Una flor en barbecho

Mis tardes con Margueritte

(J. L. Celada ) Escribía Albert Camus que “quizás un día, sólo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en alguna ciudad feliz”. Tan apocalíptico final pertenece a una de sus obras más conocidas, La peste, con cuya lectura arranca Mis tardes con Margueritte, historia de la entrañable relación entre una instruida jubilada (Gisèle Casadesus) y un tipo con “la cabeza en barbecho” (título original de la cinta), encarnado por el enorme –en todos los sentidos– Gérard Depardieu.

Y no es casualidad que ese pesimismo del Nobel francés nos introduzca aquí en materia, porque ambos protagonistas han sido (y son) víctimas del lado más amargo de la condición humana: él sabe lo que es sentirse despreciado desde la infancia y aún hoy soporta las risas de sus supuestos amigos; ella, recluida en una residencia junto a sus libros, acepta resignada que “la vejez estorba, sobre todo a los demás”. Quizás por ello, su encuentro resulta de lo más esperanzador.

Es en este punto donde surge el Jean Becker de los buenos sentimientos, el mismo director que nos emocionó en aquellas Conversaciones con mi jardinero (2006) y que vuelve a apelar a la sabiduría de lo cotidiano como manual de supervivencia, y al calor de la palabra como bálsamo para el camino. En esta ocasión, un individuo autodidacta y pluriempleado descubre de la mano de la anciana que “leer es también escuchar”. Pero no sólo eso. En compañía de esta flor otoñal, restaña algunas heridas del pasado, especialmente las que dejó a su paso la indiferencia de su progenitora; hasta recuperar la confianza en el amor maternal, La promesa del alba, para reconocerse en ese “regreso a la tumba de la madre a aullar como un perro abandonado”, felizmente retratado por la novela de Romain Gray que también comparten.

No será la única. Ahí está, por ejemplo, Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda, cuyo relato cautiva a nuestro aprendiz de lector. Pretextos, al fin y al cabo, para que este personaje torpe y bonachón pueda “viajar de palabra en palabra” –ayudado, eso sí, por el regalo de un diccionario que proporciona algunos de los momentos más cómicos del filme– y aprenda a quererse un poco más, a regar la planta de su autoestima.

Vaya por delante que Mis tardes con Margueritte no alcanza la intensidad dramática ni la solidez narrativa de anteriores trabajos de este realizador, pero es tal su sencillez y frescura, que supone una inmejorable oportunidad para apreciar el valor terapéutico del lenguaje (incluido el cinematográfico). A falta de otras pretensiones, huelgan más consideraciones.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: La tête en friche

DIRECCIÓN: Jean Becker

GUIÓN: Jean-Loup Dabadie y Jean Becker, sobre la novela homónima de Marie-Sabine Roger

FOTOGRAFÍA: Arthur Cloquet

MÚSICA: Laurent Voulzy

PRODUCCIÓN:
Louis Becker

INTÉRPRETES: Gérard Depardieu, Gisèle Casadesus, Maurane, Patrick Bouchitey, Jean-François Stévenin, François-Xavier Demaison, Claire Maurier, Sophie Guillemin

En el nº 2.721 de Vida Nueva.

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