Publicado en el nº 2.718 de Vida Nueva (agosto de 2010).
Galicia y España renovaron el pasado domingo una de las tradiciones más arraigadas, la fiesta del Apóstol Santiago. En este Año Jubilar, ha sido el Rey quien ha hecho la ofrenda al Apóstol. En su texto ha destacado, en fórmula de oración petitoria que quizás haya molestado a algunos partidarios de un laicismo excluyente, la necesidad de un esfuerzo común para salir de la crisis y un deseo de mayor paz y concordia. En boca del Rey, se convierte en deseo de toda una nación. Un gesto que, pese a no haber sido criticado en público por quienes desean un Estado en el que los símbolos religiosos queden erradicados, no ha dejado indiferente, puesto que se han puesto de manifiesto, una vez más, las raíces cristianas de España y suponen un especial guiño a la próxima visita del Papa a la tumba del Apóstol el próximo mes de noviembre “como un peregino más”, según dijo ese mismo día durante el rezo del Angelus el Pontífice.
La figura de Santiago, arraigada en la historia de España, va más allá de lo religioso, aunque en este ámbito tenga su fundamento. La fuerte corriente cultural que lleva consigo esta figura, clave para entender la historia de Europa, también tiene en este rincón europeo su significado. Fe y cultura enlazadas de cara al futuro. Fe y cultura hermanadas de cara a un mundo mejor. Es un punto que no es ajeno al magisterio pontificio y que se verá reflejado en el esperado discurso del Papa en Santiago. Las raíces cristianas de Europa, así como la importancia de recuperar el nervio evangelizador en las viejas Iglesias en las que ya se hizo el primer anuncio, son claves en un pontífice que en su visita a España no eludirá este tema, uno de sus grandes objetivos pastorales. En este Año Santo, Santiago se ofrece como plataforma para que muchos creyentes o no encuentren
una oferta de trascendencia en un nuevo milenio en el que lo religioso jugará, pese a opiniones contrarias, un papel destacado.
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