Viajes y desventuras

(Dolores Aleixandre, rscj)

“Cuento mis desventuras hasta que se me congela el relato en los labios al escuchar a dos amigas que me hablan de sus viajes: Melita (portuguesa de Santo Tomé, cinco hijos y camarera discontinua en un hotel) lleva sin trabajar seis meses, y como están ya pasando hambre, ha decidido irse a Londres con sus hijos porque cree que allí encontrará trabajo”

Por su propio interés, mantengan sus pertenencias controladas en todo momento”. A pesar de la insistente recomendación de la megafonía de Barajas, dejo por un momento descontroladas mis pertenencias y, cuando quiero darme cuenta, me ha desparecido el bolso con el ordenador, la música, dos USB con los Ejercicios que iba a dar en Puerto Rico, además de otras cosas que consideraba indispensables, desde el crucifijo de mi madre al cepillo de dientes, el antifaz para dormir o el libro para hacer más llevadero un largo vuelo. Como el pasaporte lo llevaba aparte, me subo al avión en estado de estupor y buscando a quién echarle la culpa del accidente, pero llego a la amarga evidencia de que la única culpable soy yo y mis distracciones. Paso las ocho horas de vuelo rumiando mis penas: en otro viaje reciente, la compañía había suspendido el vuelo dejándonos tirados en París y, en medio del caos, me había caído una maleta encima y me había roto el dedo de un pie.

Al volver, cuento mis desventuras hasta que se me congela el relato en los labios al escuchar a dos amigas que me hablan de sus viajes: Melita (portuguesa de Santo Tomé, cinco hijos y camarera discontinua en un hotel) lleva sin trabajar seis meses, y como están ya pasando hambre, ha decidido irse a Londres con sus hijos porque cree que allí encontrará trabajo de limpiadora y acceso a una vivienda barata. Me pide alguna maleta vieja para el traslado. Paulina, guineana, con cuatro hijos en guarda, me cuenta que ha viajado a su país pero que se ha vuelto porque quedarse allí sería un suicidio. Espera que vuelvan a llamarla en septiembre de las dos casas que limpia y sobrevive comiendo arroz y pan con azúcar, sin dinero ni para pagar sus pastillas para la tensión.

Que se me pegue la lengua al paladar si vuelvo a llamar desventuras a las naderías que me ocurren.

daleixandre@vidanueva.es

En el nº2.720 de Vida Nueva.

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