¿Hacia dónde va la Iglesia?

(Vida Nueva) La pregunta que da título al ‘Pliego’ de esta semana en Vida Nueva es la que encabeza también el último capítulo del libro La Iglesia que yo amo (Ciudad Nueva), que el dominico Vicente Borragán Mata extracta para la revista. Todo un conjunto de interrogantes en torno a la Iglesia que sugieren la necesidad de un “cambio radical” en sus hábitos, de un “nuevo Pentecostés”.

La obra, aparecida meses atrás, da cuenta de las luces y sombras de la institución a lo largo de su historia: su fundación, sus primeros pasos, su organización, sus modelos, sus imágenes… Hasta alcanzar, al fin, el tema que aquí nos ocupa: su futuro. Un destino que pasa por responder, humilde y honestamente, a las cuestiones planteadas, como inevitable paso para cumplir la misión que le ha sido confiada en medio del mundo. Preguntas como: “¿Cómo será su jerarquía? ¿Cómo serán sus sacerdotes? ¿Cómo funcionarán las parroquias? ¿Cómo se celebrarán los sacramentos? ¿Qué será de la mayoría de las antiguas órdenes religiosas y de las congregaciones más modernas? ¿Cómo será la Vida Religiosa?”, entre otras

Borragán trata de apuntar algunos de los desafíos, tanto internos como externos a los que se tendrá que enfrentar la Iglesia, tales como la reestructuración de la Curia romana, la presencia y la actividad de la mujer en la Iglesia o el problema de la familia. Pero añade que “lo único que no podrá cambiar en la Iglesia es el hecho de que ella es el sacramento universal de la salvación, el hogar de la Palabra y de los sacramentos, la asamblea de todos aquellos que creen en Jesús como Señor y como Salvador, el reino del amor y de la gracia, del perdón y de la vida. Por eso, tendrá que desprenderse de todas las costumbres y ritos, prácticas y devociones que no lleven a Jesús (…).

Vivir en minoría

Seguramente, el proceso de descristianización, si es que se puede hablar así, no ha llegado todavía a su fin. La Iglesia tendrá que aprender a vivir en minoría, a organizar de una nueva forma las parroquias, a fomentar las comunidades cristianas, a favorecer los movimientos y las nuevas realidades que han surgido en su seno y a buscar nuevos modos de presencia en el mundo (…).

La Iglesia del futuro deberá ponerse incondicionalmente al servicio del mundo, salir al encuentro de todos los hombres y aprender a levantar su voz cuando los poderosos opriman a los débiles, cuando se pisotee su libertad y su conciencia, cuando se haga distinción entre ellos por razón de su sexo, raza, color o condición social”.

Vicente Borragán concluye su reflexión esbozando algunos de los rasgos que conforman esa “Iglesia que yo amo”, que es, precisamente el título de su obra. “Ésta es la Iglesia que yo amo, en la que he nacido, en la que vivo y en la que espero morir. Tal vez me gustaría verla resplandeciente como una reina, pero la quiero tal como es: cubierta de andrajos, pero plena de esperanza; cargada de años, pero llena de vigor; virgen y prostituta; rebosante de gracia, pero lacrada por el pecado de sus hijos; débil hasta la desesperación, pero con un brillo en su mirada que atraviesa los siglos; atraída por todas las cosas de este mundo, pero sin poder olvidar al Resucitado que lleva en sus entrañas. ¡Un puro milagro de la gracia!”.

Más información en el nº 2.714 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, vea el ‘Pliego’ íntegro aquí.

————

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir