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A la puerta de la cueva…


Esta obra de Miguel Márquez Calle (Editorial de Espiritualidad, 2010) es recensionada por José María Avendaño Perea.

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A la puerta de la cueva… Experiencias de Dios a la intemperie

Autor: Miguel Márquez Calle

Editorial de Espiritualidad

Ciudad: Madrid

Páginas: 192

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(José María Avendaño Perea) El sacerdote Fernando Urbina, un místico de nuestros días, afirmaba que “la Gloria de Dios es un océano infinitamente infinito: de Verdad, de Amor, de Gozo, de Belleza… ¡Hemos de recibir el Reino de Dios como niños!, con la manos abiertas, porque todo es Gracia y ya hemos empezado aquí nuestro destino eterno: ser simplemente alabanza de su Gloria”. Y de ello rezuma esta hermosa obra del carmelita descalzo Miguel Márquez, del Amor que Dios tiene a sus hijos. Así, desde la experiencia de quien se siente enamorado de Él, reconoce: “Confieso que me enamoré… el tiempo se hacía corto para estar con Él, para mirarle y dejarme mirar… Te quiero hablar de Él… Te puedo decir que su Te Quiero me ha salvado de mí mismo, me ha reconciliado con mi pobreza y me ha hecho no renunciar a mis limitaciones y dones”.

Nos encontramos en estas páginas con experiencias cristianas de Dios, relatos creyentes donde el autor va injertando de forma pedagógica la suya propia. Quien ama, siente y padece la experiencia de Cristo como revelación de Dios reconoce en él la donación de Dios, su amor infinito hacia nosotros. Entonces, surge la confianza total, la entrega absoluta al Amor que no defrauda, la entrega que sólo Dios merece. Lo sencillo, lo cotidiano, lo humilde, son “iconos” del amor de Dios, por eso el contemplativo prefiere lo pobre, lo pequeño. Para el místico, su no aparecer es tan radical que ni él mismo es consciente de esa gracia tan extraordinaria.

A la puerta de la cueva brota de contemplar, meditar, orar y comprometerse, desde la invitación del Señor a Elías dentro de la gruta: “Sal y ponte en el monte ante Yahvé” (1 Re 19, 11). El libro, que Márquez abre con el deseo de que “nunca dejéis de caminar hacia el Dios de la Vida y os dejéis encontrar, enamorar de Él”, se estructura en dos grandes capítulos (“Descálzate, el terreno que pisas es santo”, y “Desanda el camino”) y concluye con un entrañable epílogo (“Pan, uvas y sol”), donde se nos invita a la aventura interior de la mano de san Juan de la Cruz.

Relatos como “Méteme Padre en tu pecho”, “No tener nada”, “Nosotros esperábamos”, “El Dios cotidiano”, “Pan, uvas y sol”… nos adentran en el amor a la Trinidad Santa y al prójimo, y animan nuestra vocación cristiana en estos tiempos recios que nos toca vivir. “Barruntos” de verdad, narrados desde la transparencia y la honestidad de un seguidor de Jesucristo. Gracias, Miguel.

En el nº 2.719 de Vida Nueva.

Actualizado
03/09/2010 | 08:32
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