Marta Elena Vélez Betancur: “El pueblo haitiano es buena escuela para el consagrado”

Dominica de la Presentación

(Luis Alberto Gonzalo-Díez, CMF) Marta Elena Vélez Betancur es una religiosa de los miles que trabajan y esperan en nuestro país. Colombiana de nacimiento, lleva muchos años en España. Forma parte de esa Vida Consagrada multicultural que es el rostro del siglo XXI. Es Dominica de la Presentación, superiora de su comunidad y miembro del consejo de gobierno de su provincia. Trabaja a diario en la recepción de la CONFER (Conferencia Española de Religiosos). Allí abre, acoge, escucha y orienta. Otro rasgo clave para la misión de este tiempo.

¿Por qué en la CONFER? ¿Cómo se plantea su servicio en la casa común de los religiosos?

Un elemento muy propio de mi congregación es estar con los más pobres. Por eso nos exigimos un testimonio de vida en la sencillez, el trabajo y la pobreza. Trabajar para la CONFER es trabajar para la Iglesia. Mi congregación me pidió este servicio. Trabajé primero en el Área de Misión durante once años. Ahora tengo otro cometido: la recepción. Siempre se puede servir.

Este verano ha estado en Haití. ¿Qué ha visto y vivido?

Soy colombiana, he vivido también en Panamá, Puerto Rico y en la República Dominicana. Nunca había vivido algo así. Este verano no ha sido un verano cualquiera. Los que vamos y regresamos nos quedamos casi paralizados ante este dantesco drama: paredes, hierros y cementos suspendidos en el aire. Un ambiente cargado de polvo, de olores muy fuertes de aguas estancadas y montañas de basura. El calor y la humedad agobiante hacen que el sudor huela a caña de azúcar. Puerto Príncipe, doblegada por el terremoto, se ha vestido de los colores de plásticos, predominando el azul, el blanco, el naranja o el verde. Tiendas de campaña que también tienen fecha de caducidad. Al pasar por los campamentos te obligas a guardar silencio, a contemplar, a hacerte preguntas… a rabiar. Campamentos sin seguridades convertidos en miserias, en llantos, en lugares donde prolifera la indignidad.

¿Se ha acabado la solidaridad?

En parte, sí. Los medios apenas hablan, y de nuevo el mundo se ha olvidado de que Haití existe, a excepción de los que han visto y oído el clamor de los pobres. El pueblo haitiano es una buena “escuela” para los consagrados de este siglo. Haití debe estar alerta para no caer en brazos de ciertas solidaridades que pueden manipular y conseguir otros objetivos que nada tienen que ver con el pueblo.

Los consagrados en Haití, ¿se quedan?

Los vi como un signo de esperanza. Su compromiso es total y su opción por los pobres se trasluce en el modo de vivir, en el testimonio gozoso y en la lucha por salvar al pueblo y amortiguar tanto dolor. El 97% de ellos lo perdieron todo. Hoy empiezan a reconstruir: escuelas, dispensarios, antes que sus propias casas. Siguen durmiendo en tiendas de campaña… Gracias a ellos, aunque no salga en los medios, Haití vive. Sería una simpleza creer que los religiosos sólo están “reconstruyendo inmuebles”; para nosotros es más importante la reconstrucción del tejido social…devolver la humanidad perdida.

Regresa con esperanza.

Haití cuenta con 91 comunidades religiosas y un tercio de religiosos son autóctonos. Viven muy unidas y en auténtica misión compartida. Este sufrimiento las ha fortalecido más. Compartir este tiempo con diversas congregaciones me ha ayudado a valorar que sólo la entrega, la alegría y la disponibilidad en el servicio hacen más fructífera nuestra Vida Consagrada

Para ganar en libertad, ¿qué tendría que hacer la Vida Religiosa?

Vigilar para no caer en la tentación de la productividad y la eficacia, ya que pueden llegar a desmoronar la opción. Dejarnos guiar por el Espíritu y entender que este tiempo es apasionante. Los compromisos deben partir desde la justicia y haciendo camino con los más pobres de la tierra.

MIRADA CON LUPA

Para los religiosos, hablar de reestructuración es hablar de los pobres. Los márgenes donde no hay decisión, ni ruido, tampoco noticia… porque los débiles de la tierra no son noticia. Hay un profundo desgaste en la búsqueda de dónde, cómo y cuándo… Y cierta miopía y temor a las decisiones arriesgadas. Crece la sensación de que las fronteras con vida para los consagrados siguen ahí y aumentan, llegan en la ilegalidad, viven en la calle y en el paro. No llegan a fin de mes, porque no llegan tampoco al principio, hacen colas interminables en los bancos de alimentos y ropas. Intuimos qué urge, pero muchos “compromisos” nos atan. “Nadar y guardar la ropa” es una máxima mercantil para astutos. Los consagrados, sencillamente, tenemos que nadar.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.722 de Vida Nueva.

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