Congar y el sacerdocio en América Latina

Congar (a la dcha.) con Ratzinger durante el Vaticano II

(P. Juan Bagá Ballús) En los años 60 del pasado siglo, la Iglesia chilena era la vanguardia, junto con Brasil, de la renovación que origina el Vaticano II. Las inquietudes de sus episcopados aglutinan a los de otras naciones latinoamericanas y nace el CELAM. Políticamente se vive la “revolución en libertad”. Muchos dirigentes de la Acción Católica especializada se convierten en dirigentes sindicales, universitarios…

En un barrio marginal, muy significativo en la vida obrera, está de párroco un francés, Jacques Lançon. Éste invita al P. Yves Congar, OP, que estaba en Chile para unas conferencias, a que visite su parroquia obrera. Nos invita también a cuatro sacerdotes amigos a acompañarlo en la recepción al P. Congar y a mantener un intercambio con él.

Yo fui con una pesada grabadora y pedí permiso al P. Congar para grabar la conversación. A los sacerdotes de origen español, francés y holandés allí presentes nos daba vueltas una duda: ¿habremos hecho un bien a la Iglesia chilena y latinoamericana con nuestra venida a estos países? ¿No seremos una rémora a soluciones más autóctonas ante la escasez de sacerdotes? Y le preguntamos al P. Congar: “¿Qué piensa usted?”.

Y comenzó su raciocinio. Las que siguen, fueron sus ideas.

Lo primero a tener en cuenta es que el sacerdocio no es un carisma, sino un servicio. El carisma es, en general, un regalo de Dios a una persona para su bien espiritual. El sacerdocio es un ministerio al servicio de una comunidad que requiere este ministerio para mantener viva y pujante la vida cristiana dentro de ella. Nunca el sacerdocio es algo al servicio exclusivo del bien espiritual del que lo recibe.

La primera Iglesia nunca tuvo escasez de sacerdotes. Por ejemplo, en una comunidad (iglesia) que ya funcionaba normalmente se daba la noticia de que en otra aldea, ciudad, barrio o pueblo, había personas cristianas que se reunían. Se avisaba al que ejercía de obispo, sencillo coordinador de pocas comunidades. Éste visitaba al grupito detectado: “¿Ustedes siguen a Jesucristo? ¿Cómo lo conocieron? ¿Se reúnen? ¿Por qué es festivo el encuentro y lo efectúan en la noche del sábado? ¿En qué consiste su reunión? ¿Cómo y quién trajo unas cartas de Pablo? ¿También veo que tienen un escrito de Marcos? ¿Y en casa de quién se reúnen? ¿Qué oraciones rezan, además del Padre Nuestro? ¿También los salmos?”.

Y venía la gran pregunta: “¿Cómo celebran ‘la fracción del pan’? Respondían: “Oh, no la celebramos, pues ninguno somos sacerdote”. El obispo seguía: “Son una comunidad de cristianos y ¿carecen de ‘la fracción del pan’?”. Y seguía indagando para conocer la realidad cristiana de la comunidad. “¿Y quién dirige la plegaria?”. Le respondían: “Fulano de tal”. “¿Por qué él?”, preguntaban. Decían ellos: “Porque sabe leer y es muy bueno; su familia, esposa e hijos dan muy buen ejemplo, le tenemos aprecio”. El dirigente de la comunidad era un campesino, o herrero, carpintero, o sencillo jornalero. Evidentemente, casado. Parecía, en verdad, que era de lo mejorcito de “aquella” comunidad y el mejor de sus “integrantes”. Y terminaba el obispo: “¿Cómo puede darse ‘una iglesia’ sin ‘fracción del pan’?”. Es un elemento esencial a una comunidad. Llamaba al que ejercía la responsabilidad en el grupo: “Ven, arrodíllate”. Y le imponía las manos. Era ya sacerdote. La comunidad proseguiría su vida cristiana con Jesucristo eucarístico entre ellos.

¿Estaba el recién ordenado muy preparado para ello? Simplemente, era lo mejorcito que tenía la comunidad para que la reunión sabática fuera completa. Porque el sacerdocio es un ministerio, no un carisma. Y de “ministros” hay tantos y siempre cuantos se requieren y las circunstancias marcan las características imprescindibles que en aquel lugar y tiempo se pueden dar. Nunca había falta de ministros. Cada comunidad tenía el mejor ministro que estaba al nivel de sus componentes.

Ésta fue la parte central de la disertación del P. Congar. Siguió un intercambio de opiniones sobre la situación real del clero. El que está en parroquias muy alejadas, y con apostolados entre las poblaciones indígenas en aisladas cordilleras. Y, sorpresa, el P. Congar terminaba su conversación con fuertes golpes en la mesa, diciendo: Évidemment, évidemment il faute de prêtres mariés, il faut de prêtres mariés dans l’Amérique Latine. Quedamos impactados.

Hoy, 43 años después de este intercambio, y queriendo hacer una pequeña aportación a la revuelta situación actual, quiero dejar por escrito aquel encuentro memorable de un teólogo excepcional y unos pocos sacerdotes en una muy pobre parroquia chilena.

En el nº 2.714 de Vida Nueva.

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