el campo teológico que se han de ir recortando con oración, estudio, diálogo y deseos de buscar la unidad. Lo que sí quedó claro es el deseo de seguir trabajando en común.

Se trata de emprender un camino para que la Iglesia sea creíble en una sociedad que busca gestos más que palabras. La división de las Iglesias no ayuda a la predicación en países secularizados. Lo dijo el Papa. Lo mismo que no ayudan los casos de pederastia del clero y sobre los que de forma repetida, enérgica y tajante ha hablado a los obispos tras reunirse con algunas víctimas. “Horror y vergüenza” han sido los calificativos usados por el Papa ante estos crímenes horrendos que en Inglaterra han tenido episodios lamentables.

En la instrucción Elegir el bien común, los obispos de Inglaterra y Gales han subrayado la importancia de practicar la virtud en la vida pública. Es necesario el testimonio de la fe y éste es el gran reto de los católicos en un país con bríos secularistas. Sólo desde ahí podrá tener entrada la oferta gratificante del Evangelio. Ahora los católicos tienen en el cardenal Newman un importante ejemplo de cómo vivir el diálogo fe-cultura y cómo caminar por las sendas de la unidad. Sin embargo, estas Iglesias no olvidan a otras dos grandes gigantes que marcaron una renovación eclesial. Por un lado, la figura del cardenal Manning y su apuesta en favor de los pobres siguiendo la Doctrina Social de la Iglesia. Su ejemplo fue un estímulo para creyentes en tiempos difíciles. Por otro lado, el cardenal Basil Hume, que puso en marcha el reloj conciliar con una visión renovadora que no puede olvidarse.

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