Mujeres obispos, decisión crucial para el diálogo anglicano-católico

(Carlos Martínez Oliveras, CMF.- Universidad Pontificia Comillas) El pasado 11 de julio, los miembros de las tres cámaras (obispos-clérigos-laicos) del Sínodo de la Iglesia de Inglaterra, tras un tenso debate, y no sin importantes dificultades, votaron a favor del acceso de las mujeres al Episcopado. Decisión, por otra parte, tan lógica y esperada por muchos después de que autorizara la ordenación sacerdotal de las mujeres en 1992 y comenzara a ordenarlas en 1994.

Carlos M. Oliveras

De todos modos, aún no se sabe el bajo o alto precio que los anglicanos ingleses habrán de pagar por tomar esta decisión en el sentido de divisiones internas o traspaso de importantes sectores a otras confesiones, entre ellas, a la Iglesia católica. Pero con la ordenación sacerdotal y episcopal de las mujeres no sería posible la reconciliación de ministerios entre la Iglesia católica y la Comunión Anglicana. Sin esta reconciliación no sería posible la plena comunión; y sin plena comunión, no es posible la participación en la única Cena del Señor en la que comulguemos el único Cuerpo de Cristo y bebamos su único Cáliz, anhelo y meta final del movimiento ecuménico.

No será la primera vez que se ordenen mujeres obispos. Ya las hay en algunas provincias anglicanas de los Estados Unidos, Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Y, sin embargo, la Iglesia católica ha mantenido durante este tiempo un nivel de diálogo y de acuerdo cristalizado en diversos documentos. Pero ahora es la Iglesia de Inglaterra quien ha dado el paso. Ha sido la Iglesia madre, la Iglesia matriz de la Comunión Anglicana quien ha comprometido su vida y su futuro. Y esta Iglesia está presidida por el arzobispo de Canterbury, que, además de primado de la Iglesia inglesa, es el foco de unidad y primado (primus inter pares) de toda la Comunión Anglicana, responsable de las relaciones ecuménicas y representante visible en el diálogo al más alto nivel con el Papa en las relaciones anglicano-católicas.

Además de la cuestión de la ordenación episcopal de mujeres, el arzobispo Rowan Williams ya llegaba algo debilitado cuando hace dos años su primacía era cuestionada y, en cierta medida, rechazada por un sector muy numeroso y significativo de la Comunión Anglicana procedente de África, América Latina y Australia (Global South), que vienen librando una batalla ininterrumpida desde que en 2003 el sacerdote estadounidense abiertamente homosexual, Gene Robinson, fuera consagrado obispo.

La prueba del nueve de su verdad o error no estará en si estas medidas son “avanzadas” o “progresistas”, sino si están en consonancia con el Evangelio y, a la postre, con el proyecto de Jesucristo para su Iglesia. Por eso, la Iglesia católica no ordena mujeres. No puede. No es una cuestión coyuntural o de voluntad discriminatoria. Se siente tan ligada a la voluntad de Jesucristo, que sólo escogió varones para el ministerio apostólico, y cuya práctica continuó la tradición de la Iglesia, que afirma no poseer la facultad para poder hacerlo. Ensalza, alaba y fomenta el “insustituible” papel de la mujer en la Iglesia. Y su presencia significativa va siendo cada vez mayor, y aún deberá serlo más.

El momento presente no es alentador, aunque no deben olvidarse cuarenta extraordinarios años de camino común, cuyo fruto, además de una imponente biblioteca de documentos teológicos de primer nivel, ha cristalizado en unas relaciones y una cooperación en muchos lugares realmente admirables entre católicos y anglicanos. No son días para tirar cohetes de optimismo, pero también hay quien piensa que es normal que cuanto más cerca se está de la cima, más difícil se hace la respiración y más cortos se han de dar los pasos.

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