Le seguía una muchedumbre…

(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Un templo cualquiera del norte de España. Tarde de domingo y calor…mucho calor. En el altar, un religioso en la edad media de la Vida Consagrada… Alta, frente a una sociedad que valora lo joven por el solo hecho de serlo. El templo lleno: muchos ancianos y algunos matrimonios con sus hijos. Un espectro curioso. Campo de misión real y sin maquillaje. En medio del descanso veraniego, se acerca a compartir la Palabra quien se acerca.

El texto bíblico dice que a pesar de la muchedumbre, Jesús no se acomoda ni disfraza. Habla de seguimiento con Cruz. Es verdad que la perícopa comienza hablando de muchedumbre… Sinceramente, no creo que sea el mejor argumento para acercarnos a la realidad.
Pero sigamos con nuestro anónimo religioso y su particular modo de encender el ánimo en el pueblo creyente. Resulta que, sin querer, hacer sociología; fue lo que hizo (nos pasa a muchos). Eso sí, una sociología aplicada o acomodada: ¿dónde están todos aquéllos que se llamaban cristianos no hace tanto? Pregunta sin respuesta y rostros de cansancio. Sencillamente, ante interrogantes así, uno descubre lo que nunca se debe preguntar.

¿Dónde están esas muchedumbres…? Y trató de ofrecernos dos respuestas: una, que seguramente no eran todos los que estaban… Y, otra, que quizá lo que está queriendo Dios es una adhesión más personal, menos social; más personalizada y menos gregaria… En fin, ahí se quedó.

Sé que todos queremos decir más y mejor de lo que decimos. Sé, también, que podemos tener un día más o menos gris Sé, y ahí me quiero quedar, que la boca habla de la abundancia del corazón. Evidentemente, no seré yo el que no valore o menosprecie el servicio de misión en la predicación de tantos y tantos ministros ordenados religiosos y diocesanos. De esa labor callada y constante está dependiendo un mensaje de bondad que se extiende en las sociedades… Pero sí me parece pertinente reflexionar sobre la esperanza que sostiene la vida de no pocos consagrados.

Nuestro amigo, al borde los 70 años, está cuestionado porque no hay muchedumbres que escuchen el Evangelio y lo cumplan. Muchas convocatorias son para los mismos y de los mismos. En algunas programaciones de inicio de curso, la cuestión no es tanto atender a la necesidad más evangélica, sino cómo “rizar el rizo” de manera que la propuesta de lo mismo, suene moderna… No siempre lo que metemos en el cajón de la creatividad es tal. Hay una buena capa de modismos, mezclas extrañas, asunción de modos. Incluso la emulación o imitación de programas de TV con tirón… La intención puede ser buena; los resultados reducen la propuesta a una “cierta receta horteril”.

A nuestro religioso lo que le preocupa es la muchedumbre. La echa de menos. En pleno siglo XIX, decía el santo Claret, en una de sus crónicas de las predicaciones, lo siguiente: “En Villafranca del Bierzo, fue tan grande el fruto del sermón que todos, conmovidos, se abrazaban llorando. Quien no tenía a quién abrazarse, se abrazaba a una columna”. Está claro que en nuestra misión de hoy, entre la gente de hoy, donde está Dios hoy, a ninguno nos pasa esta gesta. Más bien vamos encontrándonos con el silencio de muchas respuestas. Con nombres y apellidos que no encajan en nuestros procesos. Con historias difícilmente encasillables. Con una tarea apasionante y dura que exige cercanía para provocar el “contagio”.

Sí, en el corazón del religioso anónimo de esta semana, seguro que hay muchas horas de soledad. Mucha fidelidad contenida y un anhelo emocionado que busca que la gente descubra la cercanía de Dios. Seguro, además, que hay honesto amor a nuestra realidad; seguro que hay confianza y alegría vocacional. Pero, de vez en cuando, al atardecer, con casi 70 años… una tarde de verano se pregunta: “¿Qué he hecho? ¿Dónde se han quedado tantas ilusiones? ¿Esto, que es así, tiene que ser así?”.

En esas tardes de la vida, el consagrado y la consagrada, conviene que tengan alguien al lado que los agarre del brazo, los invite a mirar a lo alto y a los lados… En esas tardes, que están en todas las edades, es imprescindible que uno, solamente, sepa que cree.

MIRADA CON LUPA

La asignatura troncal de la Vida Consagrada es la antropología. Es curioso, a veces creemos que la tenemos convalidada, otras, que es fácil y no conviene perder tiempo…Ingenuos. Los grandes proyectos no fracasan en el papel, o en los tiempos, ni por los responsables… El fallo puede darse cuando no hay persona.

lgonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.720 de Vida Nueva.

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