Rino Fisichella: “El nihilismo de Nietzsche ha hecho más daño al hombre que Marx”

Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización

(Texto y fotos: Darío Menor) El Vaticano cambia su postura sobre la secularización de Occidente: pasa de la defensa a la ofensiva, de la queja por los espacios perdidos al intento por recuperar los corazones y las mentes de los ciudadanos que se olvidaron, o se cansaron, de ser cristianos. Esta ingente labor le corresponde al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, el flamante dicasterio creado por Benedicto XVI y cuya dirección ha sido confiada al arzobispo italiano Rino Fisichella, hasta ahora presidente de la Pontificia Academia para la Vida y rector de la Pontificia Universidad Lateranense. Joven para la media de edad de la Curia romana (cumple 59 años en agosto), apunta al “nihilismo de Nietzsche” como causa principal de esta secularización y denuncia sin reservas la crisis que sufre la Iglesia en Occidente.

¿Cómo hemos llegado a esta situación, en la que el Vaticano considera necesario crear un dicasterio para la Nueva Evangelización?

Es necesario hacer un poco de memoria histórica. Benedicto XVI ha querido retornar a la Evangelii nuntiandi de Pablo VI, al Sínodo de 1974 donde se afrontó la cuestión de la evangelización. Hace más de 40 años que la Iglesia sentía como algo urgente proponer esta cuestión. Luego, Juan Pablo II dio una interpretación más nueva a este tema, hablando de forma explícita de nueva evangelización. En el análisis que ha hecho en sus cinco años de pontificado, y en el que ya hacía cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Benedicto XVI habla de forma muy lúcida, profunda y clarividente del grave problema de la nueva evangelización. Jesús ha querido la Iglesia para la misión de anunciar el Evangelio. Hay épocas históricas en las que hemos olvidado que el primer objetivo es el anuncio del Evangelio e, inevitablemente, nos hemos desorientado en un laberinto con graves momentos de crisis.

¿Quiénes son culpables de la secularización de Occidente?

No hablaría de culpables, sino de causas que, desde el punto de vista histórico y cultural, han llevado a esta situación. En mi opinión, la primera causa está a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Todo se resume en un nombre y en una idea: Nietzsche y el nihilismo. La Iglesia no se dio cuenta inmediatamente del desafío que suponía el pensamiento de Nietzsche sobre el tablero de la historia porque, de forma casi contemporánea, nacía otra idea muy importante, y que entraba en el sistema social y político: el marxismo. La Iglesia y su teología han visto el marxismo como una causa determinante, porque el marxismo hacía del ateísmo su proyecto social.

Pensamiento débil


¿Nietzsche ha hecho más daño a la Iglesia que Marx?

Nietzsche ha hecho más daño al hombre que Marx. Le ha quitado la posibilidad de poder pensar que la verdad se puede alcanzar y que ésta puede ser objetiva. Esto hace mucho más daño a la humanidad, porque tiene como consecuencia la fragmentación de la verdad y del sentido. Así llegamos al pensamiento débil que teorizan hoy algunos filósofos y a la muerte de la metafísica, que había sido prevista por algunos. El marxismo, por su parte, ya ha fracasado porque el sistema que había creado, que era básicamente económico, no ha aguantado frente al desafío de la economía liberal. Tampoco ha aguantado frente a la fe de los pueblos, que, pese a la voluntad del ateísmo, se ha mantenido con el sufrimiento. No olvidemos que el siglo XX ha sido el que más mártires ha dejado en toda la historia de la Iglesia. Ha habido una gran capacidad de transmisión de la fe en las formas en que se había producido desde el inicio del cristianismo, es decir, de padres a hijos. En algunos casos, es verdad, se ha perdido el sentido de Dios, aunque ha permanecido el sentido religioso. Sin embargo, el nihilismo ha entrado en el comportamiento de cada persona, lo que ha llevado a una forma de secularización en la que se encuentra hoy Occidente. Así, se desconfía de la razón para alcanzar la verdad y se produce un cierre en uno mismo con un individualismo profundo. Éste se ve en la petición continua del reconocimiento de los derechos individuales, sin hacer referencia a la sociedad. De manera inevitable llegamos a una imposibilidad de mirar al futuro con el patrimonio de tradición cultural y religiosa de los veinte siglos que nos han precedido.

