Sudáfrica: ¿y después del Mundial, qué?

(José Luis Ponce de León, IMC- Obispo del Vicariato Apostólico de Ingwavuma, Sudáfrica) Viernes 10 de septiembre. Hace “sólo dos meses” que acabó el Mundial de Fútbol, pero hoy sentimos que pasó hace mucho tiempo, porque Sudáfrica es un país donde todo se vive intensamente. Durante su preparación y celebración, los medios de comunicación alertaron sobre un posible retorno a manifestaciones de xenofobia apenas concluido. De hecho, las primeras se produjeron horas después del triunfo de España. Líderes de las Iglesias cristianas hablaron de este riesgo en un encuentro con el presidente, Jacob Zuma. Por fortuna, fueron hechos aislados, pero la tensión es permanente.

Como compartía en las homilías, no es difícil recibir a quien viene con dinero por turismo o a invertir en el país. Lo difícil es acoger a quien viene sólo con el sueño de construir un futuro mejor y enviar dinero a su familia…, pero aquí muchos sienten que les roban los pocos puestos de trabajo disponibles. De ahí que la oficina de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal pusiera la lucha contra la xenofobia entre sus prioridades y prepare un taller de concienciación para octubre con representantes de todas las diócesis.

No es un tema sencillo. En el país hay casi un millón y medio de personas llegadas desde Zimbabwe. El Gobierno ha dicho que a fin de año quien no tenga documentos será expulsado. Los recientes hechos de violencia en Mozambique hacen temer que también desde ese país aumente la inmigración.

Son también días de negociación, tras semanas de huelga de empleados públicos, que afectó sobre todo a hospitales y escuelas, dos sectores ya especialmente débiles. Reclaman un aumento de salarios. La Conferencia Episcopal envió un comunicado donde, sin negar el derecho a la huelga, expresó su horror ante el hecho de que a los más débiles y vulnerables se les niegue la atención básica.

El norte de la provincia del KwaZulu-Natal, donde está el Vicariato de Ingwavuma, tiene un 30% de enfermos de sida. Alguien decía estos días: “Desde que iniciamos el tratamiento antirretroviral, médicos y enfermeras nos insistieron en que no lo saltáramos ni un día… Hoy son ellos los que nos privan de medicación y tratamiento…”. Suspendiéndolo, se corre el riesgo de que el cuerpo genere resistencia al tratamiento y ya no lo puedan seguir. Lo mismo sucede con la tuberculosis.

Otra persona me comentaba: “El Gobierno no tiene autoridad para frenar la huelga. Al inicio del año fueron muy criticados por los gastos innecesarios que hicieron en autos, viajes, alojamiento… Justificaron todo. Si hubieran aceptado las críticas y hubieran dado marcha atrás, hoy podrían pedir a la gente que entiendan que los recursos no son ilimitados. Pero no lo hicieron”. Algo semejante sucedió durante el Mundial, con millones de rands gastados en entradas para los partidos.

A todo esto se agrega ahora otro tema. El Congreso Nacional Africano impulsa una ley de prensa que limite la libertad de expresión. Entre otras cosas, prevé detener a periodistas que publiquen información que el Gobierno considere secreta y la creación de un tribunal para juzgar a periodistas. La intuición general es que se quieren silenciar los casos de corrupción de los que se está hablando cotidianamente.

El diario The Mercury publicó una reflexión del cardenal Napier que sintetiza el sentimiento generalizado: “Sólo tener muy mala memoria o un fuerte sentimiento de culpa puede llevar a una persona que haya sufrido durante el antiguo régimen (la segregación racial) a pasar rápidamente de oponerse a apoyar una conducta tan antidemocrática”. A comienzos de octubre, varios obispos nos encontraremos para profundizar este tema y decidir qué pasos tomar.

Sí, hace sólo dos meses que terminó el Mundial. A todos nos parece que hiciera más tiempo, porque enseguida hemos tenido que dedicarnos a otros temas. La huelga, la xenofobia, la ley de prensa son sólo tres de tantos… Sigue, por ejemplo, la lucha contra la trata de personas. Que la gente haya pensado que sólo hubo peligro durante el Mundial hace que nuestros chicos y jóvenes corran un alto riesgo.

El Mundial se vivió como una verdadera fiesta, que nos permitió reconocernos como un solo pueblo, pero que también nos desafió a ver qué camino nos llevará a hacerlo en la realidad cotidiana, y no sólo durante un mes.

En el nº 2.722 de Vida Nueva.

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