El Concilio, a debate en Roma

Concilio Vaticano II firma Juan XXIII

(Juan Rubio)

El Ratzinger Schülerkreis abordó este verano un tema preferido por el Papa: el Vaticano II y su hermenéutica. Vuelta al discurso pronunciado en 2005 ante la Curia romana. Este encuentro de Benedicto XVI con un grupo de teólogos, viejos amigos y alumnos, ha erizado no pocas sensibilidades, espoleadas por la virulencia de quienes creen ver en esta reunión los preparativos de un funeral conciliar.

La iniciativa del Papa abre el camino para volver al Vaticano II en serio, entrando en sus entresijos, en sus deliberaciones, en las claves que marcaron sus esquemas previos, las distintas escuelas teológicas que lo alimentaron y en las que los teólogos centroeuropeos tuvieron tanta importancia y participación. Este grupo de teólogos, cualificados todos ellos, pertenecen a una tradición centroeuropea que impuso un ritmo al Concilio, que le dio un giro, que logró imponerse con valentía frente a las viejas tesis de Ottaviani y sus teólogos. Ha llegado la hora de estudiar las corrientes vencedoras y las que fueron desechadas, algunas de las cuales asoman su cabeza de nuevo. Es el momento de escudriñar las claves que marcaron este acontecimiento eclesial. Aconsejo la trilogía escrita por Santiago Madrigal en Sal Terrae: Vaticano II: Remembranza y actualización (2002); Karl Rahner y Joseph Ratzinger. Tras las huellas del Concilio (2006); y El Vaticano II en los Diarios de Yves Congar y Henri de Lubac (2009). Corre ahí el venero de cuanto sucedió en aquella primavera eclesial. La propuesta del Papa abre la veda para que nuevas generaciones de clérigos, religiosos y laicos, se adentren en este filón y se sorprendan con su riqueza, si es que no les usurpan el todo en favor de la parte.

La gran tentación de quienes, sin estar en estos encuentros, creen saber de ellos, es la de confundir Teología con Magisterio y cerrar los ojos a la riqueza y pluralidad del pensamiento teológico que nace y se desarrolla en otros lugares del planeta. La Iglesia no es sólo Europa, ni tampoco las riberas del Rin y del Danubio. La Iglesia profundiza en su fe desde categorías teológicas que nacen en otros rincones de la tierra. Se habla de una teología que se conforma en África y de la que se va cuajando en torno a los temas medioambientales. Se habla de una teología que, superados ciertos escollos, sigue trabajando en América Latina y de la que en contacto con las corrientes ecuménicas se afana en diálogo con otras confesiones religiosas. Se habla de una teología preparada para dialogar con el ateísmo, pero también con las grandes religiones. Son teologías legítimas y legitimadas por un Concilio cuyo espíritu no puede ser derogado, aunque a sus textos llegue la hermenéutica.

Antes de empezar el Vaticano I, el obispo español Monescillo y Viso pedía que, junto a la Biblia sobre la que los padres conciliares jurarían, se pusiera la Summa Theologica de santo Tomás de Aquino. Así se hizo, y con ese espíritu se caminó hasta las primeras sesiones del Concilio Vaticano II, cuando irrumpió la ‘nueva teología’ que venía de latitudes centroeuropeas y a la que el joven teólogo Joseph Ratzinger no era ajeno. Una hermenéutica sobre la misma senda para no hacer que quienes fueron perdedores en una eclesiología nueva levanten su vuelo de las cenizas de su derrota.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.719 de Vida Nueva.

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