Diario de una masacre

Así vivió Monseñor Rivera Damas los asesinatos de la UCA

UCA(Gregorio Rosa Chávez– Obispo Auxiliar de San Salvador) Hace veinte años –un trágico jueves 16 de noviembre–, el mundo conoció, horrorizado, la masacre de la UCA (Universidad Centroamericana). Con esta frase se quería expresar el estupor, el desconcierto y la indignación que produjo el asesinato a mansalva de seis jesuitas, casi todos españoles, y dos mujeres, Elba Ramos y su hija Celina, que trabajaban con ellos.

Desde entonces recordamos a estas víctimas inocentes como los mártires de la UCA. La visita a la capilla donde sus restos están sepultados y al Jardín de las Rosas, adonde sus cuerpos sin vida fueron arrastrados por los asesinos, forma parte de un ritual que muchos hombres y mujeres, venidos de diversos países, han cumplido con emoción y gratitud. Esta es una de las estaciones de lo que llamamos la visita a los ‘santos lugares’ de El Salvador. El recorrido completo incluye el sitio donde fue asesinado el P. Rutilio Grande, así como su tumba en la iglesita de El Paisnal, y el lugar del martirio de cuatro norteamericanas, tres religiosas de Maryknoll y una laica. Por supuesto, el punto central de esta peregrinación tiene que ver con Monseñor Romero: la capilla donde el amado pastor ofrendó su vida, la casita donde vivía y su sepulcro en la cripta de la catedral de San Salvador.

Muchas cosas se están escribiendo y muchas iniciativas surgen por doquier para conmemorar a los mártires de la UCA, veinte años después de su muerte violenta. Por mi parte, quisiera ofrecer un testimonio de cómo viví esa jornada tan dolorosa. También traeré a la memoria lo que escribió en su Diario Monseñor Arturo Rivera Damas, el sucesor de Mons. Romero, y algunos pensamientos de sus homilías.

Llega la noticia

El jueves 16 de noviembre de 1989, la noticia del asesinato de los padres llegó a la casa arzobispal, mientras Monseñor Rivera y yo desayunábamos. Inmediatamente nos levantamos y nos revestimos de sotana negra. Yo tomé un ritual y una estola blanca para Mons. Rivera. En el camino hacia la UCA –un recorrido de unos quince minutos– le dije: “Monseñor, lo que diga usted ante la prensa, al llegar a la UCA es muy importante”.

Pronto estábamos ante un cuatro dantesco que quedó plasmado para la historia en una dramática fotografía, publicada en su portada por la revista italiana Jesus: sobre la hierba yacen los cuerpos sin vida de cuatro de los mártires, tres de ellos con la cabeza destrozada; frente a ellos, de pie, estamos Monseñor Rivera, el Padre José María Tojeira y otras personas.

Mons. Rivera dijo sus primeras palabras ante la prensa: “Los asesinos son los mismos que mataron a Monseñor Romero”. Después de esos momentos densos cargados de intenso dolor y dramatismo, el P. Tojeira nos mostró una gran cantidad de casquillos que estaban cerca del lugar del crimen. Para nosotros no había duda: estábamos ante una acción de la Fuerza Armada de El Salvador.

Monseñor Rivera, al volver a casa, escribió en su Diario:

UCA-2“Dies magna et amara valde. Mientras desayunábamos, el Padre Urrutia me comunicó que el P. Howard traía de parte del P. Tojeira (Provincial) la triste noticia del asesinato del P. Ellacuría, P. Montes, P. Martín-Baró, P. Joaquín López, P. Ramón Moreno y P. Amando López. Además de la cocinera Elba y su hija de 15 años. Nos reunimos con Mons. Rosa y el P. Urrutia para planificar lo que había que hacer: visitar el lugar de los hechos, rezar, hablar con el Provincial, visitar al Presidente Cristiani y al Señor Nuncio Apostólico. Se hizo todo. ¡María Auxiliadora hace las cosas bien!”.

“El cuadro era desolador: cuatro cadáveres habían sido sacados al gramalito del frente, el de Ellacuría, Baró, Montes y Amando López; en sus cuartos, el de Moreno y López y López. Los pensadores tenían el cráneo deshecho, con los sesos fuera. La cocinera y la hija también fueron tratadas con crueldad. Después del responso dije unas palabras: condené la matanza, dije que los asesinos eran los mismos [que los] de Mons. Romero y que este hecho no debería ser pretexto de continuar la masacre. Visitamos luego al Señor Nuncio: Monseñor Rosa, Urrutia, Tojeira y yo. Hablamos largo con él y el P. Secretario. Con ellos tocamos los mismos temas que con el Presidente Cristiani. Antes, como por cuarenta y cinco minutos, hablamos con el Ministro de la Presidencia, Coronel Martínez Varela: necesidad de un enlace para lo administrativo, para los derechos humanos y espacio en la cadena nacional de radio. Entre tanto llegó el Presidente. Hablé yo primero: emergencia del país, emergencia de la Iglesia y caso del asesinato. Para responder a la emergencia primero en la capital y pueblos vecinos, dije lo que hacíamos y ha sido publicado en el campo pagado de La Prensa Gráfica de este día”.

“En cuanto a lo segundo, hablaría Mons. Rosa: la cadena excitó a la venganza ciega contra los jesuitas y nosotros; necesidad de usarla bien y necesidad de espacios noticiosos de la Iglesia, mejor si usamos nuestra radio YSAX. Repitió algo de lo dicho al Ministro de la Presidencia. Luego intervino Tojeira. El Presidente escuchó pacientemente la secuencia de los hechos: la zona está militarizada, por la proximidad a la Colonia Militar y Estado Mayor; el lunes por la noche catearon la casa de habitación de los asesinados, las amenazas y excitación de la cadena radial, dos testigos que vieron a cuarenta hombres uniformados, con armas largas, que por espacio de media hora estuvieron haciendo la tarea: asesinar a los seis sacerdotes y a las dos mujeres de la cocina y detonar bombas en el Centro Óscar Romero, donde incendiaron libros y archivos. Concluyo que, salvo prueba en contrario, la presunción vehemente estaba en que había sido el ejército. El Presidente dijo: ‘Más bien, elementos del ejército’”.

Para comprender lo anterior, hay que tener presente que, desde el inicio de la ofensiva de la guerrilla, el Gobierno ordenó que todas las estaciones de radio transmitieran en cadena con la radio del ejército. Ésta difundía mensajes acusadores contra políticos de izquierda, dirigentes sindicales y otras personas, incluidos los jesuitas de la UCA, otros dirigentes religiosos y los dos obispos de San Salvador. Por eso es interesante lo que dice Mons. Rivera al comentar la reunión con el Presidente:
“Los efectos: más apertura en la información de la televisión, una conferencia de prensa presidencial condenando el hecho y prometiendo averiguar. Mucha solidaridad internacional. Un telegrama del Santo Padre Juan Pablo II, que a continuación citamos:

Vaticano, 16 Nov. 1989

Monseñor Arturo Rivera Damas

Arzobispo de San Salvador

Profundamente apesadumbrado al recibir la triste noticia del bárbaro asesinato de seis padres jesuitas de la Compañía de Jesús y miembros del personal de la residencia universitaria, deseo manifestarle, Señor Arzobispo, y por su medio a los familiares de las víctimas y a los superiores de la Compañía de Jesús, mi vivo dolor por este acto de execrable violencia junto con la seguridad de mis plegarias por el eterno descanso de los fallecidos.

UCA-3Al expresar una vez más mi enérgica reprobación por acciones contra la vida de las personas, renuevo mi urgente llamado a la responsabilidad y a la concordia, mientras hago votos para que el sacrificio de los religiosos asesinados induzca a todos a rechazar la violencia y a respetar la vida de los hermanos, para así conseguir frutos de paz y reconciliación en ese sufrido país.

Con estos deseos, y en prenda de la constante asistencia divina, imparto de corazón la bendición apostólica sobre ­todos los amados hijos de El Salvador.

Juan Pablo II P.P.”.

En el Diario se consignan, a continuación, detalles de la conferencia de prensa que hubo al día siguiente “para informar de la visita al Presidente, mensajes recibidos y contactos en orden a que las partes suspendan las acciones”. El sábado 18, Mons. Rivera anota esta escueta frase: “Por la noche hice las dos homilías”. Se refiere a la homilía de catedral y a la misa exequial en la UCA. Es interesante transcribir lo que nos dejó en su Diario sobre la jornada del 19:

“A las 8 a.m. concelebré con Mons. Stehle y Mons. Rosa en la basílica. Hubo toda una conferencia de prensa al final. En el Aula Magna (de la UCA) tuvo lugar la Misa Exequial de los seis jesuitas. Hubo mas de cincuenta sacerdotes concelebrantes. Participó el Presidente Cristiani. Por la tarde se recrudecieron los combates en el área de Soyapango. El Fiscal Eduardo Colorado envió una carta al Santo Padre pidiendo que nos saque a Mons. Rosa y a mí del país porque corremos peligro de muerte (¿?). No hacer caso. Hablé de la presunción vehemente de que fueron militares”.