¿Es la Iglesia también responsable de la actual situación de Occidente por haber infravalorado a Nietzsche?

No hablaría de la Iglesia, aunque la primera responsable ha sido la teología. Ésta tiene la función de ser una inteligencia crítica frente a los fenómenos sociales y eclesiales. Es la investigación teológica la que propone a la Iglesia cómo responder, convirtiéndose luego en catequesis. El único caso en el siglo XX de un estudio serio sobre el nihilismo es el que hace el cardenal Henri de Lubac. Luego ha venido Hans Urs von Balthasar, que era su discípulo. Se da una conjunción de elementos en la que no es baladí la situación objetiva de crisis que vive la Iglesia en Occidente. Ciertamente, es una consecuencia de la crisis cultural. La Iglesia no está fuera del sistema cultural, sino que vive dentro de él. Por tanto, cuando una cultura entra en crisis, también la dimensión de los cristianos sufre. Occidente vive hoy el paso de una época a otra. Se está cerrando el tiempo moderno y se abre un período nuevo. La situación hoy está determinada por una profunda falta de conocimientos básicos de la fe por parte de muchos cristianos. El fenómeno cultural de encerrarse en el terreno privado ha tocado también a los católicos, que no entienden el valor público de la fe.

Los recientes escándalos y problemas que está sufriendo la Iglesia no ayudan a salir de la crisis. ¿Piensa que las dificultades han nacido también desde dentro de la propia Iglesia?

La Iglesia está formada por hombres. No podemos olvidar la paradoja de la propia naturaleza de la Iglesia. Continuaremos siempre haciendo nuestra profesión de fe, sosteniendo que la Iglesia es una y santa, pero que está formada por cristianos divididos y pecadores, no mejores que los otros hombres de este mundo. Ya nos recordaba el Concilio que la Iglesia necesita purificarse. El pontificado de Juan Pablo II se ha caracterizado, sobre todo en su parte final, por una expresión: la purificación de la memoria. Ésta significa no olvidar los errores que los cristianos hemos cometido en el pasado. Hemos sido los únicos en que hemos reconocido nuestras equivocaciones. Si otras religiones, pueblos y confesiones cristianas hubiesen seguido nuestro recorrido, probablemente estaríamos frente a un futuro de reconciliación más fácil. Hoy la dimensión de la purificación debe tocar algunos ámbitos particulares de la vida interna de la Iglesia. Me ha gustado mucho el discurso del Papa en la conclusión del Año Sacerdotal. Reconocía que se esperaba un año de celebraciones, pero que han surgido grandes dificultades que han puesto a prueba a la Iglesia. Así, hemos comprendido una vez más que la Iglesia y el sacerdocio no son de los hombres, sino de Jesucristo. La Iglesia es la presencia del espíritu de Cristo resucitado que empuja a los cristianos en cualquier parte del mundo a anunciar el Evangelio. Si olvidásemos esto y no viviésemos la esencia de la vida de la Iglesia, que es la Eucaristía, la presencia de Cristo resucitado entre nosotros, seríamos un grupo como tantos otros que existen. No nos distinguiríamos y nos arriesgaríamos a caer en la banalidad.

¿Qué le ha dicho Benedicto XVI sobre el nuevo dicasterio?

Hemos hablado del proyecto claro e importante que él tiene en su mente. Se debe valorar el gran trabajo que se viene realizando en tantas Iglesias en los últimos años. No se trata de empezar desde cero; en muchos lugares hay ya encargados de la nueva evangelización. En Italia, desde hace 15 años, existe el Proyecto Cultural, que comparte muchos aspectos con nuestra iniciativa. Hay mucha levadura ya sobre el terreno. Creo que se debe añadir un proyecto común y unitario, que respete las diferentes tradiciones de cada país.

