Irak vive el fin de una guerra que la Iglesia calificó de “inmoral”

Juan Pablo II ya había denunciado la ilegitimidad de la invasión estadounidense

(Miguel Ángel Malavia) Con la retirada, el pasado 19 de agosto, de la última brigada de combate por parte del ejército de los Estados Unidos –aún quedan cerca de 50.000 soldados, cuya salida definitiva se producirá a finales de 2011–, el presidente Barack Obama da por concluida, al menos desde un punto de vista técnico, la segunda guerra de Irak. La noticia, pese a la relevancia, ha pasado inadvertida, tal vez, por haber transcurrido en pleno periodo vacacional. Pero lo cierto es que atrás quedan siete años de guerra “injusta”, “inmoral” e “innecesaria”, como la calificó en su día la Santa Sede.

La Iglesia fue la institución que más abogó por agotar la vía diplomática. Ejemplo claro del compromiso del entonces Papa, Juan Pablo II, en la defensa de la paz fue la nota que la Santa Sede hizo pública al inicio de los bombardeos, el 20 de marzo de 2003.

Con una dureza inusual, se decía: “Quien decide que han sigo agotados los medios pacíficos que el derecho internacional pone a su disposición, asume una grave responsabilidad frente a Dios, frente a su conciencia y frente a la historia”. Siete años después, alrededor de medio millón de muertos, en su gran mayoría civiles, son las principales víctimas de un capítulo de la historia que se cierra con luto y desesperanza.

Constantes llamadas del Papa

Pero esta gran “tragedia humana”, como la calificó el papa Wojtyla, pudo haberse evitado si se hubiese escuchado la palabra de la Iglesia. El Papa unió a sus constantes llamadas desde un punto de vista ético o religioso –recalcó que la guerra sólo es legítima en caso de defensa directa, no siendo el caso de un ataque preventivo– otros argumentos eminentemente políticos.

Así, apeló constantemente al diálogo entre las partes confrontadas, instando a Irak al desarme y recordando a Estados Unidos que debía de respetar la legalidad de Naciones Unidas, buscando consensos y no imponiendo seguidismos.

En la práctica, aquéllos fueron días de gran trabajo para la diplomacia vaticana. En febrero de 2003, cuando la invasión parecía ya inevitable, Juan Pablo II se reunió en Roma, entre otros, con Tarek Aziz, viceprimer ministro irakí; Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU, o los principales presidentes aliados de George Bush, el español José María Aznar y el británico Tony Blair.

Paralelamente, Roger Etchegaray, presidente emérito del Consejo Pontificio Justicia y Paz, realizó un histórico viaje hasta Bagdad para entregar a Sadam Husein un carta personal del Papa. Esta campaña, que contó con el apoyo de los obispos estadounidenses, creó momentos de cierta tensión con la diplomacia de Bush.

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