Editorial

Fundamentalismos incendiarios

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Publicado en el nº 2.721 de Vida Nueva (del 18 al 24 de septiembre de 2010).

La noticia de las intenciones del pastor estadounidense Terry Jones de quemar ejemplares del Corán en su iglesia de Florida, coincidiendo con el aniversario de los atentados del 11 de septiembre, ha desatado un revuelo internacional que incluso se ha cobrado la vida de varias personas.

Jones había anunciado la quema de coranes para protestar contra la construcción de un centro islámico cerca del lugar donde se encontraban las Torres Gemelas, aunque finalmente se retractó ante la polémica y las protestas generadas por su ocurrencia. Este hecho aislado ha mostrado cómo están los ánimos de encendidos en relación a la importancia de lo religioso en la sociedad actual. Las reacciones, entre las que caben destacar las del propio Benedicto XVI así como las del presidente Obama y otros dignatarios religiosos y políticos, han detenido, al fin, un hecho que tiene su importancia.

Estamos asistiendo, de forma larvada, a un desprestigio del papel de las religiones en la construcción de un mundo en paz. Frecuentemente, aireado por ciertas terminales mediáticas y grupos de poder, se hace ver cómo las religiones son la fuente de los conflictos bélicos, del terrorismo islámico y de otras acciones convulsas, fruto de un fundamentalismo religioso no querido por las religiones, que tienen en su origen un deseo de paz y una larga trayectoria de trabajo por ella, pese a su baldones históricos.

Es hora de poner claro, con palabras, pero también con acciones, la labor que las Iglesias hacen para construir lazos fraternos y crear una cultura de la paz que se base en la justicia y en el respeto mutuo. Decir tan alegremente que en la base de la guerra está la religión no es sólo una irresponsabilidad histórica, sino también un grave atentado a la verdad. Las Iglesias no pueden dejar de priorizar este trabajo por la paz, aislando todo integrismo y fundamentalismo letal.

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