Legionarios: ¿refundación o supresión?

(Juan Rubio)

Velasio de Paolis es el nuevo responsable de los Legionarios de Cristo. Es un paso más en la política de tolerancia cero de Benedicto XVI, no sólo contra la pederastia, sino contra todo tipo de corrupción eclesial. Es un gesto valiente por parte de alguien a quien injustamente se le acusa de mantener un “silencio cómplice” ante la depravación. El Papa, lejos de ser un problema, como se viene diciendo en ciertos foros mediáticos, se ha convertido en parte fundamental de la solución, que ya empezó hace años.

En noviembre de 2004, Juan Pablo II, ya enfermo y bajo la férula de una curia desbocada y comandada por el cardenal Sodano, abrazaba y elogiaba públicamente a Marcial Maciel. Desde las oficinas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal bávaro Joseph Ratzinger, recelaba del abrazo. Conocía lo que se iba acumulando sobre su mesa de trabajo. Uno de los abultados expedientes de sus “viernes de pasión” (era el día semanal que dedicaba a revisar las acusaciones contra sacerdotes pederastas) se refería al sacerdote mejicano con vara de mando en bambalinas y billetera generosa en los pasillos vaticanos; un icono de lucha contra el comunismo y el aggiornamento. Su congregación era el ejército papal, quinta columna, acies ordinata dispuesta al abordaje. Cuando unos pocos meses más tarde Ratzinger era elegido Papa, los aires cambiarían. Maciel era invitado a retirarse a un convento, dada su edad y estado de salud, y se nombraba una comisión que estudiara los entramados de esta congregación religiosa, apegada al lujo y al poder, y que mantenía a sus miembros en una ascética vida de pobreza y sumisión. Olía bajo las alfombras de su biografía. La declaración vaticana esperó cinco años para reconocer oficialmente lo sabido: “Los gravísimos y objetivamente comportamientos inmorales del fundador, confirmados por testimonios incontrovertibles (…), verdaderos delitos que manifiestan una vida carente de escrúpulos y de genuino sentimiento religioso”.

Paolis tiene una tarea complicada: decidir la disolución o la restauración. Se hace inexorable la destitución de la cadena de mandos, que, aunque desconocieran los detalles de las fechorías, dicen ahora haber estado perplejos ante tanto desmán. Surge aquí una pregunta clave: ¿es el agua la que está corrompida o el vaso en el que se vierte? Para ello no hay nada más que releer el decreto conciliar Perfectae Caritatis o la Exhortación Apostólica Vita Consecrata. Está en cuestión un modelo de Vida Religiosa, baldones y “vuelta de tuerca” a las reformas del Concilio Vaticano II. Un momento para revisar otras congregaciones más que, con menos poder, están agazapadas tras el ordenamiento canónico. Ya hay quienes echan a remojar sus barbas cuando ven cómo recortan las del vecino.

Y anda por medio el espinoso tema de las finanzas en un colectivo con una red importante de obras sociales, educativas, asistenciales y sanitarias, ahora en vilo. Hace falta un bisturí que extirpe el tumor de un dinero de procedencia dudosa y que financia proyectos pastorales. El nuevo responsable se las verá con estos problemas. Tiene en su haber varias cosas: es un religioso, conocedor del Derecho y avezado en las cuestiones financieras. Tiene por delante un ascua que ha sabido encender pólvora con olor a incienso. Quizá necesite solamente agua bendita. ¡Vade retro!

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.716 de Vida Nueva.

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