“Andalucía, levántate y anda…”

El ‘Pliego’ ofrece una radiografía de las Iglesias del Sur

(Antonio Gil Moreno– Sacerdote y periodista) A la hora y en el momento de adentrarnos por unas horas en Andalucía, para contemplarla de cerca, desde la orilla de la fe, con mirada periodística pero con sentir cristiano, la primera voz que resuena en nuestros oídos y el primer latido que nos llega al corazón brotan del manantial del Evangelio, con la fuerza del soñar divino en aquellas hermosas palabras que Cristo dirigiera al paralítico tras abrir en su vida los hermosos ventanales de la luz y de la gracia: “Andalucía, levántate y anda…”.

Andalucía es una de las regiones que condensa en sus pueblos y ciudades, a lo largo y ancho de su gran extensión, toda la gama de los sentimientos humanos, conjugados en paisajes de tantos contrastes como situaciones vive el ser humano, desde la luminosidad y la grandeza de la vida, hasta el declive final, pasando por alegrías desbordantes en la variedad de sus ferias y fiestas populares o por el esplendor de su riqueza patrimonial y artística, en monumentos tan universales como, por ejemplo, la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada o la Giralda
de Sevilla.

Andalucía alberga en su territorio, abierto a los mares y a las sierras más intrincadas, a ocho provincias y a diez diócesis (Almería, Cádiz y Ceuta, Córdoba, Granada, Guadix-Baza, Huelva, Jaén, Asidonia-Jerez, Málaga, Sevilla) , cada una con sus propias señas de identidad, pero aunadas por un sentido vitalista de la existencia, en sus múltiples desafíos: las alegrías son ensalzadas con el baile y las palmas, y las penas son elevadas a la categoría de lamento con fondo de guitarra en la expresión más vibrante de esta tierra que es el flamenco, cuyo lenguaje fabrica el pueblo con su propio dolor.

Historia llena de confrontaciones

Andalucía ha sufrido en sus carnes, a lo largo de los siglos, los avatares de la cultura romana, cristiana y musulmana, casi siempre en confrontaciones de lucha, rozando convivencias y desavenencias, que los historiadores continúan desmenuzando. Pero, sobre todo, ha sufrido también como pocos pueblos del territorio nacional los desajustes que conllevan latifundios y clases sociales, clavados sobre su piel como viejos alfilerazos que el tiempo no logra borrar del todo, como si la antigua terminología de “ricos” y “pobres”, actualizada de nuevo por los gobernantes, no quisiera extinguirse, para mantenerse así la llama de confrontaciones que no tienen sentido en una sociedad que necesita más que nunca unidad en lo esencial para solucionar de una vez sus viejos problemas y superar sus rencillas ancestrales.

Pero esa Andalucía, tan conocida en el mundo entero, identificada tantas veces con los tópicos más insulsos, sigue a la cola del desarrollo económico y de la educación, con cifras y porcentajes que producen sonrojo. ¿Cómo es posible que una región tan dotada de bienes naturales –sierras, campiña, mares, playas– pueda seguir a la cola, manteniendo un subdesarrollo que da vergüenza? El paro, la escasez de horizontes, una educación que no avanza ni alcanza sus objetivos más esenciales, mil frustraciones que se van amontonando, sobre todo, en nuestros pueblos, han convertido Andalucía en una comunidad estancada, que ni mejora ni avanza, o lo hace a paso de tortuga, mientras pasan los años acrecentándose la resignación y el desencanto.

A lo largo de estas páginas, vamos a internarnos en Andalucía, ofreciendo tres paisajes bien definidos: primero, el panorama general, estadístico, de sus diez diócesis, con los datos de mayor interés recogidos en distintos cuadros; en segundo lugar, el paisaje de sus luces y sus sombras, ofreciendo de forma panorámica los principales retos que tiene planteados; y, por último, adentrándonos principalmente en el ámbito religioso, intentaremos esbozar también el perfil de los pastores que necesita Andalucía en estos momentos o que mejor podrían sintonizar con sus pueblos y ciudades.

Más información en el nº 2.721 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, vea el ‘Pliego’ íntegro aquí.

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