¿Cuáles serán los límites geográficos del Pontificio Consejo?

Cuando hablamos de Occidente nos referimos a Europa, América en su totalidad, Australia, Filipinas… Se habla de las Iglesias de antigua fundación o derivadas de éstas. Evidentemente, no nos metemos en el terreno de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

España es uno de los países más secularizados de Europa. ¿Existe una preocupación particular del Papa sobre la situación española?

Sólo puedo hablar de forma general pues aún no contamos con el documento oficial. Tampoco puedo hablar en nombre de los obispos españoles. Evidentemente, una de mis primeras funciones será mantener un fuerte contacto con las Conferencias Episcopales. Este dicasterio debería ser capaz de entrar en las realidades ya existentes para crear un proyecto compartido con los Episcopados. Nuestro primer objetivo debe ser dirigirnos a los cristianos para volver a proponerles las razones de la fe: por qué creo, por qué digo que soy católico, cómo vivo mi fe. Éstas son las primeras cuestiones fundamentales. Nuestro primer interlocutor es, por tanto, quien es católico pero dice no ser practicante y no conoce los contenidos básicos del Catecismo. Ellos están llamados a renovar el vigor y entusiasmo de la fe.

¿Dónde estará la clave para el éxito de su misión: en el trabajo con los laicos, con los nuevos movimientos, con la Vida Religiosa, en la valorización del sacerdocio?

Es toda la Iglesia la que está empeñada en esto. Se cuenta con los obispos, las parroquias, los laicos, los movimientos, las asociaciones, las personas consagradas… Se está produciendo un fenómeno: muchas órdenes religiosas que tenían una gran presencia en Europa, debido a la profunda caída de las vocaciones ya sólo hacen su propuesta vocacional en las tierras de misión. Eso no es suficiente. Las órdenes religiosas deben ser las primeras en redescubrir la nueva evangelización en el lugar de crisis donde se vive.

¿Y cómo deben hacerlo?

Han de encontrar los instrumentos para renovar la Vida Religiosa, como debe renovarse la vida de cada uno de nosotros. Si hablamos todavía un lenguaje del siglo XIX, proponiendo un modo de vivir el cristianismo y de testimoniar la caridad cristiana según las exigencias de hace doscientos años, está claro que no podremos comunicar con la sociedad contemporánea.

¿Dónde pueden encontrar terreno abonado?

¿Cuántas formas de pobreza presenta hoy Occidente? Hay tantas, pero nos dedicamos a conservar nuestras escuelas e institutos. Eso estaba bien cuando existía el analfabetismo, pero hoy no podemos hacer sólo eso. Debemos ser capaces de descubrir las nuevas pobrezas del mundo de hoy y, frente a ellas, la Iglesia ha de presentarse como símbolo de la caridad para las exigencias del mundo. ¿Cómo no comprendemos hoy, frente a la profunda pobreza cultural del mundo actual, la exigencia de un proyecto unitario que ayude a la sociedad a encontrar el sentido de la verdad? Éste no es teórico, sino que es la capacidad de ser verdaderamente libres y de dar un sentido a la vida. ¿Cómo nos explicamos que en Italia el suicidio sea la segunda mayor causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 25 años? No creo que sea muy diferente en España. ¿Cómo puede mantenerse la Iglesia indiferente frente a este fenómeno? Significa que falta la capacidad de dar un sentido a la vida. Muchas personas no son capaces de encontrar una respuesta que dé sentido en el momento del dolor o de la incertidumbre. ¿Por qué las leyes sobre la eutanasia se multiplican en distintos países europeos? Caemos en la tentación de pararnos en el fenómeno, pero no vamos a la causa. Por eso hablaba antes del nihilismo. Debemos cambiar la forma de afrontar estas cuestiones. Se trata de un desafío para la humanidad, no sólo para la Iglesia.

En el nº 2.716 de Vida Nueva.

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