Pequeñas semillas de grandeza

(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“Sin exagerar ni ignorar la dureza de la condición humana en ciertas situaciones, no olvidemos los mil y mil detalles de atención que la gente se presta unos a otros en la calle, al subir y bajar del autobús, recogiendo un objeto caído, ayudando a cruzar el paso de peatones, regalando una sonrisa”

Como semillas volanderas llenas de vida, van y vienen incesantemente entre la gente, sin que habitualmente fijemos en ellas la atención.

Así, por ejemplo, la palabra adiós, que recuerda y encierra una frase más plena, nada menos que recomendar alguien a Dios, que le bendiga, le acompañe y le ayude. Aun en este mundo tan secularizado, no sería entendido de manera hostil o negativa, sino como el talante y la actitud de todo creyente ante los hombres, deseándoles siempre lo bueno y lo mejor.

Inclusive cuando creemos que alguien está equivocado en el plano intelectual o desviado en el orden moral, no pedimos a Dios que le condene, sino que le convierta para que sea más sabio, más bueno y más feliz

Si más de una vez la Iglesia y los cristianos no hemos obrado así, buscando no su bien, sino más bien machacar al adversario, no actuábamos en el nombre de Cristo, que de entrada vino a salvar a todos y no a condenar a nadie.

Otra expresión que se repite continuamente hasta para los más pequeños incidentes de la vida diaria es perdón, una palabra grandiosa en su pequeñez, que sería clave para la paz y la prosperidad universal. No faltan quienes consideran que el perdón no sólo es imposible, sino indeseable, como algo negativo, que no podemos buscar ni desear de antemano.

El humanismo cristiano, en cambio, nos enseña que su propia exigencia de perfección sería imposible sin el concepto de perdón, que por el Hijo, el Padre ofrece desbordante en el amor del Espíritu Santo.

Y, sin exagerar ni ignorar la dureza de la condición humana en ciertas situaciones, no olvidemos los mil y mil detalles de atención que la gente se presta unos a otros en la calle, al subir y bajar del autobús, recogiendo un objeto caído, ayudando a cruzar el paso de peatones, regalando una sonrisa.

En el fondo, la vida diaria transparece del amor divino como la savia rebrota en primavera por todos los rincones de la tierra.

ainiesta@vidanueva.es

En el nº 2.716 de Vida Nueva.

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