¿Qué pensar?

Después vino la arriesgada tarea de formular la toma de posición del Arzobispado de San Salvador, posición que debía hacerse pública en la homilía del siguiente domingo. Con Monseñor Rivera teníamos la costumbre de discutir, los sábados por la noche, después de rezar el rosario, mientras caminábamos por los patios del Arzobispado, los puntos que íbamos a comentar al final de la homilía dominical. Era una sección muy esperada por los periodistas, en la que nos referíamos a algunos “hechos de la semana”. En esta ocasión, dada la gravedad del asunto, redactamos juntos esta parte de la homilía. Tardamos más de dos horas en dar con la formulación que nos pareció la más adecuada. Y esto dijo Mons. Rivera en la misa:

“En ese clima de confrontación total, y después de las reiteradas y apasionadas acusaciones anónimas que se escucharon en la Cadena Nacional de Radio contra conocidas personas, el mundo entero se horrorizó al conocer el brutal asesinato de seis sacerdotes jesuitas y de dos empleadas de su residencia…”.

En la parte medular, el pastor afirmó categóricamente:

“No cabe duda que tan nefanda acción había sido decidida con antelación y preparada por la irresponsable campaña de acusaciones y calumnias –sobre todo en algunos medios impresos– contra varios de los distinguidos académicos de la UCA que ahora ya están muertos; tales acusaciones y calumnias envenenaron las mentes y terminaron armando los brazos asesinos…”.

Y concluyó pidiendo una investigación objetiva:

“El Presidente Cristiani y el Alto Mando han hecho público su compromiso de llevar a cabo una investigación exhaustiva. Les tomamos la palabra, no sólo porque debe hacerse justicia, sino también porque hay una presunción vehemente de que los asesinos de los religiosos sean elementos de la Fuerza Armada o en íntima connivencia con ellos”.

Poco después, el arzobispo de San Salvador pronunciaba la homilía en la misa exequial de los sacerdotes asesinados:

“Ha sido un golpe para la Iglesia que peregrina en San Salvador, pues eran presbíteros miembros de la Compañía de Jesús, que habían dedicado parte de su vida a la formación del clero de las diócesis del país. Un golpe a la Compañía de Jesús, que a la luz del Concilio Vaticano II, de Medellín y Puebla, asumían y vivían la opción preferencial por los pobres. Un golpe para la cultura del país”.

Memoria viva

UCA-4Al final de este recorrido, se impone una pregunta que puede formularse de diversas maneras: hoy, veinte años después de su muerte, ¿qué significado tienen para la Iglesia de El Salvador el P. Ellacuría y sus compañeros? ¿Cómo se contempla su figura? ¿Se les sigue recordando? ¿De qué manera? ¿Por parte de quiénes? ¿Cuál es su legado? ¿Qué aportaron a la Iglesia y la sociedad de este país?

Una opinión común, que comparto plenamente, es que la muerte de los padres jesuitas dejó en evidencia lo absurdo de una solución militar al conflicto armado que nos desangró durante doce años. Por lo mismo, con su sangre aceleraron el momento de la firma de la paz.

Por otra parte, tan execrable acción puso en primer plano la invaluable contribución de estos distinguidos académicos al conocimiento de la realidad del país y a la búsqueda de soluciones acordes a la dignidad de las personas, sobre todo, de los pobres y excluidos.

En el plano espiritual, su martirio ha inspirado y sigue inspirando a mucha gente, de toda edad, más allá de las fronteras de la Iglesia, e incluso entre agnósticos y no creyentes. Por distintas razones, su memoria se asocia espontáneamente al recuerdo del salvadoreño más conocido y amado en el mundo entero: Mons. Romero.

Han pasado veinte años y las comunidades cristianas más atentas a los signos de los tiempos, numerosos grupos de derechos humanos, ONG y muchísima gente de buena voluntad evocan su testimonio y memoria, con respeto, cariño y gratitud. No cabe duda: El Salvador les debe mucho, y la forma de pagar esa deuda es dejarse cuestionar por su mensaje más elocuente, el del silencio de sus cuerpos destrozados por las balas asesinas: es el mensaje de que la vida debe tener la última palabra.

En el nº 2.685 de Vida Nueva.

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